El ánimo con el que se ha dado el progreso tecnológico de las últimas décadas cede un tanto para darle espacio a la reflexión. Como si se tratara de la cruda después de una intensa fiesta, nos hallamos contemplando las decisiones tomadas y calculando las consecuencias de nuestros actos. Los avances en la ciencia nos han abierto la puerta para hacer con la vida nuestra voluntad: podemos clonar, modificar genes y posiblemente enlazar nuestra conciencia con las máquinas. Prometeo nos trajo el fuego divino y nosotros hemos hecho con él un incendio.
A raíz del enorme potencial de cambio que encarnan estos conocimientos, un cierto vértigo se ha apoderado de la humanidad, generando una serie de debates en torno a la pertinencia de estas tecnologías. La resolución a la que lleguen estas discusiones no será menor, ya que va a determinar la imagen que tenemos de nosotros mismos, nuestro mundo y, en consecuencia, el futuro que queremos llegar a alcanzar. Los argumentos son variados y complejos; sin embargo, en el corazón del debate hay un concepto decisivo que problematiza por entero la cuestión: el alma.
Michel Onfray (Argentan, Francia, 1959), destacado filósofo de corte materialista y autor de la célebre seriede libros Contrahistoria de la filosofía, no es ajeno a la importancia que juega el alma en la política contemporánea. Por ello, se propuso hacer una investigación exhaustiva acerca de ella para brindarnos coordenadas con las cuales interpretar nuestro presente. En este contexto nace Ánima. La vida y la muerte del alma, un rastreo histórico que inicia desde el Antiguo Egipto, hasta los proyectos propuestos por Neuralink de Elon Musk.
El libro está dividido en cuatro secciones en las cuales Onfray nos narra, en primer lugar, cómo surge la idea de alma y cómo ha influido en el mundo. En segundo lugar, los procesos argumentativos que desestabilizaron a este concepto y dieron paso a una idea materialista de la existencia. Más adelante, el autor nos introduce al paradigma científico de la modernidad y al paradigma “nihilista” de la posmodernidad. Aquí se hace énfasis en la pérdida de la idea de alma, y en consecuencia del total desprestigio del humano. Finalmente, como conclusión, se nos presenta el escenario del transhumanismo y las repercusiones que puede tener a nivel existencial y civilizatorio, dejándonos con una profunda reflexión acerca del destino al que se enfrenta la humanidad.
En general, la prosa de Onfray es sólida y destaca por la inteligente construcción de argumentos que desembocan en comentarios irónicos y satíricos. El buen humor y la crítica son constantes en el libro. Asimismo, la manera en la que dialoga con otros autores, deconstruye y explica sistemas metafísicos pone de relieve el extenso conocimiento filosófico del que goza el autor. Ahora bien, es cierto que propende al pensamiento conspirativo, como lo manifiesta el hecho de que crea que el cambio climático es una mentira o que Jesús de Nazaret no existió. No obstante, dichas objeciones no menoscaban la obra y es posible continuar con su lectura sin mayores problemas.
La composición conceptual de Ánima es peculiar. Desde el inicio, el autor nos dice que “la historia del alma es la historia que el hombre tiene de sí mismo frente a la muerte”. Sin embargo, en cuanto inicia formalmente la argumentación parece que el libro adopta otros protagonistas y otra trama, dejando a la muerte de lado. La trascendencia y la inmanencia adquieren una gran relevancia y el conflicto dialéctico entre las dos aparenta ser el núcleo central de la obra.
En realidad, Onfray no traiciona su palabra: la relación que guardamos con la muerte es el verdadero motor de la argumentación. Lo que sucede es que la muerte se retrae a un lugar más discreto, como si se tratara de una subtrama que mueve los hilos tras bambalinas. El lector que capte esto tendrá una experiencia muy distinta, pues ya no es una descripción sobre las tensiones y problemáticas de dos posturas filosóficas. Se trata, más bien, de la narración de una caída, una tragedia que comienza con la pérdida de una actitud existencial particular, y la terrible negación de la muerte por parte de los antiguos egipcios.
Desde un inicio resulta evidente que el libro contiene villanos y que son estos los responsables de esta lamentable historia. Una lectura impaciente y superficial da la impresión de que los “malos” son aquellos que se suscriben al paradigma trascendente. Esto se debe a lo mucho que Onfray ataca a la religión, y a lo poco que parece respetar este modelo de pensamiento. Sin embargo, conforme avanza el libro podemos apreciar que las inclinaciones materialistas del autor no le impiden ser crítico: ciertas formas de materialismo también reciben golpes contundentes.
Los antagonistas del libro no se suscriben a una escuela filosófica particular, sino que pecan de algo mucho peor: cobardía. Los culpables de la relación decadente que tenemos con la realidad son aquellos que por miedo a la muerte rechazaron la vida. Los antiguos egipcios, Platón, san Pablo, Descartes y Elon Musk –por citar a algunos– son los causantes de las grandes penas de la humanidad. El fanatismo religioso, la violencia desmedida de la eugenesia y el nihilismo del transhumanismo encuentran sus orígenes en estas voluntades antivitalistas.
En este sentido, a pesar de la rigurosa investigación que se lleva a cabo, Onfray reduce un problema complejo a una cuestión moral: la falta de fortaleza existencial para cultivar una relación sana con nuestra muerte nos condujo a una forma de vida deplorable. Se puede prescindir, en mayor o menor medida, de la inmensa red de argumentos que componen la historia intelectual porque hay una serie de chivos expiatorios a los que siempre se les puede señalar.
El autor nunca nos dice explícitamente en qué consiste una relación positiva con la muerte que pueda sacarnos del hoyo en el que nos hemos metido. Sin embargo, tanto por ciertos guiños que da en el primer capítulo (cuando hipotetiza acerca de la cosmovisión del humano primitivo), como por las tendencias intelectuales que ha defendido a lo largo de su carrera nos es lícita una especulación. La alternativa que le gusta a Onfray es el tipo de vitalismo al que apuntan Nietzsche y Epicuro.
Estos dos filósofos, si bien mantienen diferencias sustanciales, comparten una visión estructuralmente idéntica en lo que se refiere a la muerte. Nietzsche nos propone el “eterno retorno”, mientras que Epicuro nos dice lo siguiente: “La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.” En ambos casos lo que se quiere es eliminar a la muerte de la ecuación. La muerte no existe, no es un problema; lo que realmente nos debería preocupar es la vida.
Resulta importante cuestionar este tipo de indiferencia hacia el hecho de que nos vamos a morir, porque a pesar de su indiscutible atractivo la cuestión no es tan sencilla. Nuestra mortalidad no es algo que pueda ser obviado tan fácilmente. Corresponde a uno de los enigmas más grandes de la existencia. Si fuese una cosa tan trivial, ya hubiéramos abandonado el tema desde hace tiempo. No porque dejemos de prestarle atención a algo significa que dejará de ser.
Onfray tampoco es justo cuando critica con tanta vehemencia que pensemos en una vida más allá de la muerte o que desarrollemos proyectos para alargar la vida el mayor tiempo posible. Lo anterior en virtud de que quizás ni siquiera se trate de una carencia moral, sino de una incapacidad lógica para hacernos una imagen de la nada. ¿Qué es la nada? La oscuridad total sigue siendo algo. Si por algo tenemos anhelos post mortem es porque, hasta que no podamos concebir el vacío en tanto vacío, no lo podemos evitar.
Como libro, Ánima cumple su propósito. El debate acerca de qué tan pertinentes son las nuevas tecnologías se enriquece con un proyecto como este. Es cierto que no da una resolución definitiva y que algunas de sus premisas pueden criticarse. No obstante, esto también es parte de la discusión filosófica y no constituye una falla decisiva en un proyecto como este. El recorrido histórico y la facilidad con la cual presenta los sistemas de pensamiento hacen a este libro un buen punto de entrada para quienes quieran iniciarse en la filosofía, o bien, para quienes quieran repasar los argumentos decisivos de la tradición. En general, es un título que vale la pena tener en el estante y que promete un marco interesante para reflexionar nuestro presente y, en consecuencia, nuestro frágil futuro. ~