El tiempo es relativo. Un año sin el profesor Antonio Rifón

Las lenguas, a la vez que delimitan los acontecimientos en los que participamos, fijan determinada información sobre su duración.
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Nuestra percepción del tiempo es subjetiva. A veces, unos pocos minutos se dilatan hasta parecer toda una vida; otras, años y décadas parecen haber desaparecido en apenas un segundo. Y, a pesar de todo, los humanos nos empeñamos en intentar medirlo. No estoy hablando solo de relojes y calendarios, sino incluso de nuestra forma de identificar los eventos. Y es que las lenguas, a la vez que delimitan los acontecimientos en los que participamos, fijan determinada información sobre su duración. Es lo que los lingüistas denominamos información aspectual.

El tiempo está formado de instantes chiquititos, uno junto al otro. Y nosotros, como los directores de cine que en el fondo somos, decidimos si acercamos o alejamos el objetivo de nuestra cámara, que no es otro que las palabras que usamos. En ocasiones, elegimos el enfoque largo y vemos los eventos en toda su extensión. Estoy hablando de verbos como caminar, que observan el movimiento de los caminantes desde lejos, sin fijarse en cada uno de los pequeños pasitos que dan. Otras veces, por el contrario, preferimos acercarnos más y usamos palabras que presentan el instante. Esto es lo que sucede cuando usamos un verbo como parpadear. A los verbos como caminar los denominamos durativos, porque presentan en una sola palabra un montón de instantes que duran un tiempo; a los del tipo de parpadear, por el contrario, los llamamos puntuales, porque en ellos solo cabe ese segundo en el que se produce el pequeño evento. Efectivamente, cuando camino durante horas solo se ha dado un evento de camino. Cuando parpadeo durante unos minutos, se han dado muchos eventos de parpadeo. El foco, en uno y otro caso, es distinto.

Antonio Rifón, en un delicioso artículo de mediados de los años noventa, nos hablaba de cómo crear verbos en español con el sufijo –(e)ar y conseguir distinta información aspectual. Su mirada de morfólogo fino observó que si la base es una parte del cuerpo (los párpados, pero también las aletas, la cabeza, el brazo o la boca), el verbo que formemos será un verbo puntual (parpadear, aletear, cabecear, bracear, boquear), que solo podremos extender en el tiempo a través de la repetición. Así, si decimos que un pájaro aletea durante 10 minutos, es que ha aleteado muchas veces seguidas. Algo similar obtenemos cuando la base es un sustantivo que se puede interpretar como un instrumento (martillo, campanilla, campana). Los verbos derivados aquí se interpretan de modo puntual, como cada uno de los golpes producidos con estos objetos (martillear, campanillear, campanear), de tal modo que si uno martillea durante un tiempo, es que ha martilleado repetidas veces.

A diferencia de todos estos verbos, el profesor Rifón nos habla en su artículo de los verbos que se forman a partir de nombres de animales (serpiente, mariposa, gato). En estos casos (serpentear, mariposear, gatear) el resultado es un verbo que focaliza el evento desde un poco más lejos. Ya no estamos presentando el instante, como veíamos antes, sino la suma de instantes. Ahora, si mi bebé gatea durante 10 minutos se ha producido un único evento, extendido en el tiempo. Y lo mismo sucede cuando la base es un sustantivo de profesión (piloto, regente, alcahuete) o un adjetivo (baboso, curioso, gallardo). Los verbos derivados lexicalizan eventos que duran en el tiempo e, interpretados como habituales, pueden llegar a caracterizar a su sujeto (pilotar, regentar, alcahuetear, babear, curiosear, gallardear).

Entender el mundo pasa por centrar la atención en un elemento y obviar el resto. Y, para ello, el lenguaje en general y las palabras en particular son una herramienta insustituible. Cuando recuerdo a Antonio, me llegan a la memoria decenas de instantes compartidos. Cada uno de los encuentros de morfólogos, cada tesis en las que coincidimos, cada caña que nos tomamos. Momentos puntuales que fueron creando una amistad llena de cariño y admiración. Y la amistad, el cariño y la admiración forjados a través de instantes, duran toda la vida. Te echamos de menos, amigo.

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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