Los hijos del verdugo

En 2006, un ataque aéreo estadounidense acabó con la vida de Zarqawi. Sin embargo, para entonces, sus métodos y sus ideas ya habían echado raíz. Los salvajes del Estado Islámico son sus hijos directos. 
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Barack Obama prefirió omitir una verdad histórica durante el discurso en el que explicó las razones para ampliar las operaciones contra el Estado Islámico en Irak y Siria: insistió en que el grupo no tiene una “visión más allá del asesinato de todo aquel que se interponga en su camino”. “Es una organización terrorista, así de sencillo”, dijo el presidente de Estados Unidos en una simplificación comprensible cuando se trata de ‘vender’ una nueva guerra en un país que ya ha visto pasar trece años de batalla contra los radicales islámicos, pero injustificable para cualquiera que conozca la historia detrás del Estado Islámico. Lo cierto es que ISIS se inspira en una interpretación particularmente violenta de la Yihad y tiene, sin duda alguna, una “visión” de mediano y largo plazo.

Para entenderlo a fondo hay que regresar a la figura del terrorista jordano Abu Musab Al Zarqawi, figura fundacional de Al Qaeda en Irak, el grupo que después se convertiría en el Estado Islámico.

Zarqawi nació en la ciudad jordana de Zarqa en 1966. De acuerdo con varios testimonios, muchos de ellos recogidos en el indispensable libro de Peter Bergen sobre Osama Bin Laden y el Al Qaeda (The Osama Bin Laden I Know), Zarqawi había sido un adolescente particularmente violento. Bebía en exceso y tenía una curiosa propensión por los cuchillos y las navajas. Como ocurre con muchas otras figuras del radicalismo islámico, el joven Zarqawi se reencontró con la religión y decidió consagrar su vida a la instauración de una sociedad islámica radical. Con eso en mente viajó a Afganistán, donde conoció a Osama Bin Laden. En un principio, sin embargo, Zarqawi estableció su propia organización, a la que llamó Al Tawhid, cuya misión explícita (su “visión” diría Barack Obama) era la caída del gobierno jordano —que Zarqawi consideraba inadmisiblemente secular— y, sí, el establecimiento de un “Estado islámico”, proyecto que el terrorista jordano entretenía a la par de Bin Laden, cuyo afecto por el regreso del califato es bien sabido.

Alrededor del 2002, Zarqawi viajó a Irak con la intención de encabezar la yihad contra las fuerzas estadounidenses. En una carta interceptada por los servicios de inteligencia de Washington por allá del 2004, Zarqawi enlista las prioridades para su lucha en Irak: atacar a los estadounidenses (“los más cobardes de todas las criaturas de Dios”), los kurdos (“son una espina que hay que remover ya”), los soldados y las fuerzas policiales en Irak y, de manera crucial cuando se considera al Estado Islámico, a los “apóstatas” chiítas. “Esta es, en nuestra opinión, la clave del cambio”, explicaba Zarqawi hace una década: “Si logramos arrastrarlos a una guerra sectaria, es posible que despertemos a los suníes”.

Hasta ese momento, la relación entre Zarqawi y Bin Laden era relativamente distante. Bin Laden (y su número dos, el egipcio Ayman al-Zawahiri) reprobaba los métodos bárbaros y la obsesión sectaria de Zarqawi. Fue la ocupación estadounidense la que los acercó. Para el 2005, Zarqawi juraba lealtad al jefe de Al-Qaeda. En una carta de julio de aquel año, el jordano hacía una nueva lista de objetivos. El primero, expulsar a los estadounidenses de Irak. ¿El segundo? “Establecer una autoridad islámica, desarrollarla y apoyarla hasta que se convierta en un califato” ¿Tercero? “Extender la yihad a los países vecinos de Irak”.

En tierra iraquí, el grupo de Zarqawi, ganaría fama por su violencia, determinación y brutalidad. En poco menos de tres años, Zarqawi organizó una larga serie de ataques suicidas contra los estadounidenses y, de nuevo, contra la población chiíta. En el 2003 atentó contra las oficinas de Naciones Unidas en Bagdad, matando a una veintena de personas, incluyendo al célebre diplomático brasileño Sergio Vieira de Mello. Pero el momento más revelador ocurrió en mayo del 2004. Por entonces apareció un video en el que era posible ver a Nick Berg, un contratista estadounidense, vestido con un uniforme anaranjado, idéntico al que usaban los prisioneros en Abu Ghraib. Tras una breve declaración de Berg, un hombre vestido de negro y enmascarado tomaba por la cabeza al muchacho y, sin dudar un segundo, lo decapitaba. La imagen dio la vuelta al mundo y transformó al verdugo en el objetivo principal de las fuerzas estadounidenses en Irak y, tristemente, en una celebridad en el mundo del radicalismo islámico. El hombre del cuchillo era Abu Musab al-Zarqawi.

Sería hasta el 2006 cuando un ataque aéreo estadounidense acabaría con la vida de Zarqawi. Para entonces, sin embargo, sus métodos y objetivos ya habían echado raíz. Los salvajes del Estado Islámico son sus hijos directos. ¿Hay alguna duda de la terrible claridad de su “visión”?

(El Universal, 15 de septiembre, 2014)

 

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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