Bucles en el tiempo

Perspectiva descendente

Luis Vicente de Aguinaga

Medusa

Chihuahua, 2024, 108 pp.

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En uno de sus más celebrados álbumes de su época madura, Time out of mind, Bob Dylan escribe un largo poema titulado “Not dark yet”. Vuelve así a una obsesión que ya lo visitaba en los setenta, cuando escribió “Knockin’ on heaven’s door”. Pero en el viejo Dylan de los noventa, que descubrió que (para algunos) es más fácil ser nominado al Nobel (y ganarlo más tarde) que morirse, el discurso es menos apasionado y evoca con menor algidez la cercanía con el último día de vida.

Traigo esto a colación porque, al leer Perspectiva descendente, de Luis Vicente de Aguinaga, visité también Reducido a polvo, el volumen de su autoría que ganó el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2004. En ambos encuentro una concentración lírica relativa al paso del tiempo, aunque en Perspectiva descendente la experiencia meditada en torno a la profundidad de esta reflexión lo lleva a anotar en los márgenes del poema todo lo que ocurre mientras el tiempo pasa. O hacer de los márgenes el poema en sí. Así, escribe en “Que un día cesara” (de Reducido a polvo): “Te imaginas esto. // Que adentro de las piedras, / al reverso del orden de la noche. // Que muchas de las cosas / que sabes, que son / pocas. // Que el reverso, donde // no puedo estar. No puedo / aún decir: “Fui.” / No puedo aún decir: / “No.” // Estoy pidiendo.” Llama la atención que el poeta de entonces, con apenas 32 años, ya tuviera entre sus temas literarios el de la trascendencia ultraterrena; no tanto la muerte apasionada, entrevista en una cantina donde nos pega un golpe de vanidad, sino un cesar de la existencia filosófico y maduro. Encontramos el mismo tema veinte años después, pensado con mayor reposo, cuando el poeta escribe, en Perspectiva descendente: “Mis dientes eran treinta y dos migajas / de un solo pan cuadriculado. / Busca mis huesos, mis rodillas. / Nada más existí / la noche de mi nacimiento, pero la noche de nacer / fue la noche también de deshacerme.”

El caso de Aguinaga (Guadalajara, 1971) es peculiar en la poesía mexicana porque se ha mantenido fiel a un estilo que cultiva con gracia y le da muy buenos resultados: prefiere el verso libre y la evolución de los asuntos que trata está mediada por símiles y metáforas que desarrollan el aspecto lógico y filosófico de lo que enuncia: “Tras extenuantes años de conflicto / al fin estoy en paz con mi cabello. / Es una paz, como se dice / muy largamente acariciada. // Siempre me fastidiaron sus enredos. / En realidad ya nunca digo siempre / y solo a veces digo nunca, / todo con tal de huir de tantos rizos / y tantos bucles en el tiempo. […] Nos tomó una niñez / aceptarnos de jóvenes / toda la juventud / aceptar la vejez […]”

Otro rasgo importante de su trabajo poético es que frecuenta los que conocemos como ámbitos clásicos de la poesía: la luz, la noche, el tiempo, el amor. Esto lo hace un poeta que escribe poemas y no tanto “libros de poesía”. No es la intención del presente texto determinar la superioridad de unos sobre otros. (Quizá solo convenga apuntar que, cuando están bien escritos, los libros de poemas son tan meritorios como los poemas totales, y que nadie recuerda los malos poemas de amor aunque estén inspirados en los más grandes poetas latinoamericanos.) El trabajo literario de Aguinaga se aprecia aún más entre una mayoría de poetas que viven en constante adaptación a las modas de estilo y a un carrusel a veces muy finito de temas (al menos ya dejamos en paz a las vacas a finales de 2024).

He de decir que me llamó la atención que el libro en sí es un pequeño volumen de cuarenta páginas de poemas traducidos tanto al francés como al inglés. Y aunque aprecio el esfuerzo que Françoise Roy y Robin Myers hicieron (y que, me parece, tendría mayor repercusión en países donde se habla inglés y francés), me pregunto qué sentido puede tener publicar estas traducciones en un libro que circulará en México pues, al ser un libro cuidadosamente editado por lo que podríamos denominar una editorial mexicana independiente, ese es su destino: circular en librerías mexicanas y en ferias del libro de la república, ser regalado o vendido por el autor, algo que los poetas encontramos perfectamente normal, dado que ahora como antes (¿como siempre?) la poesía contemporánea no es de grandes auditorios y hordas de lectores. Y, sin embargo, dos terceras partes del libro resultan difíciles de apreciar para el lector de poemas en español. Al menos yo percibo con mucha dificultad si un poema está bien traducido al inglés, ya no digamos al francés, que me queda a años luz.

¿Por qué se hizo este enorme esfuerzo?, me pregunto. ¿Faltaban páginas para un volumen de poesía? ¿Sigue pesando entre los poetas mexicanos la sensación de que los poemas traducidos “salen más”? Quizá, al ser también traductor, Aguinaga encuentra cosas distintas en sus poemas vertidos al inglés y al francés y puede apreciar el trabajo de las traductoras con mayor profundidad que los demás. Sin embargo, no deja de parecer peculiar para los lectores en español: ¿qué debemos entender a través de estas traducciones que algunos no podemos apreciar?

El medio de los poetas es uno muy particular, a veces un poco solitario. He sido parte de él desde principios de siglo y he visto surgir y desaparecer pequeñas editoriales y revistas de poesía como setas de verano. Los editores suelen ser poetas, cansados de vivir relegados por un par de colecciones del Estado y por otro par de editoriales prestigiosas; estas últimas suelen publicar a poetas que nacieron en otro lugar del mundo, uno donde de preferencia no se hable español. Por ejemplo, ha habido temporadas en que sentimos una particular predilección por los poetas de Europa del Este: los traducimos, los publicamos y los invitamos (o invitábamos, la patria está pobre) a nuestros encuentros de poetas. Quizás ocurre esto porque aspiramos a llegar lejos, si no en términos literarios al menos en términos geográficos: salir del ámbito pequeño, de las enemistades asfixiantemente prolongadas y llegar, algún día, mediados por otros idiomas, a países lejanos. Se me ocurre que Aguinaga pudo ser presa también de este embrujo al momento de darnos sus poemas traducidos en lugar de regalarnos más de su poesía luminosa y profunda donde el paisaje humano se desplaza a través del tiempo. ~

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(Ciudad de México, 1982) se define como "onirista". Por su segundo libro de poesía, Tránsito (Fonde Editorial Tierra Adentro, 2011), obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer.


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