Son apenas dos meses. ¿Cómo se reinventa la vida después de casi catorce años de guerra y más de medio siglo de dictadura? ¿En cuánto tiempo? No hay receta y todo modelo o caso previo es inexacto a la hora de pensar en Siria. Ni Irak, con sus propios elementos incomparables y con la intervención estadounidense, o mucho menos Libia, sirven de referencia precisa. Si acaso, cuentan con lecciones o enseñanzas rescatables. Tampoco son ejemplo los países provenientes de la ex Yugoslavia. Aunque la balcanización se mantenga como un verbo de entendido común donde la devastación es norma, las condiciones son en extremo diferentes y el mundo es uno muy distinto. A inicios de diciembre, cuando un grupo de origen islamista entró a Damasco, no faltaron voces que buscaron vincular el futuro sirio con Afganistán, sólo para dejar claro que no estaban interesadas ni en Siria ni en las maneras deleznables de Kabul.
La cascada de eventos que han ocurrido en Siria desde la caída de la dictadura de la familia Assad y la integración de un nuevo gobierno, por su volumen, magnitud y posibilidad de modificar realidades del horror en un plazo breve, lleva a la fascinación. Más allá de entusiasmos o escepticismos.
¿Cuáles son los pasos para rehacer países? ¿Con qué se empieza? En las respuestas obvias puede surgir la urgencia de elecciones, economía, energía o alimento. Todas ellas necesitan de condiciones previas y son resultado de una mínima organización política y social.
Desde fines de 2024, quizá la principal duda alrededor del grupo y liderazgos que tomaron el poder en Damasco caían alrededor de la autenticidad en su discurso de apertura a los no pocos sectores de la sociedad siria; dudas sobre su relación con las mujeres y la educación; sobre la religiosidad y el tránsito del jihadismo tradicional a un islam burocrático y tecnocrático, capaz de articularse en una república funcional. Aún no me atrevo a afirmar o contradecir si esa metamorfosis es posible y menos de manera permanente. En ese discurso, la creación de instituciones de Estado ha sido siempre el eje principal.
Siguen dudas, hay nuevas preocupaciones y reservas, pero ni el pensamiento crítico, ni mi insistencia secular pueden negar lo que ha pasado en tan poco tiempo.
Ahmed al-Sharaa, cabeza de Tahrir al-Sham, el grupo al frente de la expulsión del régimen de Assad, abandonó el uniforme militar desde que se convirtió en el líder de facto del Estado sirio. En árabe, puede importar más la forma en que se dice algo que lo dicho. El cambio de vestimenta no fue un mero asunto cosmético.
El ejercicio de gobierno que efectuó Tahrir al-Sham en la región que controlaban antes de diciembre pasado ya mostraba señales de su enfoque dirigido a lo local: policía, orden, energía y comida. Su estrategia de distribución de pan fue eficiente. Aaron Zellin, probablemente la persona que mejor ha estudiado y escrito sobre Tahrir al-Sham, desarrolló estos aspectos en su libro The age of political Jihadism. Crearon un gobierno eficaz y con ese esquema han tratado de trabajar, ampliado funciones que antes no necesitaban, como la relación con el resto del planeta. La idea de comenzar por adentro ahora tiene que avanzar simétricamente hacia afuera. Cualquier evento positivo que llegue a Siria depende de entender ese equilibrio.
Mohamed al-Bashir, nombrado primer ministro de la transición, ha ocupado un lugar menos visible que Hassan al-Shaybani, ministro de Relaciones Exteriores y Expatriados. Shaybani estuvo en el foro de Davos, donde planteó elementos del modelo de desarrollo de Singapur o Arabia Saudita en la agenda 2030, habló de los esfuerzos de diálogo con los grupos kurdos y sobre de las sanciones contra Siria. Insistió en que estaban dirigidas a un gobierno hoy refugiado en Moscú.
En dos meses, el nuevo gobierno sirio ha tenido un par de centenares de encuentros diplomáticos. Armenia, Francia, Alemania, Líbano, la Autoridad Nacional Palestina, Suecia, Rusia, Bielorrusia, Noruega, España, Japón, etcétera. Para estándares de cualquier Estado, es una cifra poco habitual. El 13 de febrero, en París, habrá una conferencia internacional sobre Siria.
Por la pérdida de influencia, medios relacionados con Irán o afines a una idea exigua de antioccidentalismo que termina por decantarse a Teherán, emprendieron una campaña que busca refrendar el pasado islamista de al-Sharaa. Es un pasado que conoce bien la sociedad siria, y han tratado de manejarlo en conjunto con algunas acciones de las autoridades que, hasta ahora, han rectificado las declaraciones que generan mayor rechazo. En manifestaciones equivalentes a las proiraníes han coincidido grupos islamófobos y el Estado Islámico, quienes acusan a al-Sharaa y los suyos de traición.
Hay dos gigantescas esferas que dibujar para lo que ocurre en Siria: la política de alta y mediana envergadura y la civil y del ciudadano común, que llegan a cambiar dependiendo de la región.
La Unión Europea suspendió las sanciones en aviación, transporte marítimo, banca y energía. Jordania reabrió su zona de libre comercio en la frontera. La suspensión está sujeta a la vigilancia del nuevo gobierno. Este ya había dado de plazo tres años para la elaboración de una nueva constitución y hasta cuatro para elecciones.
El 29 de enero, al-Sharaa se presentó para dar un discurso. Lo hizo con uniforme militar. En la audiencia, militares. Entre los principales puntos se encontró la disolución de las instituciones del régimen, de las facciones revolucionarias, políticas y militares para la formación de un único ejército. También de sus partidos políticos: la proscripción del partido Ba’ath.
No es vestido de traje que se le pide a quienes tienen armas de una guerra que las entreguen.
A partir de ese día, al-Sharaa asumió la presidencia de Siria durante el periodo de transición. Ya no era líder de facto, sino oficial. ¿En ese contexto se podía haber hecho de otra forma? No estoy seguro de la respuesta. ¿Urnas? ¿Cómo? ¿Por quién? ¿Entre quiénes?
Las reacciones sociales a ese discurso no fueron del todo positivas, más por la forma diferida en que se transmitió que por su contenido. Al día siguiente hubo una nueva emisión. Esta vez, al-Sharaa vistió traje y corbata. Refrendó que asumió la presidencia para conducir un gobierno de transición. Habló de rendición de cuentas y llevar a la justicia a las cabezas atrás de la barbarie. Avisó la disolución de la Asamblea Parlamentaria y anunció un comité para seleccionar el Consejo Legislativo que llevará la fase transicional.
Después de la formación del comité, vendrá la Conferencia de Diálogo Nacional en la que se espera que distintos sectores generen un programa político.
En la primera parte del periodo de transición se buscará mantener paz y la persecución de criminales de guerra. Después, la unión del país bajo una sola y única autoridad, desplazando nociones de federalismo que remiten a la retórica Assad. También, que producen fricciones en algunas zonas. Bajo esa autoridad, la restauración de la economía, recuperación de trabajos y servicios básicos.
Mientras tanto, la zona kurda sigue en tensión. Sus militares pidieron unirse al nuevo ejército como una unidad integrada. Damasco les ofreció formar parte de un todo. Querían mantener sus áreas de despliegue militar, contrario a la intención de una Siria unificada.
En regiones con presencia alauita, la rama del islam chía a la que pertenece la familia Assad, se han dado actos de venganza y violencia. No mayores, pero evitables y que no deben ser aceptados. Ni siquiera en la conciencia de que es absurdo imaginar la asepsia en un escenario como éste.
Se siguen descubriendo remanentes de la industria del captagón (laboratorios, millones de pastillas decomisadas), la anfetamina que convirtió a Siria en un narcoestado, muy por encima de lo que se tiene en América Latina, incluyendo México. El tráfico sigue, sobre todo, a partir de esos sobrantes, aunque muy disminuido.
A Siria llega ayuda de Qatar, Kuwait, Emiratos y otros países cercanos. La reconstrucción, física y social, es impensable sin la participación internacional. Poco a poco, escena tras escena, el mundo ve la magnitud de la tragedia. Se desconoce el número real de víctimas, asesinados y desaparecidos. Al-Sharaa se reunió con los Altos Comisionados de Naciones Unidas para Derechos Humanos, para Refugiados; con el fiscal de la Corte Penal Internacional. Pero la relación hacia Naciones Unidas es complicada y debe ser analizada con responsabilidad por la organización. Durante años, fue incapaz de contener el terror. Hay un rechazo entendible que se suscribe con facilidad a la idea de reconstruir y trabajar mirando hacia el interior. Bajo esa premisa, diferentes grupos locales, de migrantes y refugiados, han articulado su trabajo con instituciones, si bien internacionales, independientes y obligadas a insistir en su condición para dialogar con modos políticos, tanto en adaptación como acostumbrados a figuras distantes del entendido occidental de la democracia.
En la calle se empezaron a vender banderas y fotos de al-Sharaa. Autoridades las retiraron por recordar lo que hacia la dictadura.
Estados Unidos se enfrenta a la paradoja de sus sanciones, dirigidas a un gobierno que ya no está, pero aplicables a uno que no les gusta. Sin embargo, el Departamento de Estado aceptó la necesidad de aprovechar la oportunidad de no tener a una dictadura como la Assad, ligada a Irán, para sus propios intereses. En el entorno provocado desde Washington, Europa y los países del Golfo deberían verse como los principales aliados para cualquier esfuerzo local.
Quizá la realidad más complicada no sea la interna, sino impedir que el contexto geopolítico, con sus miserias y mezquindades, incluida la necesidad de organismos y gobiernos por dar la impresión de que forman parte de algo, arruinen las oportunidades y la transición.
Mientras los humores en buena parte del planeta se respiran abrumados, sin caer en la ligereza o en la ingenuidad del optimismo, con prudencia, es momento de observar y tratar de entender esa dosis de esperanza que proviene de una parte de Medio Oriente: Siria. ~
es novelista y ensayista.