Hace unos días, el 13 de enero, cumplió Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888–Buenos Aires, 1963) cincuenta años de muerto. Me alegra, como reseñista literario, haber llegado a conmemorar dos aniversarios del único escritor que tiene sección propia en mi biblioteca. De su inmensa obra lo más vital e imperecedero sigue siendo la Greguería, ese poema disfrazado de máxima y a la vez eterna imagen en prosa que él inventó. Hoy día se habla mucho de microficciones. Pues yo no conozco mejores, más especiosas e intrincadas que las greguerías.
“Desde 1910”, escribió Gómez de la Serna, “me dedicó a la Greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución racional, la Greguería. Desde entonces, la Greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento.”
De entre las miles de greguerías escritas por Ramón –como se le reconocía, sin más, durante una época emocionante– he escogido un puñado para compartirlas con el lector y acaso introducirlo en el arte de este genio esquivo. Mientras recorro las 1600 páginas del Total de greguerías (Aguilar, 1962), aliento la ilusión: llegará un tiempo en que intercambiar greguerías, como si fueran estampillas, será el principal ocio de los poetas.
–El teléfono es el despertador de los despiertos.
–El despertador marca un tiempo barato de hojalata: el tiempo vacío del sueño.
–Los peces pasan en fila de turistas.
–Hay unas puertas que rechinan como si les hubieran pisado el rabo.
–La tortuga vive tanto porque es un reloj atrasado.
–Lo que más le gusta al viento es jugar con la arena del desierto, como a los niños con la de la playa.
–Cancán: nube de enaguas y reclamo de medias.
–Lo mejor del sueño son las volteretas de pez que damos en su pecera.
–La memoria no se muere en nosotros gracias a las cosas que no nos devuelve y de las que se alimenta contando con nuestro olvido.
–Al sentarnos al borde de la cama, somos presidiarios reflexionando en su condena.
–La duda es: el agua al hervir, ¿ríe o llora?
–Cuando entrecomillamos algo, tenemos escritura de árabes.
–Cuando el sastre dicta nuestras medidas, hace nuestra síntesis biográfica: 22–51–12–35–67–7…
–El que pide un vaso de agua en las visitas es un conferenciante fracasado.
–¿Al morir encontraremos nuestro cráneo de niños?
–El invierno es un mar que vuelve a llegar.
–En el río pasan ahogados todos los espejos del pasado.
–Lloran los gatos en la noche porque hubieran querido nacer niños en vez de gatos.
–Nuestra verdadera y única propiedad son los huesos.
–Lo malo de los nudistas es que cuando se sientan se pegan a las sillas.
–Abrir un paraguas es como disparar contra el viento.
–La almohada siempre es una convaleciente.
–Lo malo de La Bruyère es que tiene nombre de queso.
–Hay visitas que dejan envenenados los ceniceros.
–Daba besos de segunda boca.
–Comer berros es exquisito pero el que los come hay momentos que tiene algo de burro.
–El cisne mete la cabeza debajo del agua para ver si hay ladrones debajo de la cama.
–El único que cambia de verdad la faz del planeta es el que ara modestamente el terruño.
–¡Ácrata! ¡Vete a bañar al mar Rojo!
–“Solo el hombre posee la idea de la muerte” ¡Pero el aullido malagorero del perro quiere decir que la ha visto antes que el hombre!
–El coliseo en ruina es como una taza rota del desayuno de los siglos.
–En el fondo de la taza queda sangre de sobremesa.
–Esos niños que llaman tanto a su mamá es que temen que se vaya con otro niño.
–En el cocodrilo se reúne el deseo de tragarnos que tiene el agua y la tierra.
–La tortícolis del ahorcado es incurable.
–Los gatos se comen el ratón del tiempo.
–Si mientras funciona el alma no picase el cuerpo, la cosa iría bien.
–Hay tanta gente alrededor de la jaula de los monos que parece que dan conferencias.
–El libro es un pájaro con más de cien alas para volar.
–Los niños lloran bastante por todo lo que después se aguantarán el llanto.
–A Víctor Hugo su esposa lo llamaba Víctor; su amante: Hugo.
–La escoba nueva no quiere barrer.
–Se pintaba los labios para poder encontrarse en los espejos.
–La mujer tiene prisa de abrir la ventana de la alcoba para que salgan las pesadillas.
–Los búhos están frente al sol cargando sus pilas para la noche.
–El victorioso no pesa, pero el vencido es todo peso muerto.
–El beso es siempre el primer beso, porque los posteriores nunca quedan impresos.
–La colcha es el telón de boca de los sueños.
–Ya no le quedaba nada que vender y entonces empeñó el recuerdo de un vals.
–A veces, la tos tiene orgullo de tenor o de bajo.
–La vida vuelve a comprar lo que vende.
–El neumático es la gran rosca para que se la coma el camino.
–Recuerdo: arañita que baja del techo.
–Esperamos que el café que hemos pedido nos levante, pero siempre nos deja sentados.
–Siempre habrá en venta tapices antiguos bastante nuevos.
–La gaviota lleva sombra de nube en sus alas.
–Las estatuas viven porque comen palomas.
–Consolémonos: la posteridad comienza por nosotros mismos.
–El solterón es como un prófugo.
–Por muy deprisa que volvamos las esquinas, siempre nos seguirá el galgo del destino.
–Las venas son los riachuelos que van a dar a la mar que es el morir.
–Lo bueno sería que al final se descubriese que los molinos no son molinos sino gigantes.
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile