Bajo su toldo,
Cernuda visitó
este lugar, oyendo sólo ecos
de sabiduría extinta, de vida abdicada.
Cuerpos callados
tendían una flor o un fruto
al paso de sus barcas,
y era claro que conocían el secreto,
pero no lo dirían.
Un cielo velado enturbió las aguas,
los chopos enfermaron, los músicos
parecían haber envejecido.
Bajo las ramas fúnebres,
vio las barcas con flores
aventurarse
a rendir tributo periódico
a su recuerdo ahogado del lugar.
Al envolverlos en palabras,
gustó de esa satisfacción amarga
que liberó las riendas de su lengua y su pluma.
Hoy no pide más, para dispersar
este conjuro y maldición propios de Klingsor
que las palabras brindan a las cosas,
que esta dulce acritud
flotando a la deriva en la percepción, donde
un par de vendedores se recogen
sobre el brasero, tostando maíz,
mientras arriba, en la ribera,
un potro patizambo
con una rama entre sus dientes
mastica hojas tan verdes
como él, y se acerca al trote hasta los ojos
como si el aroma del humo
lo hubiera devuelto a la vida
y el cielo contra el que se mueve
pudiera revivir aquellas nitideces
de contorno y matiz
que, una vez, en el aire enrarecido,
parecieron aniquilar la distancia. –
N. del A.: Este poema contiene una glosa de "Por el agua", de Luis Cernuda. Versión de Jordi Doce