Revalorado tardíamente por sus aportes a la arquitectura mexicana –que le valieron el Premio Nacional de Arquitectura dos años antes de su muerte–, fray Gabriel Chávez de la Mora (Guadalajara, 1929-2022) fue también un destacado humanista, pues promovió el respeto y la unión entre religiones, visión que desafió distintos postulados en su vida y obra. Una ojeada a la vasta biblioteca del monje y arquitecto, hoy en proceso de catalogación, nos permite comprender que nos encontramos con el legado material de uno de los pensadores católicos más importantes de nuestro país. La colección se encuentra en el Taller San José Artesano, ubicado al interior del claustro de la Abadía del Tepeyac. Entre sus muros –pulcros, sobrios, casi minimalistas– habitan poco más de veinte monjes de la orden benedictina. Por las mañanas se escucha el canto de los pájaros, el mecer de árboles frondosos, junto con las campanadas litúrgicas: un ambiente de silencio y quietud idóneo para la concentración.
¿Qué nos revela este amplio acervo sobre la visión humanista de fray Gabriel? Más de mil cuatrocientos volúmenes constituyen la biblioteca –que abarca desde teoría estética a crítica de cine–, sin contar el notable compendio de revistas como L’Art Sacréy Revue de l’Art Chrétien, que lo mantuvieron al tanto de las tendencias de arquitectura y diseño sacro europeos con las cuales desarrolló sus propias aportaciones fusionando el estilo moderno y funcionalista de la escuela del Bauhaus con la morfología vernácula, de tal manera que en la convergencia recae su inconfundible impronta vanguardista.
Su vanguardia se deriva en realidad de una serie de cambios en el seno eclesiástico, a propósito de las renovaciones del Concilio Vaticano II (1962-1965). Las secuelas de la “nueva liturgia” dejaron una huella imborrable en su forma de entender tanto los ritos de la misa como su espacio arquitectónico. El concilio abrió la puerta al ecumenismo. En consecuencia, la biblioteca se vuelve un centro de sabiduría y unidad con una perspectiva holística, tal como consigna una tabla de madera que decora la entrada, con máximas provenientes de múltiples textos sagrados (del taoísmo, “sean para ti como tuyas las ganancias de tu prójimo y como tuyas sus pérdidas”; del islamismo, “ninguno de vosotros será verdadero creyente a menos que desee para su hermano lo mismo que desea para sí mismo”). El monje arquitecto no permitió que la rigidez de los dogmas interfiriera en su erudición.
Los sesenta presenciaron una efervescencia militante para un sinnúmero de sacerdotes católicos en América Latina, algunos asociados al marxismo y la contracultura, sentando a su vez las bases de la teología de la liberación. El archivo de fray Gabriel delata una profunda afinidad con esta relectura evangélica de corte social. Sobresale la figura de Sergio Méndez Arceo (1907-1992), obispo de Cuernavaca y gran defensor de los derechos indígenas. Fue la misma década en la que el padre belga Gregorio Lemercier impulsó la labor arquitectónica y artesanal de fray Gabriel, a la par de introducir un revolucionario método psicoanalítico que condenó a Lemercier al ostracismo. La biblioteca incluye una sección dedicada a su estancia en el monasterio de Santa María de la Resurrección en Cuernavaca. A lo largo de su vida, Chávez de la Mora pareció fascinado ante el rechazo e incomprensión general provocados por el psicoanálisis. Entre las publicaciones que remiten a este periodo, se conserva una primera edición de Pueblo rechazado de Vicente Leñero (1933-2014), obra teatral inspirada en el escándalo mediático y el juicio a Lemercier.
En los interiores del ejemplar se guardan recortes de prensa y notas escritas a mano que ofrecen una mirada crítica y esquemática de la praxis vivencial en aquel desaparecido monasterio. Anota el monje: “trabajos → granja → animales: pollos, vacas, cerdos, gallinas, abejas”. Más adelante reflexiona sobre los desafíos inherentes al modelo radical y utópico de Lemercier: “crítica/denuncia → biblia, trabajo ($), arte”. Si bien trabó amistad con Leñero cuando el escritor recurrió a la tranquilidad del monasterio en Cuernavaca para finalizar el manuscrito de Los albañiles, el ejemplar de Pueblo rechazado viene curiosamente exento de dedicatoria. La reacción de fray Gabriel ante la pieza dramatúrgica fue ambivalente. Más que documental, la consideró ficcional, casi “novelesca”.
El acomodo de los libros no solo responde a una disposición práctica para la dinámica de trabajo en su taller, sino también a una afectiva. Junto al escritorio principal, encontramos una sección dedicada a Thomas Merton (1915-1968), autor trapense clave para su formación espiritual desde la universidad. Dado que la orden de Merton exigía una clausura estricta y un desplazamiento geográfico que no figuraba en sus planes, Chávez de la Mora decidió unirse a la orden benedictina. Ambas órdenes siguen la regla de san Benito: la vida dedicada a la oración y el trabajo (ora et labora) con énfasis en el estudio. El propósito ulterior de la lectura no apunta entonces a una mera acumulación de saberes, sino al despliegue de una lectura divina. “Rezar y trabajar durante la mañana, y trabajar y descansar durante la tarde”, propone Merton.
Si la figura tutelar de Merton le acompañaba desde los años vocacionales, Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) representa la culminación de una fervorosa experiencia mística. Dentro del universo lector de fray Gabriel, Teilhard de Chardin simboliza el máximo misterio de la conciencia vinculada a Cristo, una síntesis de inquietudes teológicas y científicas de enfoque evolucionista, así como el testimonio de una vivencia cósmica de la fe. Leyó al sacerdote francés hasta sus últimos días, como evidencia un ejemplar de El corazón de la materia colocado en su escritorio, y que era un libro encarecidamente recomendado a sus hermanos benedictinos.
En efecto, la lectura de Teilhard de Chardin fue una de varias realizadas en grupo, pues los miembros de la Abadía del Tepeyac preservan la costumbre de leer textos religiosos en voz alta durante las comidas. Esto no implica forzosamente una analogía entre la práctica lectora y el alimento, si bien –como puntualiza Merton– la lectura de los salmos puede servir de auténtico pan cotidiano. El monje no lee por placer ni ocio. Incluso el margen reservado a los alimentos dentro de su rigurosa rutina tiene como función acercarse a Dios y honrar su gloria, reforzando a la vez el sentido de comunidad. Así, las redes de la biblioteca personal se ramifican más allá de sus confines, y las ideas de sus autores de cabecera se esparcen del patio a las celdas.
Queda mucho por ahondar en torno a la estrecha relación entre Chávez de la Mora y la cultura impresa; sus textos litúrgicos junto con la invención de su propia tipografía ameritan un ensayo aparte. Pero la trama de fray Gabriel como arquitecto-lector no debe reducirse a un mero proyecto intelectual donde confluyen los intereses de su contexto histórico, sino que relata un largo peregrinaje espiritual desde su natal Jalisco hasta la abadía donde residió por más de medio siglo. Devoción lectora que fue vivida hasta sus últimas horas: su libro de oraciones cayó al suelo mientras rezaba, en el instante preciso en que partía del plano terrenal. ~
El autor agradece a Erick Martínez Saavedra por su generosa contribución a esta nota. Una pieza de fray Gabriel Chávez de la Mora nunca antes expuesta se presenta como parte de la muestra Retorno a la luz, en la galería Alfredo Ginocchio.
(Ciudad de México, 1993) es narrador y ensayista. Maestro
en letras por la UNAM. Autor de La mítika mákina de karaoke (FCE, 2022). Ha colaborado en Montez Press Radio, House of Vans y Dover Street Market París.