Se cumplen cinco años de la pandemia. Todos queremos olvidar una época tristísima de incertidumbre, dolor y miedo. En la gestión en España de un asunto complicadísimo hubo aspectos positivos y negativos. Entre los negativos están una reacción tardía que combinaba el sesgo de optimismo, el sectarismo y la incompetencia. Portavoces y agencias del gobierno propagaron imprecisiones y mentiras. Periodistas y divulgadores minimizaron el peligro. El Gobierno que había remoloneado decretó un confinamiento muy severo y lleno de arbitrariedades.
Hubo otras cosas discutibles: dos estados de alarma inconstitucionales, un cierre parlamentario absurdo, más de un millón de multas ilegales, cierres perimetrales justificados por política, abusos de autoridad, toques de queda delirantes, mascarillas en exteriores cuando se sabía que no valían para nada, miles de personas que murieron sin que sus seres queridos les pudieran despedir, o el encierro durante seis semanas a los niños, que no se produjo en ningún otro país y carecía de motivación científica.
También vimos el sentido del deber de muchos profesionales sanitarios; la solidaridad y el sacrificio de muchos ciudadanos y servidores públicos (y casos de espíritu de chivato). Hubo relajación de los controles administrativos y corrupción. Vimos el parón y el pánico económico, la sensación de irrealidad, disfuncionalidades del sistema autonómico (y su utilidad para evadir responsabilidades), un montón de filósofos diciendo mamarrachadas.
El mayor éxito fueron las vacunas: globalmente, inventarlas; en España, la campaña de vacunación. También la reacción europea. La reapertura de las escuelas fue un gran logro. Una consecuencia poco comentada es la aceleración de la pérdida de la confianza: la comunicación de la pandemia en España fue un espectáculo de falsedades y manipulación: desde las ruedas de prensa filtradas a las preguntas insidiosas del CIS, pasando por los datos falsos o las decisiones atribuidas a comités de expertos inexistentes. Our World in Data excluyó a España de sus listas porque nuestras cifras no eran fiables.
Ahora el gobierno trata de instalar a través de sus canales (que pagamos todos) el recuerdo de que solo hubo problemas de verdad en la Comunidad de Madrid, al parecer único lugar donde murió gente en residencias (aunque los porcentajes de Aragón, Navarra, las Castillas y otras comunidades autónomas sean mayores): muy preocupados por los bulos, repiten mentiras con la esperanza de volverlas verdad. La exministra Reyes Maroto ha tenido que retractarse tras decir que los fallecidos de las residencias de Madrid murieron “asesinados”. Su desliz consistió en decir explícitamente lo que otros dan a entender, en una campaña que puede horripilarnos pero ya no sorprendernos: algo aprendimos en la pandemia.