Regionalismo, particularismo y el futuro de la política española

En su proceso de vaciamiento del Estado (vendiendo cachitos de él a los partidos nacionalistas), Sánchez está vaciando el PSOE, que es un partido más personalista que nunca.
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Toda elección regional se lee en clave nacional: es algo extraño en un país tan descentralizado (a pesar del relato nacionalista que señala lo contrario). Y toda elección, cualquiera, es un plebiscito sobre el líder de turno, a pesar de que tenemos un régimen parlamentario y no presidencialista. Las elecciones gallegas del domingo se han leído desde estas dos perspectivas. Han sido en clave nacional porque el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, gobernó Galicia con mayorías absolutas entre 2009 y 2022: su sucesor, Alfonso Rueda, ha conseguido mantener esa racha con un resultado excelente (40 diputados de 75). Y han sido un plebiscito sobre Feijóo y su liderazgo post-Galicia: ha demostrado que dejó todo atado y bien atado. 

Pero también han sido un plebiscito sobre el presidente Pedro Sánchez. ¿Está funcionando su estrategia de alianza con los partidos nacionalistas? En parte sí: ahí sigue, gracias a su apoyo. Y el PSC fue el partido más votado en Cataluña en las elecciones generales del 23 de julio. Pero el coste para el PSOE a nivel nacional es altísimo. En Galicia, los socialistas han pasado de 14 escaños a nueve, y los nacionalistas del BNG ahora tienen 25 diputados, frente a los 19 de 2020 (o los seis de 2016). 

En su proceso de vaciamiento del Estado (vendiendo cachitos de él a los partidos nacionalistas), Sánchez está vaciando el PSOE, que es un partido más personalista que nunca y sin disidencia ni pluralidad interna: solo queda Emiliano García-Page en Castilla La Mancha, cuya supuesta disidencia sirve para dar una apariencia de pluralidad en el partido. Su atractivo en las regiones no nacionalistas es cada vez menor, y en las nacionalistas quizá empiece a ocurrir lo que ha ocurrido en Galicia: el votante prefiere el original (el partido nacionalista de turno) que su copia (un PSOE que lleva años intentando vender a su votante las bondades de sus socios nacionalistas). No parece una estrategia inteligente para el largo plazo. 

Como ha escrito Manuel Arias Maldonado, Sánchez ha promovido “una concepción plurinacional del país que va calando entre amplios sectores del electorado –ya es casi una cultura– y convierte la política nacional en una convención de particularistas dedicados al desguace del Estado democrático”. Esta lógica se da incluso en los parlamentos regionales: Democracia Ourensana, un partido personalista del excéntrico alcalde populista de Ourense Gonzalo Pérez Jácome, ha obtenido un diputado en el parlamento gallego. Su interés no parece que vaya a ser la gobernabilidad de la región, sino que sus intereses particulares estén representados. 

Esta lógica produce un incentivo muy perverso. Si eres un político murciano y quieres que te hagan caso en Madrid, crea un partido particularista y chantajista y nacionalista murciano que vaya al Congreso a decir “qué hay de lo mío”. Si el líder de turno necesita tu apoyo, te acabará dando lo que quieres. Es la idea que hay detrás del partido Teruel Existe, pero también del Partido Regionalista Cántabro. Son formaciones no nacionalistas que se han dado cuenta de que la mejor estrategia para que te hagan caso en el Congreso es ser nacionalista: apelar a un orgullo herido particular que debe ser reparado moral y políticamente (y, por el camino, llevarse privilegios y prebendas). Volviendo a Arias Maldonado, es la “lógica de gobierno desarrollada por el PSOE de Sánchez en Madrid: conviértete en minoría territorial indispensable para la conformación de una mayoría parlamentaria y pide por esa boquita”. 

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