en ésta, la enésima interpretación del mito de Frankenstein, Sean Bean es el malvado científico y Ewan McGregor la creatura rebelde. Michael Bay suma su granito de arena a la corrección política de la era al poner sobre aviso al mundo sobre la perversidad de la clonación. En un futuro no muy lejano, el doctor Merrick (Bean) opera una fábrica humana para deleite de sus millonarios clientes, que no muestran empacho alguno en pedir la creación de una “póliza de seguro” de carne y hueso con tal de sustituir, llegado el momento y la necesidad, algún órgano defectuoso. Todo marcha sobre ruedas hasta que Lincoln (McGregor) decide hacerle caso a las misteriosas pesadillas que lo aquejan. Lo acompaña en la aventura Jordan, una Scarlett Johansson que asume, por primera vez, un papel que tiene mucho de curvas y poco de cabeza, lo cual es una lástima. En general, dos horas de inverosímiles caídas, estallidos y otras divertidas suspensiones de la lógica. Incluye varias agradables sorpresas, como el alivio de saber que la futura utopía será diseñada por Enrique Norten. – L.K.
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El comentario escrito la noche del 11 de septiembre de 2001 y publicado en el número de octubre de la revista.
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