Desde hace años he venido diciendo a mis estudiantes de literatura que Han Kang ganaría eventualmente el Nobel, pero nunca supuse que este reconocimiento vendría tan pronto. Autora de una decena de volúmenes de narrativa y poesía, Kang no es una desconocida en el mundo de las letras. Cuatro de sus novelas –La vegetariana, Actos humanos, Blanco y La clase de griego–, han sido traducidas al español. Otra novela está anunciada para principios de 2025 en el mercado anglosajón: We do not part. Supongo que tal y como sucedió con los cinco o seis previos ganadores que, como Kang, no eran tan conocidos como muchos otros candidatos al premio, sus libros serán rápidamente traducidos y publicados para que la curiosidad se convierta en negocio.
El Nobel de Literatura no es el primer galardón de importancia que Han Kang, nacida en 1970 en la ciudad de Gwangju en Corea del Sur, ha recibido. En 2016 fue merecedora del Premio Booker Internacional por La vegetariana, una novela que relata las consecuencias que sufre una joven coreana luego de tomar la decisión de no comer carne. La reacción violenta de su padre y de su esposo, así como el azoro de la mayor parte de su entorno familiar ante ese acto de rebelión cultural y personal, revelan el lado oscuro de la sociedad machista y patriarcal de Corea del Sur. La vegetariana, publicada originalmente en Seúl en 2007, convirtió a Kang en una autora de culto y sirvió para que los editores comenzaran a interesarse en sus otras novelas, a pesar de que, según la propia Kang, el libro fue considerado como “extremo y chocante” en su país natal.
Como tantos otros novelistas, Han Kang comenzó como poeta. Sus primeros poemas fueron publicados a principios de los años noventa. Quizá por esta razón su relación con el lenguaje narrativo pasa siempre por el filtro de la poesía. En una conversación publicada en The New Yorker, Kang afirmó que para ella “el lenguaje es como una flecha que siempre falla en dar en el blanco por un margen estrecho y es también algo que transmite emociones y sensaciones que producen dolor.” Por esta razón no sorprende que su obra sea con frecuencia oscura y se ocupe del trauma personal, así como del dolor colectivo.
Su segundo libro traducido a otros idiomas fue Actos humanos, una novela muy dura que comienza en un gimnasio transformado en morgue, a la que van llegando docenas de cadáveres de estudiantes y trabajadores masacrados luego de una serie de protestas en contra del régimen del general Chun Doo-hwan. Actos humanos se basa en una tragedia real: la Rebelión de Gwangju o el 18 de mayo, como se le conoce en ese país asiático. En 1979, el año anterior a la matanza, Doo-hwan perpetró un golpe de Estado en contra de su mentor y aliado, el dictador Park Chung-hee, impuso la ley marcial, cerró universidades, prohibió la disidencia política y censuró a la prensa. En mayo de 1980, estudiantes y trabajadores en Gwangju, la ciudad del sur de Corea en la que Han Kang nació y había dejado recientemente porque su padre, escritor y profesor de literatura, aceptó una oferta de trabajo en Seúl, organizaron jornadas de protestas masivas en contra del gobierno militar. La protesta fue apoyada por ciudadanos y trabajadores de la ciudad. Durante nueve días los manifestantes formaron una comuna semejante a la Comuna de París. El 27 de mayo, Doo-hwan envió el ejército a Gwangju para reprimir a los miembros de la comuna. Las fuerzas armadas asesinaron a cientos de jóvenes estudiantes y trabajadores. Narrada por las víctimas y los sobrevivientes ficticios de la masacre, Actos humanos es una denuncia desgarradora de un evento brutal que fue un parteaguas en la vida política y social de los surcoreanos, muy semejante al 2 de octubre mexicano. Como sucedió con la masacre de Tlatelolco, la verdad de la carnicería de Gwangju fue también manipulada y negada por las autoridades del país asiático.
A los doce años, Kang descubrió entre los libros de sus padres un volumen que contenía fotografías de la masacre. Se trataba de una edición clandestina que circulaba en secreto en Corea del Sur. Esas imágenes fueron la génesis de su novela, publicada en coreano en 2016. El título en su idioma original es Un chico llega, pero su título en otros idiomas, Actos humanos, refleja el azoro de la autora ante las brutalidades de que somos capaces los humanos, esa habilidad particular que tenemos de infligir trauma y dolor en nuestros semejantes. Al respecto Kang ha dicho que “el trauma es algo que debemos aceptar, más que algo de lo uno deba recuperarse o curarse. Creo que el dolor moral es algo que sitúa el lugar y el espacio de los muertos dentro de nuestras vidas, y que eso, a través de nuestras visitas a ese lugar, a través de esa aceptación callada y silenciosa a lo largo de nuestra existencia, hace que la vida, tal vez de manera paradójica, sea posible”.
Si Actos humanos es un documento literario de denuncia y reflexión que expresa la herida colectiva abierta de una manera brutal, utilizando un lenguaje delicado y poderoso, La clase de griego es una meditación filosófica y poética sobre la imposibilidad de expresar con palabras la complejidad de la emoción humana. La novela, que comienza con una invocación a Jorge Luis Borges y lo sigue citando a lo largo de la trama, relata la relación de un profesor de griego que se ha ido quedando ciego, como el argentino, con su alumna, una mujer que lo ha perdido todo, incluso la capacidad de hablar quizá como una consecuencia de tanta pérdida. Si la prosa de Actos humanos está construida con un empeño lírico oscuro y excesivo, la de La clase de griego está, por el contrario, hecha de susurros, fragmentos de poemas y silencios narrativos. Que esta novela sea una especie de tratado sobre el silencio y la ceguera no es casual. Publicada en coreano en 2011, es el resultado de un largo año durante el cual Kang no pudo escribir ni una sola línea ni leer una sola página. Como el Borges narrador del “Poema de los dones”, Kang sufrió la maldición de amar la lectura y no poder leer nada. Sobre el lenguaje, la autora dijo en otra entrevista: “Es un medio imposible. Siempre falla. Ya que empecé como poeta siempre sentí eso, pero ese año lo sentí más, esa imposibilidad del lenguaje.” Es posible pensar que el silencio de la protagonista sin nombre de este poderoso libro no sea el resultado de perder a su madre, divorciarse de su marido y perder la custodia de su hijo, sino también el de la mujer que durante generaciones ha extraviado la voz en una sociedad que históricamente se la ha negado.
Blanco, el cuarto libro de Kang disponible en español, fluye como La lección de griego entre la primera y la tercera persona. La primera es un álter ego de la propia autora que recorre Varsovia mientras que la tercera, un fantasma, es la hermana mayor que murió en brazos de su madre a las pocas horas de haber nacido. Si La clase de griego está construido con valores negativos, silencio y oscuridad, Blanco, publicado en Corea en 2016, es luminoso (sí, como el Blanco de Octavio Paz). Capítulos titulados con objetos blancos: nieve, hielo, luna, arroz, papel, mortaja. Más que los otros libros de Kang, este realmente navega entre la poesía y la prosa de una manera más intencional y evidente. Al inicio del libro la protagonista dice: “Necesitaba escribir este libro y que el proceso de escribirlo fuera transformativo, que se transformara en algo así como un ungüento blanco aplicado a una herida, como gasa sobre una herida. Algo que necesitaba”.
Espero con ansia la próxima novela de Han Kang. La distinción de la Academia Sueca fue acertada y nada tiene que ver con el hecho de que la escritora laureada sea una mujer asiática que nadie conoce, como algunos ya han comenzado a sugerir. Kang posee una voz seria, comprometida con la literatura y la historia, sin otra agenda que la investigación de la forma literaria, la exploración de las contradicciones del lenguaje, la indignación serena ante la barbarie y el azoro ante el milagro cotidiano de la vida. ~
(Ciudad de México, 1961) es autor de cinco novelas, la más reciente es La puerta del Círculo Polar Ártico.