Iniciarse en Milton

El profesor Mario Murgia traduce y edita Sonetos y una canción de John Milton, una recomendable colección de veinticuatro piezas del poeta inglés.
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La poesía épica no es demasiado popular hoy en día. Clásicos como Paraíso perdido (1671) de John Milton son poco frecuentados fuera de los círculos de especialistas. Pero la lírica es más accesible. Milton la cultivó en forma de veintitrés sonetos (seis de ellos en italiano) y una canción. Mario Murgia los ha traducido y editado en Sonetos y una canción (Aquelarre, 2022). Se trata de la primera edición bilingüe de estas piezas publicada en Hispanoamérica.

Profesor de literatura inglesa en la UNAM, Murgia conoce profundamente la vida y la obra de Milton. De ahí que sus notas y glosas, rigurosas y amenas, resulten muy útiles. Y no me refiero solo al prólogo, sino también a los breves textos introductorios que anteceden a los poemas. Así, el lector no pierde detalle del turbulento siglo XVII inglés con el que Milton tuvo que lidiar. Murgia también desgrana vicisitudes de la vida del poeta relevantes para entender su poesía. 

Milton estudió en el Christ’s College de Cambridge, donde fue objeto de bromas por su aspecto juvenil (aparentaba menos edad de la que tenía). En el soneto VII, escrito al cumplir los veintitrés años, el poeta lamenta el paso del tiempo, el sutil ladrón de la juventud (“subtle thief of youth”) que pasa sin que nos demos cuenta. También le angustia no haber producido aún obras de enjundia. Pero al final se resigna. Cualquiera que sea mi talento, lo usaré para servir a Dios, viene a decir: “… if I have grace to use it so, | As ever in my great task-master’s eye” [… si hallo Gracia para usarlo, | será eterno a los ojos de Quien manda].

Ya en la madurez, Milton perdió la vista. Paradójicamente, fue entonces cuando escribió sus grandes obras. Decía Borges, quien dedicó un soneto a la invidencia de Milton, que “la ceguera es un don”, en el sentido de que todo cuanto ocurre a un escritor “le ha sido dado como arcilla, como material para su arte”. Así, el escritor argentino se integraba en una genealogía de poetas ciegos que se remonta a Homero, pasando por Milton. Y acaso pensara en su soneto XIX, el más conocido del poeta inglés. Milton se lamenta de que su luz se haya extinguido antes de alcanzar la mitad de la vida (“…my light is spent, | Ere half my days”). Le atormenta no poder usar su talento a mayor gloria de Dios, quien mueve a miles de personas a la acción. Pero encuentra consuelo en el memorable último verso: “They also serve who only stand and wait” [también Le sirve quien, constante, espera]. A falta de otras opciones, un ciego puede servir a Dios desde la vida contemplativa, o incluso creativa, como él hace.   

La ceguera reaparece en el soneto XXIII, en el marco de una aflicción aún más acentuada. Las dos primeras mujeres de Milton murieron durante el parto. Este poema parece estar dedicado a la segunda, pues describe a un alma “washed from spot of child-bed taint” [inmaculada tras el parto] que regresa de la muerte para abrazar al viudo dormido. Pero Milton despierta, el espíritu se desvanece, y el alba lo devuelve a las tinieblas: “I waked, she fled, and day brought back my night”. El báculo de su vejez lo constituyeron su tercera mujer, y las tres hijas de su primer matrimonio, a quienes dictó sus grandes poemas tras perder la vista.

La invidencia no recluyó a Milton en una torre de marfil. Otros de sus poemas abordan temas controvertidos que a priori no asociaríamos con la forma del soneto, ni con su fama de beato. Viene a la memoria una cita de su afamado discurso sobre la libertad de imprenta sin censura (Areopagítica, 1644): “I cannot praise a fugitive and cloistered virtue”, que podríamos traducir como “No puedo elogiar una virtud huidiza que se esconde”. La virtud verdadera es la que se expone en la palestra pública y lucha por el bien.  En este sentido, el soneto XI, una invectiva política, muestra a un Milton polemista que contraataca a la prensa que lo criticó por escribir en favor del divorcio. De sus piezas políticas, la más sobrecogedora es el soneto XVIII, una denuncia de la masacre de la secta valdense, en el contexto de las guerras de religión europeas. El poeta era fervientemente antimonárquico y colaboró en la república de Oliver Cromwell, a quien dedica su soneto XVI, menos logrado, pero de gran interés histórico. 

El contraste entre esta serie de poemas y los de tema amatorio es muy notable. Parecen escritos por poetas diferentes. Los sonetos II, III, IV, V, VI y la canzone italianos son menos originales, pues se limitan a seguir las convenciones petrarquistas. Al igual que en España (pienso en Francisco de Figueroa), en Inglaterra no era insólito que un poeta cultivara la lengua italiana. En el caso de Milton, quien cita incluso a Dante en otro soneto (XIII), el hecho tiene interés porque acredita su dominio de esta lengua y su literatura. Pero no son los textos por los que será recordado. Ahora bien, las traducciones del italiano están especialmente conseguidas.  

Las traducciones del inglés son musicales y funcionan como complemento del original. Sin embargo, adolecen de un problema leídas de forma independiente. El inglés es una lengua más concisa que el español. De ahí que al traducir pentámetros yámbicos pueda optarse por (1) el verso alejandrino, cuyas catorce sílabas dan más margen de maniobra que las once del endecasílabo; y/o (2) añadir versos extra. Al mantener el endecasílabo y los catorce versos por soneto, resulta imposible preservar todo el contenido original, lo cual lleva a omisiones y simplificaciones. Doy dos ejemplos del mencionado soneto VII, uno de los mejores. La preciosa imagen del tiempo como un pájaro que se lleva nuestra juventud bajo el ala (“Stol’n on his wing”) desaparece en la traducción. Por otro lado, el verso “But my late spring no bud or blossom sheweth” viene a significar que la primavera/madurez del poeta se retrasa, pues no muestra flores ni brotes (es decir, que aún no ha escrito nada relevante, aunque ya tiene una edad). Es una inquietud con la que cualquier aspirante a escritor puede identificarse. Pero Murgia traduce el verso como “mi tardo abril las flores ha olvidado”, que en su concisión pierde matices. 

Dicho lo anterior, como acreditan los ejemplos que he transcrito entre corchetes, las traducciones son en su inmensa mayoría fieles al original y contienen numerosos hallazgos. En definitiva, pese a las limitaciones señaladas, se trata de un volumen espléndido, muy recomendable para quienes quieran iniciarse en la poesía de Milton de la mano de un guía experto. 

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Luis Castellví Laukamp es profesor de literatura española en la Universidad de Manchester. Ha publicado el libro Hispanic Baroque Ekphrasis: Góngora, Camargo, Sor Juana (Cambridge: Legenda, 2020).


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