Entre el Kremlin y Palacio Nacional

El poder no está para resolver; es ilusión, fuerza y símbolo para manipular cerebros y voluntades. Esta lección es atendida en varias latitudes.
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Ganar la guerra es un juego de ingenuos y entregar resultados de gobierno es un sueño de necios. Victorias contundentes y soluciones reales son temas para burócratas sin plaza, no para mentes de poder. Lo aprendí con este diálogo entre un patriota ruso que lucha en Ucrania y el hombre de Moscú que le paga:

– […] Estoy aquí, en el terreno, y simplemente te digo lo que necesitamos para consolidar la victoria.
–¿La victoria? Me temo que hay un malentendido al respecto. […] Necesitamos que nuestro éxito no sea nunca completo, que la conquista jamás sea definitiva.

El patriota queda estupefacto. Imagino que la quijada de león se niega a subir, que sus manos de oso se contraen, que se le atora el vodka. Han muerto sus colegas, ha matado niñas, han pasado frío y miedo para que Ucrania vuelva a ser la madre rusa, para que Rusia siga siendo grande. Y aquí viene un moscovita trajeado a decirle que no gane, que se la lleve leve. ¿Está peleando para nada? No. Está peleando para algo que no entiende: un espectáculo.

El hombre de poder se lo explica:

Esta guerra no se libra en la realidad, Alexander, se libra en la cabeza de la gente. La importancia de vuestras acciones sobre el campo de batalla no se mide por el número de ciudades que toman, se mide por el número de cerebros que conquistan. No aquí. En Moscú, en Kiev, en Berlín. Piensa en nuestros compatriotas rusos que, gracias a vosotros, recuperan el sentido heroico de la vida, de la lucha entre el bien y el mal y que admiran al Zar, quien defiende nuestros valores.

No puedo evitar reírme, aunque lo hago con una sensación de horror. Yo misma confundo con frecuencia el gobierno con el poder. Pero el poder es ilusión, espectáculo, fuerza, símbolo, miedo y juego para manipular cerebros y con ellos, voluntades. El gobierno qué.

El extracto que me lo recuerda proviene de un diálogo entre dos personajes imaginarios, inspirados en políticos reales que hicieron de las suyas durante el ascenso y consolidación de Vladimir Putin en Rusia. El libro, titulado El mago del Kremlin (Seix Barral, 2023), escrito por el politólogo Giuliano da Empoli, puede ser leído como la biografía novelada de un propagandista, pero es más interesante si se lee como una disección del poder. El poder del espectáculo, de la televisión, de la fuerza bruta, del hombre fuerte que entiende el anhelo de los corazones simples que forman eso que los populistas llaman pueblo. El poder de ese pueblo.

El personaje principal, Vadim Baranov, está inspirado en un siniestro consultor que llegó a ser conocido en la vida real como el nuevo Rasputín. Culto, educado con abuelo aristocrático y padre burócrata soviético, entiende bien que el desenfreno capitalista y el paréntesis democratizador de la nueva Rusia se asientan sobre brasas aún prendidas de autoritarismo feudal y maquinaria estalinista. No olfatea esto como político: lo ve como obra teatral y capta a la perfección el papel que deben desempeñar los personajes para responder, mantener y manipular las emociones del público mientras se desarrolla la nueva transformación (no me la van a creer: es la cuarta en la secuencia de la novela).

El libro derrama ejemplos similares al de la intromisión en Ucrania: el encarcelamiento del hombre más rico de Rusia, atentados terroristas en zonas habitacionales, libertad a los grupos progresistas que quieren cambiar los baños en los bares, cooptación de los grupos radicales como extras en el escenario. todo como actores

“No hay límites para la creatividad de un poder dispuesto a actuar con la determinación necesaria, siempre que respete las reglas fundamentales de cada construcción narrativa. El límite no viene marcado por el respeto a la verdad, sino por el respeto a la ficción”, leo en el libro y regreso a mi reflexión inicial: el gobierno no tiene que ser eficiente si el poderoso lo es de verdad, si sigue el juego y encabeza la farsa.

¿Faltan medicinas? Hay que encabezar una farsa. ¿Falta infraestructura aeroportuaria? ¿Estados Unidos maltrata a los migrantes? ¿Hay decenas de miles de muertes violentas? ¿Los corruptos se ríen? En todos esos casos es rentable encabezar una farsa. No, no se trata de traer medicamentos, de hacer un aeropuerto que resuelva el problema, de llevar la migración a las mesas de negociación, de combatir al crimen o de castigar a los canallas. Con encabezar la lucha basta. Con administrar la rabia es suficiente. El poder no está para resolver. El poder está para sí.

En Palacio Nacional lo entienden bien, lo hacen mejor y han logrado que más de la mitad de los mexicanos, emocionados, aplaudan. El problema es que la farsa lopezobradorista, como la de Putin, no terminará cuando se baje el telón. Su conducta criminal es real. ~

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es politóloga y analista.


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