Foto: Presidencia de la República de Chile

Boric y sus aliados: tensiones y contradicciones

Son pocos los líderes que, como Gabriel Boric, han entendido mejor el adagio marxista relativo a ser flexibles en la táctica, pero rígidos en los principios.
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¿Quién es Gabriel Boric? La pregunta no es trivial y surge de manera recurrente. A lo largo de la trayectoria del otrora dirigente estudiantil, ex parlamentario y actual presidente de la República de Chile, hemos sido testigos de cómo ha convertido la plasticidad en las formas y estilos en uno de sus principales activos. Comprenderlo como actor político local y regional pasa por entender esta complejidad. 

En política, las formas importan porque modelan el tono. Para un dirigente de izquierda parecen ser aún más decisivas, ya que calibran la pulsión entre la voluntad revolucionaria y la vía reformista. Sin embargo, el destino es el mismo: socialismo. Esto sugiere que la aparente moderación de Boric opera únicamente a nivel periférico, puesto que sus ideas se han mantenido invariables, como se verá después.

Boric es el primer exponente latinoamericano de lo que se ha denominado “nueva izquierda”, en el sentido de representar a una corriente crítica del consenso socialdemócrata que gobernó Chile durante 24 años, entre 1989 y 2021. Desde sus años en el movimiento estudiantil, el joven líder –oriundo de la región de Magallanes, la más austral del país– manifestó un enfoque impugnador del camino adoptado por esta izquierda durante la transición política chilena, acusándola de simplemente administrar el modelo de desarrollo implementado durante el régimen militar. Este análisis miope desconoce que dicho modelo (que no es más que el conjunto de interacciones entre agentes libres, que responden a incentivos en el marco de una sociedad donde se resguarda el derecho de propiedad) generó décadas inéditas de desarrollo y progreso. La centroizquierda introdujo cambios significativos durante sus respectivas administraciones en diversos niveles, particularmente en el ámbito de la política económica y social. No por nada, en su visita a Chile el año 1992, el prestigioso sociólogo Alain Touraine señaló: “esta no es una transición perfecta, pero es la mejor que yo haya conocido”. 

El discurso crítico al rol de la Concertación, alianza que tuvo como eje central al Partido Socialista y la Democracia Cristiana chilena, fue marginal durante la transición democrática posterior al régimen militar de Augusto Pinochet. Estuvo protagonizado por la izquierda extraparlamentaria, liderada por el Partido Comunista de Chile y otras agrupaciones y movimientos sin mayor incidencia en la política institucional.

Sin embargo, el desgaste natural de una coalición expuesta a tantos años de administración del poder como la Concertación, que gobernó entre 1990 y 2010, abrió el paso, paulatinamente, a una narrativa autoflagelante respecto al rol del socialismo chileno. A su vez, la llegada de la centroderecha al poder en 2010, por primera vez desde el retorno de la democracia, fue un factor determinante para que este discurso impugnador de la socialdemocracia comenzara a ser hegemónico dentro de la izquierda.

En este proceso, la segunda administración de la expresidenta Michelle Bachelet (2014-2018) fue decisiva. Se conformó la llamada Nueva Mayoría con los líderes de la generación estudiantil de 2011 –entre ellos, Boric– en el Congreso y con la incorporación del Partido Comunista a la alianza de gobierno, por primera vez desde el fatídico mandato de Salvador Allende en 1970. Este conglomerado de gobierno presentó un carácter diametralmente distinto al tenor impuesto por las administraciones de la otrora Concertación. Se impulsaron reformas estructurales en áreas fundamentales. 

En material electoral, las modificaciones produjeron una significativa fragmentación del sistema político: el número de partidos presentes en la Cámara de Diputados pasó de un promedio de siete a más de veinte. También se llevó a cabo una reforma tributaria que desalentó el ahorro y la inversión, condicionando nuestros niveles de crecimiento económico hasta el presente. Otro punto nodal fue la reforma educacional. Por un lado, se asfixió la educación particular subvencionada con trabas burocráticas; por el otro, se puso énfasis en políticas regresivas, como la gratuidad en la educación superior, en lugar de otorgar mayor apoyo y financiamiento a la educación preescolar y primaria. 

Este punto resulta fundamental. Max Weber definió dos éticas centrales en la actividad política: una, la de la convicción, que justifica las decisiones conforme a creencias y principios, sin atender a sus consecuencias; la otra, la ética de la responsabilidad, que funda las decisiones no en meras convicciones sino también en las posibles consecuencias de éstas. 

Mientras la Concertación fue un proyecto que mayoritariamente adoptó la ética de la responsabilidad en la conducción del país, a partir del segundo gobierno de Michelle Bachelet y, particularmente, durante la administración del Frente Amplio, ha predominado la ética de la convicción.

El Frente Amplio es un proyecto que se concibe a sí mismo como depositario de una izquierda químicamente pura, crítica de la Concertación, que busca en un horizonte de mediano y largo plazo superar el capitalismo, como lo señaló en julio de 2023 el propio Boric a la BBC de Londres: “una parte de mí quiere derrocar el capitalismo”. A diferencia del socialismo tradicional, que apostaba por la defensa de la igualdad como valor universal, con un objetivo de redistribución, esta nueva izquierda apuesta por centrar su discurso y oferta programática en causas identitarias (género, raza, orientación sexual), con un propósito de reconocimiento de estas, más que de mera redistribución. Sin embargo, no es posible entender al Frente Amplio sin la Concertación, como tampoco es posible entender al Frente Amplio sin Michelle Bachelet, quien no solo lo acogió en el gobierno sino que también lo promovió durante su segundo mandato. Por ende, mientras la esencia del frenteamplismo se define respecto de la Concertación por negación, con el segundo gobierno de Bachelet fue capaz de generar articulación.

Un segundo actor clave para explicar el fenómeno político Gabriel Boric ha sido el Partido Comunista de Chile (PCCh). En lo que hoy podría ser visto como un preludio de la relación entre el actual Presidente y el PCCh, las elecciones de 2011 de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech) estuvieron marcadas por una intensa pugna de poder entre las izquierdas universitarias. La actual vocera oficial del gobierno, Camila Vallejo, principal líder del movimiento estudiantil de ese año y dirigente de las Juventudes Comunistas, se enfrentó a Gabriel Boric. Boric era el líder de la Izquierda Autónoma, que planteaba como tesis central liderar los procesos de transformación desde los movimientos sociales, no desde los partidos tradicionales como el PCCh. Este movimiento acusaba la influencia del pensamiento de Toni Negri y otras corrientes del postmarxismo, como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.

El posicionamiento de Boric en tanto protagonista de una izquierda crítica de las estructuras tradicionales le permitió desligarse de la pesada carga histórica del comunismo, desde los socialismos reales hasta los regímenes autoritarios como Cuba y Nicaragua. Esta diferenciación con el PCCh en el espacio universitario sería decisiva para que Boric ganara esa elección en la Fech, convirtiéndose en el trampolín definitivo de su meteórica carrera política.

Ya siendo electo parlamentario por la región de Magallanes, Boric volvería a enfrentarse al Partido Comunista. Tras las manifestaciones sociales y estallidos de violencia iniciados en octubre de 2019, el diputado firmó a título personal el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. Se habilitó una vía institucional para abordar la severa crisis política y social que azotó al país, que intentó desestabilizar al segundo mandato del expresidente Sebastián Piñera a través de la violencia. A diferencia de Boric, el Partido Comunista no suscribió ese acuerdo.

Sin embargo, esta no sería la única diferencia durante ese periodo. En el marco de las elecciones primarias para definir al abanderado del conglomerado Apruebo Dignidad –integrado por el Frente Amplio de Boric y el Partido Comunista–, se hicieron visibles las discrepancias entre ambos grupos en materia de política exterior, en específico, respecto a la situación política de Venezuela. Boric, a diferencia del candidato comunista, Daniel Jadue, condenó las violaciones a los derechos humanos del régimen de Maduro, lo que le permitió proyectar una imagen de mayor moderación respecto a su contendor comunista, aspecto que resultaría crucial para su posterior triunfo como candidato único de la alianza de izquierda entre el PCCh y el Frente Amplio.

Como se ilustra, estas diferencias con el PCCh han sido funcionales a la estrategia de Boric de solapar la radicalidad de su proyecto político. El diseño original de esta administración contemplaba implementar su programa de gobierno bajo el alero de una nueva constitución nacional refundacional y maximalista. El proyecto se desdibujó en su versión original tras el estrepitoso fracaso del primer proceso constitucional, que intentó institucionalizar el ideario de la revuelta de octubre de 2019. El texto resultante fue rechazado por un 62% del electorado el 4 de septiembre de 2022. Tras este paso en falso, tanto el Frente Amplio como el Partido Comunista debieron recurrir a los otrora criticados y cuestionados cuadros de la ex Concertación, hoy bajo el rótulo de Socialismo Democrático, para intentar proporcionar un mínimo nivel de soporte, gestión y gobernabilidad a su administración. De esta manera, se refugiaron tácticamente en aquello de lo que antes renegaban 

Este historial de encuentros y desencuentros, tensiones y contradicciones de Boric con sus aliados también ha quedado recientemente expuesto a raíz del fraude electoral perpetrado por el régimen de Nicolás Maduro. Boric, como el tomador de riesgos innato que es, tempranamente expresó reparos a la elección, exigiendo transparencia y denominando al régimen como lo que es: una dictadura. Sin embargo, esta claridad comunicacional y el posicionamiento político regional no se han visto acompañados de acciones diplomáticas más enérgicas en la materia, mientras que el Partido Comunista de Chile, que integra su gobierno, continúa defendiendo al régimen de Maduro, cuestión que a Boric no parece incomodar del todo, en la medida en que estima que hay diferencias que dividen y otras que conviven. Y para Boric, la diferencia con el PCCh sobre Venezuela es una discrepancia con la cual se puede coexistir.

¿Es posible continuar en una coalición de gobierno con quienes relativizan el rol de los derechos humanos y la democracia? Desde el pragmatismo político, alguien podría señalar que sí, y es acá donde parece estar la clave del asunto. Son pocos los líderes como Boric que han entendido mejor el adagio marxista relativo a ser flexibles en la táctica, pero rígidos en los principios. A la luz de los hechos, Boric sabe que su lugar es y seguirá siendo la izquierda, por más giros y adecuaciones estratégicas que emplee. ~ 

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Bettina Horst es Directora Ejecutiva de Libertad y Desarrollo y Presidenta de la Red Liberal de América Latina (RELIAL).

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Jorge Ramírez es Cientista Político en Libertad y Desarrollo.


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