Sodoma y Gomorra

Marcel Proust, Pier Paolo Pasolini y cómo narrar la perversión.
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Le hasard es un amo caprichoso.

Cuando viajé a China hace poco, sabía que allí iba a leer libros impresos en China y sobre China. Así que no me llevé ninguno. El único libro que me llevé fue uno que no tiene nada que ver con China: Le temps retrouvé, de Proust.

Era la tercera vez que lo leía: primero, como un niño que no entendía la mayor parte de lo que ocurre en el libro, luego a los cuarenta, y finalmente (me temo que por última vez) ahora.

Nunca me había dado cuenta de que este último volumen de A la recherche…. (publicado póstumamente y claramente inacabado) está construido como una obra de teatro. Hay tres o cuatro actos, que se desarrollan en diferentes lugares, ninguno de los cuales (si uno los mirara desde un punto de vista puramente “novelístico”) podría haber sucedido –incluso dentro de los límites de la novela, olvídense de la realidad– como se describe. Sirven para avanzar la historia. Uno de los actos se desarrolla, como es sabido, en un hôtel parisino en 1917 o principios de 1918 (nunca se indica el año, pero la narración lo deja claro) que sirve de lugar donde se pueden ejercer libremente los (entonces considerados) vicios homosexuales y otros. Entre esos vicios está el masoquismo. El barón de Charlus, uno de los protagonistas de los siete volúmenes de Proust, es un asiduo visitante de esta casa de mala reputación.

De Charlus pertenece a una de las familias más famosas de Francia. Aunque en los seis primeros volúmenes de la obra se habla de su homosexualidad y otros “vicios”, estos no conducen a la caída social del barón. En el último volumen, sin embargo, esa caída social se hace evidente. El anciano de Charlus ya no puede controlar sus impulsos. Allá donde va persigue a los jóvenes para encontrar a aquellos dispuestos, por una considerable cantidad de dinero, a pegarle (y luego avergonzarse de hacerlo). Se convierte en objeto, si no de burla y desprecio, sí de conversación libre y despectiva, no solo entre sus pares aristocráticos, sino entre los burgueses que habitan el mismo universo social (incluido el propio Proust) y entre los criados y ayudantes de cámara que a menudo le proporcionan muchachos. De Charlus, pues, como otros miembros de las casas aristocráticas más ilustres de Francia, ya no encuentra consuelo, ni siquiera interés, en frecuentar a sus “iguales”. Condenado al ostracismo, se convierte en un extraño en su círculo social. Cuando no está siendo apaleado por los garçons, juega a las cartas con ellos. Los elementos sexuales y sociales están entrelazados. El primero conduce al cambio de posición social: a la caída.

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Hace unos días vi que en una retrospectiva de las películas de los años setenta (elegidas en memoria del crítico de cine francés Serge Daney) el Lincoln Center de Nueva York proyectaba Salò o 120 días de Sodoma, de Pasolini. Yo era estudiante de bachillerato cuando conocí la película. Se hablaba de ella, se escribía sobre ella y, en cierta medida, se hizo famosa. No la había visto. Está basada en la novela inacabada de Sade. Sabía que Pasolini la ambientó en Salò, la ciudad lacustre del norte de Italia a la que el gobierno de Mussolini, tras ser derrocado en Roma, se retiró, o más bien escapó, en 1943-44. Pensé que, como escriben las críticas de entonces, e incluso las de hoy, trataría de la depravación en su contexto social. La Repubblica Sociale de Salò se creó como un intento desesperado de salvaguardar el dominio fascista en alguna parte de Italia, por pequeña que fuera. Sus gobernantes, como en los últimos días del régimen hitleriano, sabían que no podía durar mucho. De ahí que pudieran dar rienda suelta a su sadismo y libertinaje con cualquiera que encontraran a su alrededor, sabiendo bien que en cierto sentido eran inmunes al castigo: su castigo era la muerte, tanto si en Salò se comportaban bien como mal.

Pensé que Pasolini, cuyas credenciales izquierdistas son bien conocidas, situaría el “vicio” en su contexto social. Pero la película me desengañó totalmente de esa idea. Es un ejercicio gratuito de violencia sexual y de otro tipo. Sitúa ostensiblemente, y de forma falsa y poco convincente, los “acontecimientos” en un lugar gobernado por los fascistas, pero aparte de mostrar el nombre de la ciudad al principio de la película, no hace nada más con ella. No es un ejercicio para estudiar cómo “el poder absoluto corrompe absolutamente”, sino un ejercicio autocomplaciente para escandalizar al público.  

Las entradas para la película se agotaron (solo hubo un pase). Cometí el error de no comprar la entrada a tiempo, y tuve que hacer cola durante casi una hora. Al final, el público aplaudió, aunque débilmente y con cierta torpeza.

Lo que demuestra, en todo caso, es cómo un autor autodeclarado de izquierdas y con conciencia social como Pasolini creó un acto ajeno al tiempo y al lugar con el objetivo de escandalizar sensibilidades y gustos con total ausencia de delicadeza, mientras que, medio siglo antes, un escritor que decía defender el arte por el arte situó las costumbres sexuales y los “vicios” en su contexto social.

Los objetivos de ambos autores eran muy diferentes de lo que lograron.


Publicado originalmente en el Substack del autor.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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