Foto: Feria Material

Crónica de una sobredosis artística

Conocedores y curiosos llenaron las principales ferias celebradas durante la Semana del Arte. En medio de la abundante oferta, algunas obras destacaron.
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Maco, indiscretamente arbitraria

El gentío sorprendido se arremolina alrededor de una esfera gigante en medio de un pasillo. Hay que interrumpir fotos y selfies para saber más de la obra sensación de este año en Zona Maco: Cream beetle sphere (2024), del artista indonesio Ichwan Noor. Para los conocedores, se trata de una reinterpretación de The beetle sphere, una escultura que fusiona en una esfera componentes auténticos y fabricados del célebre Volkswagen Beetle de 1953, que Noor presentó por primera ocasión en 2013. Para el público general, es una obra que desafía la percepción al comprimir el auto en una enorme bola.

“Este es uno de los highlights de la feria”, le dicen al oído al representante de la galería Marc Straus. Es cierto. La gente se detiene embelesada por la ilusión óptica de Echo chamber (2023), óleo de gran formato del español Antonio Santín, que simula de forma asombrosa los pliegues de una alfombra. La galería neoyorquina también exhibe piezas dudosas de la pintora mexicana Yael Medrez Pier, que echa mano del imaginario folclórico mexicano, delicia del consumo extranjero menos refinado. Así es Zona Maco, arbitraria en selección y criterios. Piezas de, ay, Javier Marín conviven con obras de creadores cuyo éxito está más allá de las ferias, verdaderas estrellas, y de otros que de verdad han desarrollado una mirada.

En la galería Continua, quizá la más encumbrada a nivel mundial de todas las participantes de Maco, están otras piezas sensación, por ejemplo uno de los espejos de Pistoletto y también una de las obras postreras –y más flojas y sin imaginación– de Ai Weiwei, hecha con bloques de Lego, así como trabajos de JR, el francés con el que Agnès Varda hizo su penúltima película. Entre los rockstars del arte contemporáneo figura un artista con menos ínfulas, pero más interesante, el cubano Alejandro Campins, a quien la galería eligió para introducir en México y presentar un libro sobre su obra de óleos terrosos en el marco del evento.

Dice Milo Gatti, coordinador de ferias de Continua, con varias sedes en Europa, Asia e incluso en América en La Habana y São Paulo, que cada año han regresado a Maco para hacer presencia. “Tenemos un grupo de amigos que, claro, también son clientes, y que vemos cada año. Estar de nuevo aquí significa afirmar una relación de confianza. La feria es una ocasión no solo para hacer negocios, también para hacer cultura”. Sobre la posibilidad de abrir una sede en México, dice Gatti: “nosotros ya trabajamos mucho con México en la venta de obra y en proyectos culturales en los museos. Todas nuestras sedes nacieron por una serie de conjunciones y estamos esperando que eso pase aquí, una señal, digamos”.

Del enorme conjunto de obras que repiten la pulsión frenética y narcisista confortable –¿quién no se formó para la selfie en la obra de Anish Kapoor?–, algunas galerías se distinguen por mostrar obras con materiales diferentes, especialmente esculturas, cuya manufactura revela un origen lejano que interroga en vez de confirmar. Es el caso de las obras de Mohamed Arejdal, Mustapha Akrim y Mohamed Melehi, todos artistas representados por la galería Comptoir de Mines de Marruecos. El primero exhibe una pieza escultórica hecha en cuero que representa el árbol de argán, símbolo del país africano. Pensada para colgarse como un lienzo, la escultura es una especie de árbol de la vida minimalista que efectivamente hace pensar no solo en un territorio geográfico, sino en un paisaje con un pensamiento y una sensibilidad singular. La obra de Mustapha Akrim, No work (2024), es una escultura que aglutina herramientas de trabajo dentro de los moldes de las letras que conforman dicha frase, que alude a la tragedia de la falta de oportunidades, paradoja de un mundo hiperconectado en el que, no obstante, no hay libre movilidad para buscar lo que se necesita. Maco también fue una oportunidad para encontrar la obra de Mohamed Melehi, uno de los fundadores del modernismo de la escuela de Casablanca. Ahí, sin que nadie lo mire, estaba un cuadro magnífico, Composición (1974) de una serie de colores en reverberación y correspondencias de carácter casi místico.

Material, con más filo

Zona Maco, por supuesto, no fue la única cita de esta semana agitada. La feria Material se distingue por mostrar obras de artistas más arriesgados y potentes. El creador Andrés Piña, de la galería Sendros, de Buenos Aires, trabajó el imaginario de la Difunta Correa, una santa popular y pagana de Argentina (en Soy una tonta por quererte, Camisa Sosa Villada le dedica un relato). La leyenda dice que la Difunta busca a su esposo, reclutado durante las guerras civiles, en el desierto, con su hijo recién nacido en brazos. En el viaje, la mujer muere deshidratada, pero el bebé prendido a su pecho sobrevive. Cuando la gente le pide algo a la Difunta Correa, le tiene que llevar una botella de agua como ofrenda.

Para la serie Episodios de una amante que irriga el desierto (2025), Piña hizo botellas de acrílico de colores y les añadió figuras de pechos que representan la historia de la Difunta. Son esculturas muy llamativas por su brillo y tratamiento. La obra del argentino se complementa con otro objeto vinculado a la vida doméstica: una escultura hecha con hornillas eléctricas, eco de la Difunta tendida horizontalmente y con los senos descubiertos, en la que reposan ollas, una de ellas con tetas, de la que escurre poco a poco agua caliente como si fuera leche.

Propenso al humor involuntario y a la provocación, el arte contemporáneo en Material dejó varias estampas chuscas. Por ejemplo, los guardias intrigados por el efecto hiperrealista de una obra del tijuanense Andrew Roberts que representa una pierna humana cercenada, con múltiples tatuajes, dentro de una maleta abierta. En las ferias nunca puede faltar el tipo de obra como la galleta salada de la artista Tamara Johnson, reconstruida de forma meticulosa. La miniatura, en realidad dos, una sobre una mesa vacía, como un último canapé, y otra colgada de un muro que por su tamaño la hacía más pequeña, era un gesto simpático en medio de obras más bien gritonas y aparatosas.

En Material se notó la predilección de artistas de diferentes orígenes por los discursos de la moda y el diseño para hablar de temas sociales y personales. Se abrió paca, en el espacio de la galería Rebelde, es un proyecto del guatemalteco David Ramírez Cotón que recrea múltiples prendas de la paca, la ropa de Estados Unidos que llega a países como Guatemala y México. Guatemala es el mayor importador de pacas de ropa, asegura el representante de la galería. Ramírez Cotón conoce esa actividad comercial, que es parte de la economía de su familia. El pequeño espacio de exhibición de Rebelde está atiborrado de recreaciones en acrílico de pantalones, playeras, faldas, etc., igual que en los tianguis. Es casi un espejo, pues la misma feria Material parece un tianguis poblado con un montón de gente vestida con ropa usada.

En esa misma línea textil, el italiano Ruben Montini crea lienzos bordados con figuras que celebran la sexualidad LGBT+. Entre sus obras abigarradas, que funcionan por la destreza en la composición de formas y colores, resalta un jarrón que contiene penes como flores. Aunque es casi imposible que lo conozca, el trabajo de Montini se parece al del chileno Carlos Arias, extraordinario creador que se abocó al bordado. Otra artista en consonancia es la mexicana Cosa Rapozo, conocida por su trabajo con pieles sintéticas pelosas, que expone una especie de gobelino con la frase “Once upon a time” marcada en la piel; a cada lado de la pieza, más bien un jirón de piel que podría ser el de un animal, un par de garras de metal. En su obra, Rapozo suele abordar el saqueo de las civilizaciones como trofeo colgado en un muro.

Material es la única feria donde tienen espacio galerías mexicanas que trabajan desde sus propios contextos, que no son los de las ciudades de México, Guadalajara y Monterrey. Como parte de la galería MUY, de San Cristóbal de las Casas, el creador PH Joel presenta su propuesta artística, que incluye una reinterpretación de la máscara de Pakal hecha con residuos de latas de cerveza Indio y esculturas, que también son máscaras, bajo las que se esconden ídolos que tienen elementos que aluden a la memoria como chips y tarjetas de datos. “Es necesario tener otra perspectiva, una mirada decolonial, de cómo se hacen, se disfrutan y se comparten las artes en otros lados. El arte está muy centralizado y también encierra un mundo clasista. Mi práctica contrarresta esa tendencia”, explica el artista mexicano.

Salón Acme, el clímax

Con Salón Acme la Semana del arte llegó a su cénit. La feria tiene dos grandes cualidades: la espléndida sede Proyecto Público Primm, que conserva en sus muros capas y texturas desde el inicio de su construcción a inicios del siglo pasado, y un programa curatorial con exhibiciones autónomas, que complementan la presencia de galerías y artistas. Las exhibiciones le dan un sentido menos caótico a la feria y una cohesión que se echa de menos en Maco y Material.

Cerca de la entrada, Acme recibe a los acalorados visitantes con la exposición Yendo de la cama al living, que retoma el título de la canción de Charly García. Así la describe Enrique Giner de los Ríos, su curador: “hay varias líneas, esculturas accidentales que se hacen en el día a día, una artista hablaba del calcetín que ponía su novio al sartén para no quemarse; presencias y también momentos poéticos de luz en ciertas horas del día. En fin, la transformación del espacio doméstico”. El desorden de la muestra es análogo al de la casa o habitación y anuncia correspondencias al mirar entre una pieza y otra. Los amantes (2024), obra que representa ropa interior en resina, evoca la intimidad de los calzones que nadie ha puesto en su lugar, a veces perdidos en un arrebato de pasión, y que sería una pena que un extraño viera sobre un sillón o en el piso. La obra de la creadora búlgara Dessislava Terzieva se mira con Suéter (2025), de Sebastián Córdova, una desmesurada rebeca que le podría quedar a un gigante. Dice Giner de los Ríos que el suéter adquirió una nueva lectura al nombrarlo rebeca, como llaman a la prenda en otros lados, en honor a la película de Hitchcock. En ese sentido, el Suéter es un lienzo, como el de la mansión de Manderley en el film, lugar y punto de vista de una presencia que observa la cotidianidad desde el salón principal de la casa, como la primera señora de Winter. En la muestra no solo hay calzones y calcetines –como I am here for you (sock), escultura de Antoine Catala–, también momentos de luz quizá vistos desde una ventana –por ejemplo las fotografías de colores degradados de la española Ana Montiel–, e incluso alusiones a la cocina. “Estas piezas de Marek Wolfryd son un homenaje a Sol LeWitt, minimalismo que se mezcla con la talavera, pero aquí tienen otro significado, pueden ser cocinas tradicionales deconstruidas”, dice el curador de esta emotiva y curiosa muestra de la intimidad.

Por otro lado, la exposición dedicada a Veracruz, estado invitado, es una de las propuestas más generosas de las ferias. “Contornos de una barca alucinada se hizo a partir de la pieza icónica de Per Anderson que representa una visión aérea de Veracruz desde un globo aerostático. No hay veracruzano que no la conozca”, comenta Rafael Toriz, curador de la exhibición. El litógrafo sueco, que se estableció en Xalapa a mediados de los años setenta, fue profesor de casi todos los artistas a los que convocó Toriz. Como un ave, la obra de Anderson está en lo más alto del espacio expositivo, y mira las de artistas jóvenes como Nicolás Guzmán, creador de una obra pictórica monumental de vibrante colorido que sirve como homenaje al taller de pintura de Salvador Cruzado, pintor español que dio clases de color en el Instituto de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana; y otra representación colosal, la de Tania Ximena, creadora que explora el antropoceno, del Pico de Orizaba. “Después de todo lo que ha pasado políticamente en Veracruz, hay un resurgimiento que vale la pena contar”, dice Toriz, que asegura que la muestra quiere dar cuenta de la pluralidad y el mestizaje profundo del estado, que siempre ha sido puerta de entrada a un nuevo mundo, “por eso están las obras de carácter escultórico de Florencia Rothschild, argentina, y Goro Kakei, japonés que pasó por Veracruz”.       

Plástica, pintura, textil, instalación y cerámica son los medios expresivos de los artistas. Al fondo, cerca del Pico de Orizaba de Tania Ximena, hay dos bastidores rasgados, sugerentes, cuyas sensuales capaz de tela, descubiertas y plegadas, invitan a imaginar, como si fueran ventanas, nuevos paisajes. Son piezas de 2018 de Libertad Alcántara, que explica: “son una exploración de la memoria, también collages en formato de pintura y, en última instancia, exploraciones de la identidad, el repello y lo recién pintado, lo que se arranca y está detrás, las pátinas y las huellas, una evidencia de las cosas”. En el otro extremo de la sala, una obra de Rodolfo Souza recrea con bocetos la historia de la visita de Rufino Tamayo a la zona arqueológica El Zapotal, conocida como el Adoratorio, donde está el templo del señor del inframundo Mictlantecuhtli. “Quería jugar con la documentación y los chismes locales. No hay más registro que una nota en La Jornada, donde un amigo de Tamayo dice que lo llevó al Adoratorio. Sin embargo, mucha gente me contó esta historia varias veces. Se comenta que, luego de la visita, Tamayo, dijo ‘ya vi al señor de la muerte, ya me puedo morir’. Y murió exactamente un mes después”, cuenta Souza. Con su obra, el artista hace una reflexión de largo aliento que cruza el tema de las políticas arqueológicas y las tensiones entre el arte moderno y el de los pueblos originarios.

Más allá de las ferias

Para descentralizar y amplificar el marasmo que producen las ferias de la Semana del arte, sobredosis de imágenes, proyectos y propuestas, hubo decenas de actividades alternas, un poco más desparpajadas, en galerías, espacios expositivos, patios y azoteas. Destaco dos, una literaria y otra fuera del circuito habitual, ambas en cafeterías. En Café Gaga se llevó a cabo una lectura musicalizada del nuevo libro de Luis Felipe Fabre, Poeta griego arcaico (2024), a cargo del mismo autor, anticipándose un día a la vorágine del arte contemporáneo. También hubo una muestra en la galería del café Paso al Peón, dentro del mercado Álamos, de la colonia del mismo nombre. El lugar, para el que hay que subir una escalera de caracol para llegar a un tapanco, alberga hasta el 8 de marzo la muestra Una breve totalidad, del artista Antonio Magaña. Se trata de un espacio expositivo denominado laboratorio cultural que organiza la cafetería y el gestor y artista Alejandro Rincón Gutiérrez.

Arbitrarias, filosas y experimentales y, lo mejor, sugerentes, las ferias de arte todavía llenan centros de convenciones y espacios expositivos. Conocedores, curiosos, posones e inventadas aún se dan la mano y se dan cita por única vez en el año para hacer una lectura breve o reposada del arte como forma de pensamiento y radiografía social, y quizá quedarse con una imagen o dos de todo lo que vieron. ~

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es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario.


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