La Residencia de Estudiantes de Madrid se convierte, durante el mes de mayo, en un escenario privilegiado para redescubrir la modernidad pictórica de Ángeles Santos (Portbou, 1911), catalana residente en Valladolid, y confirmarnos que no sólo en las grandes metrópolis se gestaron las obras más relevantes del surrealismo. A través de un total de 25 obras y numerosos documentos (libros, revistas, postales y cartas de los años veinte y treinta), la exposición permite la cuidada y completa recuperación de la obras de juventud de uno de los nombres propios más interesantes, peculiares y emblemáticos de aquella época ya mítica. Porque Ángeles Santos, hay que subrayarlo, alcanzó la fama y el reconocimiento a los 17 y 18 años, cuando pintó sus cuadros más famosos. Unas pinturas que, de inmediato, fueron jaleadas con entusiasmo por la crítica y los intelectuales más inquietos y atentos a las nuevas estéticas. En realidad fue una sola obra, Un mundo (1929), la que le permitió obtener la admiración unánime y el asombro generalizado ante la magnitud simbólica de ese retablo onírico de maravillas. No en vano, y como muy bien subrayó su paisano y cómplice Francisco de Cossío, la pintura de Ángeles Santos “tiene un poco color de sueño”. No menos fervor produciría otro de los cuadros centrales de aquel mismo periodo y protagonista, asimismo, de esta exposición: Tertulia, conocido también como El cabaret. Una composición que debe ser valorada, según juicio unánime de unos y otros expertos, como uno de los máximos ejemplos de la influencia de la “nueva objetividad” alemana en la pintura española de los veinte. Ambas obras, por cierto, forman parte de las colecciones del Reina Sofía.
Mención obligada debe hacerse a la excelente monografía que se ha editado como complemento a la exposición, un bello volumen de casi 350 páginas que contiene el catálogo de las obras y la documentación expuestas, así como una notable antología de elogiosos escritos de la época dedicados a Ángeles Santos y entre cuyos autores se encuentran Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez o Francisco de Cossío.
Ángeles Santos tiene ahora 92 años y, aunque todavía se muestra algo refractaria a su propio pasado, sigue pintando en su casa de Madrid. No obstante, poco tiene que ver su trabajo actual con aquel que la catapultó a la fama. La suya es una trayectoria bien rara y sorprendente: de la celebridad al ostracismo, de la vanguardia a una figuración más tradicional primero y, ya a partir de los años sesenta, posimpresionista. Vertiginosa y atípica evolución de una pintora con mayúsculas que, tras una larga etapa de desdenes públicos, ha recibido recientemente un galardón que permite su definitivo retorno al Olimpo de la fama y hace justo honor a sus méritos de pionera de nuestro surrealismo: la Medalla Nacional de Bellas Artes, otorgada en 2003.
Lo dicho, la pintura de juventud de la hermana de Rafael Santos Torroella y madre de Julián Grau Santos bien merece una atenta y entregada contemplación. Conoceremos así una obra plástica de primer orden, que nos embruja y refleja el intenso e inquietante mundo interior de una mujer libre y precoz que durante una etapa de su biografía “sólo vivía para pintar”. Una mujer cuyo sugerente trabajo artístico consiguió fascinar también a gentes como Federico García Lorca, Norah Borges o Jorge Guillén. Una pintura que tiene sus fuentes de inspiración en la poesía y que se sitúa entre el surrealismo y el realismo mágico. De ahí que la exposición “Ángeles Santos, un mundo insólito en Valladolid” constituya, ante todo, la feliz narración de la historia personal y artística de una creadora que supo mezclar frescura y radicalidad, y cuya peripecia es reconstruida a través de la narración del tejido social y cultural en el que se inserta la deriva de su espíritu inquieto y desbordado. O, como diría el genial Ramón, Ángeles Santos “miraculiza lo que pinta y lo surrealiza sin estar enterada de las martingalas del arte moderno”. Que ustedes disfruten de su imaginación, y ojalá que su alquímica pintura les deje, según la profecía del más célebre orador del Pombo, “un tizne maravilloso de perpetuidad”. ~
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