Monada de ciudad

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MONADA DE CIUDAD

 
     En lugares menos avanzados que la ciudad de México, tal vez sea posible palpar la realidad de manera directa. Aquí, sin embargo, hace falta leer libritos de historietas para darnos cuenta de lo limpias que están nuestras calles, lo bien comidos que salen nuestros niños de las escuelas, el trato de lujo que reciben nuestros ancianos, lo eficaz y amables que son nuestros policías, la fraternal camaradería que une en esencia al conjunto de los habitantes y la energía con que el gobierno local despliega sus recursos a cada momento para mejorar nuestra vida en todos sus órdenes. En otras ciudades, el común de las personas habla tal vez de futbol o de cine; aquí, la cháchara se ocupa por entero en informar a los despistados del número de nuevas viviendas de interés social (46,570), tarjetas de asistencia para viejitos (250,000), becas para niños de madres solteras (18,687), apoyos a discapacitados (40,500), créditos para el autoempleo (33,865) y otras cifras igualmente amenas, que todo mundo maneja con precisión asombrosa. En sus ratos libres, la gente acude a admirar el avance de las obras del gobierno.
     Los ciudadanos de la esperanza tienen facciones regulares, narices respingadas, complexiones esbeltas y (fuera de Don Joaquín, que es medio intelectual y por lo tanto moreno) un mismo color de tez vagamente anaranjado. Viven en familias bien unidas, en barrios llenos de personajes entrañables, andan viendo siempre a quién ayudan y se relacionan con los miembros de otros sectores de la sociedad sin ningún tipo de fricción racial o de clase. El gobierno les da chamba, les financia sus microchangarros y les organiza magníficas fiestas cada semana, de modo que sus vidas transcurren casi por completo bajo el ala cálida del Estado. Todos pagan sus impuestos con entusiasmo. Las mujeres —por voluntad propia y sin que ello contradiga el pronunciado igualitarismo que rige por lo común su visión de las cosas— sirven la mesa, nunca toman, sueñan con poder dedicarse por entero a atender al amor de su vida y le rezan mucho a San Juan Diego (pero eso sí, en su avatar no blanqueado).
     Tanta felicidad es posible gracias a las virtudes del gobierno de la ciudad, que es lo mismo que Andrés Manuel López Obrador, que es lo mismo que el “Peje”, que es lo mismo que unos camiones color pistache que llevan a los pobres al Metro. Por eso las fuerzas oscuras de la sociedad, que mienten, roban, engañan y sólo trabajan para su provecho, quieren acabar con él a cualquier precio; y por eso nosotros, los ciudadanos de bien, que estamos a un paso de vivir en la realidad lo que por ahora es apenas una serie de cómics de dudosa factura, tenemos que crear un escudo humano en torno suyo para defenderlo. Sólo así podrá llegar a ser Presidente y derramar por todos los rincones del país el caudal de bendiciones que ya florecen con vivos colores en nuestra capirucha de la esperanza.
     Es muy poco pedir, bien mirado, frente a la desmedida fortuna histórica de contar entre nosotros con el hombre providencial. –

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