Se considera que China fue el primer país (civilización) que creó la versión moderna del papel. El papel figura como uno de los cuatro grandes inventos chinos (los otros tres son la brújula, la pólvora y la imprenta). Quizá sea también el primer país en desinventarlo.
Lo que llama la atención en la China actual, comparada incluso con la de hace cinco años, es la completa desaparición del papel. Me refiero al papel como medio para transmitir información, no al papel de las servilletas de los cafés. Parte de esa desaparición se celebra quizá justificadamente: en lugar de tarjetas de metro que pueden perderse fácilmente, hay billetes electrónicos en los teléfonos móviles; en lugar de tarjetas de crédito de plástico, hay Alipay y otros sistemas similares disponibles dentro del teléfono; en lugar de billetes arrugados, pagamos las facturas “sin contacto”, directamente con nuestras pantallas. Sería un error considerar este fenómeno un rasgo ideológico vinculado al actual sistema de vigilancia electrónica en China. En todas las sociedades modernas se observan avances muy similares: China está solo ligeramente por delante del resto del mundo. Además, incluso la propia propaganda ideológica se ve afectada por ello. En el pasado, los museos relacionados con actos del Partido Comunista de China tenían expuestas diversas publicaciones aprobadas oficialmente: discursos, resoluciones, biografías. De eso no queda casi nada. En el excelente museo de Shanghái dedicado al congreso fundacional del Partido Comunista Chino, solo hay un libro que se puede comprar en la tienda. Se venden bolígrafos, insignias, paraguas, juguetes, bolsos, pandas, pero ningún documento escrito. Uno buscaría en vano publicaciones tan elementales como el Acta Fundacional del Partido Comunista Chino, sus primeras resoluciones, etc. Además, viendo las ricas exposiciones que tratan sobre el movimiento de la Nueva Cultura de los años veinte y las numerosas publicaciones que se exhiben en el museo, uno se pregunta qué podría mostrarse en el futuro de movimientos culturales similares de hoy en día. ¿Copias de correos electrónicos? ¿Ordenadores portátiles donde se almacenan los textos?
Esta desmaterialización de la información puede celebrarse, quizá a veces demasiado, si pensamos en las ganancias relativamente modestas de eficiencia que se consiguen en comparación con el sistema antiguo, pero los elogios pasan por alto una característica importante.
Las interacciones de las personas no se basan únicamente en el presente. Nuestras interacciones y opiniones son otras tantas “botellas arrojadas al mar” con la esperanza de explicar nuestro pensamiento actual y transmitir al futuro lo que sentimos y lo que hemos aprendido. Esta es la ventaja del sistema escrito frente al oral. El sistema oral no podía transmitir información a lo largo del tiempo ni hacerlo con precisión. Hoy tenemos los versos de Homero porque alguien, con el tiempo, fue capaz de escribirlos. No habrían llegado hasta nosotros si no se hubieran conservado en escrituras hechas de papiro. O mejor aún, como hicieron egipcios, griegos y romanos, la conservación de ciertos hechos se confió a la piedra: era más duradera que el papel, pero era difícil de tallar y transportar en ella mensajes más largos y complejos resultaba complicado.
En las tres semanas que pasé en China, vi, en un hotel de Pekín, dos ejemplares desganados de un periódico en chino y del China Daily expuestos en un bar y que nadie tocaba; a una persona leyendo lo que parecía ser un periódico en un museo de Shanghái; y a un padre leyéndole a su hijo un tebeo en un tren; y ningún otro dato grabado en papel. En tres semanas. Es cierto que he ido a una gran librería de Shanghái con seis plantas de libros; o he visto una hermosa biblioteca nueva en la universidad de Zhejiang. Allí hay muchos libros. Así que el papel como medio de transmisión o almacenamiento de información no ha desaparecido por completo. Pero su función de transmitir la información de hoy hacia el futuro parece haber terminado.
No es una cuestión trivial. Que la información sobre un viaje en metro esté incrustada en un trozo de papel o almacenada en tu teléfono móvil no importa a las generaciones futuras. Pero poner todo el conocimiento moderno en formato electrónico es peligroso. Ya podemos ver sus primeros efectos. El sistema electrónico de almacenamiento es lo suficientemente antiguo como para que nos hayamos dado cuenta de que muchos sitios web, enlaces, blogs donde se almacenaba información ya están a estas alturas caídos, borrados o han sido trasladados a otro lugar. La información sobre la renta de los hogares o las características de las personas que se recogía en el pasado se ha perdido en muchos casos porque los sistemas informáticos utilizados para leer y procesar dicha información han cambiado. De manera paradójica, pero nada sorprendente, toda la información que podemos obtener sobre algunas encuestas de población del pasado (y no hablo aquí de datos antiguos, sino de información de hace veinte años) procede de los resúmenes impresos de dichas fuentes. Lo he visto muy claramente en las encuestas a hogares en la época soviética, cuyos datos se han perdido irremediablemente porque ya a principios de la década de 1990 la tecnología había cambiado por completo y, a falta de un esfuerzo enorme y costoso, las tarjetas informáticas de fabricación soviética ya no se podían leer. Pero el problema es el mismo en todas partes. Ya no es posible acceder a los microdatos estadounidenses de los años cincuenta y principios de los sesenta.
Con la transferencia total a la información exclusivamente electrónica nos dirigimos hacia un “presentismo” siempre dominante. La información puede transmitirse de forma aparentemente eficiente y sin costes hoy o en un periodo de tiempo muy corto, pero después se pierde para siempre. Cuando nuestra civilización desaparezca, los nuevos investigadores, quizá a miles de años vista, se enfrentarán al enigma: ¿desapareció la alfabetización? ¿Cómo explicar que una civilización de la que existen millones de registros escritos (que se salvarían como se salvaron los Rollos del Mar Muerto) haya abandonado de repente la alfabetización y vuelto a la comunicación oral y a la barbarie?
De hecho este mismo post, valga para lo que valga, desaparecerá para siempre en cuanto la web en la que lo lees se pliegue y tome el relevo otro formato de difusión. Hasta entonces, intenta grabarlo en piedra… ~
Traducción del inglés de Daniel Gascón. Publicado originalmente en el Substack del autor.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).