A María Luisa Puga (1944-2004) la leí primero en Las posibilidades del odio (1978) y luego en los diversos libros que publicó después como Cuando el aire es azul, Pánico o Peligro (Premio Xavier Villaurrutia, 1984), y La forma del silencio, Antonia, Las razones del lago, La ceremonia de iniciación, La viuda y La reina, así como sus cuentos Inmóvil sol secreto o Intentos, y también para niños como El tornado y Los tenis acatarrados.
Hay en su escritura una combinación singular de nerviosa tensión receptiva, pasión ética y pasión estética. Disposición a ser llevada por las formas y por las ideas, sentido de la observación y de la construcción, amor a las formas, y sigue el tren elogioso.
Cuando la conocí me llamaron la atención tres cosas: la claridad y la dulzura de su voz, el brillo intensísimo de sus ojos obscuros y la arquitectura sorprendente de sus manos. Manos nudosas y muy antiguas, de yerbera o curandera o alta sacerdotisa de un rito marino y de un culto solar. No me sorprendió que hubiese nacido en el puerto de Acapulco, en el estado mexicano de Guerrero; tampoco que sus pasos errantes la hubieran llevado a la Sudáfrica de Doris Lessing y de Nadine Gordimer, con cuyas obras la suya tiene alguna afinidad. Luego, más tarde, me preguntaría qué podía tener Sudáfrica para atraer con su imán a la autora de Intentos y a Verónica Volkow, cuyos intereses son tan distintos. La prosa de María Luisa Puga viene de Julio Cortázar, y me habría gustado como editor invitar a María Luisa a leer algunos textos de éste, pues ese encuentro me parecía necesario. Además de la admiración hacia su prosa veloz y clemente, guardo de María Luisa Puga el recuerdo de una observación práctica que ahora querría compartir: “¿Te has fijado me dijo una de las pocas veces que conversamos qué educados son los pasajeros que viajan en microbús? ¿Has visto cómo ahí se produce en germen el teatro de la cortesía y la civilización mestiza? Claro que la realidad guerrera me demuestra que no siempre es así, pero que a veces sí lo es y muy decisivamente.” Lo cierto es que además, le señalaría ahora, hay un contraste inquietante entre esa cortesía puertas adentro y la evolución más que accidentada y tortuosa de los microbuses por las calles de la ciudad. Las novelas y cuentos de María Luisa Puga se abren paso por los túneles inciertos del tiempo, sin humillaciones ni pugnas gracias a que están sembradas, además, de observaciones como ésta. Sus cuentos y novelas apuestan, con originalidad, a la difícil aleación de la innovación experimental y la fidelidad ética y estética. –
(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.