De todos los sitios sorprendentes que Sherry Simon visita en Translation sites. A field guide, la torre de Babel destaca por su vigencia atemporal. Su libro está estructurado como una guía de viaje en la que convergen tanto una profunda reflexión sobre las diferentes caras de la traducción como los afectos íntimos, el espacio histórico y una memoria colectiva caracterizada por su pluralidad y polifonía. Todo ello aderezado con su agudeza y sensibilidad para la crítica cultural. El recorrido que propone atraviesa lugares simbólicos y espacios geográficos reales, en los que la liminalidad, el conflicto, la negociación y el encuentro juegan un papel central. En su capítulo “The tower”, la travesía de la autora parte del mito bíblico de la torre de Babel para finalizar en los escritos de Primo Levi, y explora en el trayecto las pinturas de Brueghel, la Divina comedia, la crítica derridiana, los documentales sobre el Holocausto y la ensayística de Juan Benet. En todas sus configuraciones históricas, la torre es un sitio de conflicto teórico: representa, por un lado, una moraleja acerca de los peligros de la soberbia humana, de nuestra tendencia testaruda a retar lo divino. Por otro lado, la torre de Babel también encarna la nostalgia romantizada por un pasado mítico que hemos construido en el inconsciente colectivo, un anhelo por ese brevísimo instante en el que la humanidad hablaba una lengua común y se unía para lograr lo imposible.
A veces parece que finalmente hemos regresado a aquella utopía. En esta época de Google Translate y ChatGPT, no existe barrera lingüística que nos divida. El internet se ha convertido en una versión virtual de esa torre bíblica en la que todos los que la construimos hablamos un idioma diferente, pero de alguna manera logramos entendernos. Además de las herramientas de traducción automática impulsadas por la inteligencia artificial, otro elemento que ha sido fundamental para la manifestación de este entendimiento universal ha sido la dispersión y resignificación de los emoticones y los memes, los cuales difuminan cada vez más las barreras entre la comunicación verbal y el lenguaje pictórico. Me encantaría presentar un diagnóstico optimista ante esta tendencia a homogenizar el lenguaje y asegurar que trae consigo la posibilidad de una interacción más pacífica y colaborativa entre las personas, pero la realidad es que, mientras más parecido hablamos, menos nos entendemos.
Cada vez hay menos espacios virtuales que hayan permanecido libres de la infección causada por el virulento lenguaje polarizado. Ya sea dentro de secciones de comentarios, en los hilos de conversación, o a través de videorrespuestas y videoensayos en múltiples plataformas, parece imposible escapar al sentimiento de que siempre debemos escoger un bando y defenderlo de aquello que es contrario o externo. Incluso dentro de grupos que comparten pasiones, posturas y lenguajes (como fanatismos, grupos políticos, artísticos, religiosos, deportivos o académicos) la tendencia a la sectarización y el tribalismo es inevitable.
¿Ha existido algún momento en la historia en el que las cosas no fueran así?
Con su pintura, Brueghel buscaba criticar las monarquías papales y su imposición del monolingüismo latino mediante la impresión de la Biblia en esta lengua; y con ella señaló la arrogancia humana del Vaticano de querer controlar lo divino. Los procesos de colonización, siempre potenciados por la violencia y la imposición lingüística, religiosa, política y epistemológica, han logrado la extinción de cientos de miles de lenguas. Y, por el significativo atraso que llevamos en la implementación de políticas lingüísticas adecuadas, muchas más se encuentran en peligro. Sin embargo, creo que con el lenguaje del internet estamos construyendo algo mucho peor: un algoritmo omnipotente capaz de leer nuestros hábitos de consumo para acomodarnos en comunidades virtuales basadas en una división perpetua, pero bajo la ilusión de una ausencia de barreras. Las seducciones y exigencias de la vida digitalizada nos mantienen atados al adictivo imperio del discurso, pero muchas veces no nos damos cuenta qué tanto de ese discurso está mediado por lenguajes predictivos que solo tienen un propósito: vendernos cosas.
Por eso el castigo de Babel –dividirnos en tantos idiomas diferentes– fue lo mejor que le pudo haber pasado a la humanidad. El desarrollo de la capacidad para la diversidad lingüística, de esa habilidad para descifrar y empatizar con las múltiples maneras de concebir el mundo a nuestro alrededor, ha sido uno de los mayores motores para detonar el impulso de la colaboración humana. En el esfuerzo de entendernos entre lenguas diferentes existe normalmente una predisposición a la empatía y el reconocimiento de la diferencia. Por eso creo que vale mucho la pena todo el trabajo que implica aprender otras lenguas y aprender a traducir. Es un esfuerzo que trasciende nuestras habilidades lingüísticas ya que nos requiere también una capacidad para entender los afectos, los gestos y símbolos de las personas que tienen formas distintas de comunicarse. La traducción automatizada nos priva de esa experiencia; ese es su verdadero peligro. Ahora que todas las personas que habitamos el internet podemos pelearnos en el mismo idioma, quizá lo que necesitamos es un traductor ideológico: una máquina que nos permita sobrevolar los abismos que han surgido entre las personas que no piensan igual.
Nuestra torre actual es caótica como la de Brueghel: en vez de erigirla ascendente en una escalera al cielo, construimos miles de recámaras reclusas y pasadizos que no llevan a ninguna salida. Dentro de los recovecos de esta torre, solo reverbera el eco de nuestras propias creencias y palabras. Levantamos sus muros con insultos, falacias y denostaciones, y nunca logramos ver hacia dónde nos lleva ese frenesí.
¿Qué fuerza divina podría pulverizarla con su furia? ¿Cómo viviríamos de nuevo unidos en la incertidumbre de la intraducibilidad instantánea? ¿Cómo cambiaríamos si nos despojaran del falso sentimiento de seguridad que nos da la comunicación fácil y quedáramos al desnudo y vulnerables ante la fragilidad de nuestra humanidad compartida?
Lo que tiene la capacidad de unirnos no es simplemente el lenguaje por sí solo, sino el propósito que decidimos darle. En Babel este propósito era la posibilidad de los sumerios de concluir su titánica edificación para alcanzar a Dios (otros dicen que en realidad buscaban construir un refugio lo suficientemente alto como para sobrevivir a un segundo gran diluvio). Para Primo Levi, aquello que unió a sus compañeros prisioneros en el campo de concentración (provenientes de contextos lingüísticos muy diversos) era el sentimiento de deshumanización que surge solo en la más profunda desesperación, al ser obligados a construir una torre industrial para el ejército nazi. El escritor cuenta que todos sus compañeros usaban palabras diferentes para nombrar los ladrillos, pero en el fondo el significado era el mismo: el odio. En este tiempo de incertidumbre y pesimismo ante el futuro, ¿qué propósito logrará unirnos? No tengo la capacidad predictiva de los algoritmos que mueven el internet, pero estoy convencida de que se encuentra fuera de la virtualidad, en donde las diferencias se hacen tangibles y nos invitan a explorarnos con respeto, empatía y curiosidad. ~