Para LorenaQuerida amiga: esta semana, después de tanto arte, fuimos a sanarnos a la Exposición Internacional de Agricultura de París. Sitio espléndido. Se come, se bebe, se compran ejotes. Franceses en zuecos, cornamusas y cencerros, tractores, fertilizantes. Las papilas y el gañote desplazan al cerebro y la boca. Los hijos de la enciclopedia se dedican en masa a hacerle sacrificios humanos al foie gras. ¡La Francia profunda!
Fui feliz viendo animales. ¿Sabes lo que es un toro charolais? Un toro charolais es un individuo de la nación bovina que levanta dos metros a la cruz, pesa casi dos toneladas, tiene bucles en el testuz, el cerebro de un chícharo y un par de cojones como balones de rugby. Es una montaña cuadrúpeda, un gigante de músculos jugosos, estructura ósea de alta ingeniería, medialuna las armas de su frente, ojos como piscinas, flancos de paréntesis, paciente hocico y pezuñas de bailarín de flamenco. Resultado de minuciosas manipulaciones genéticas, heredero de Mitra y Europa, el orondo charolais, mascota de cíclopes, es una fábrica semoviente. En su interior rebullen suficientes macdonalds para empedrar la carretera a Acapulco; bajo su piel se fundarían tribus bíblicas; adentro de él hay colesterol para engrasar los pistones del Titanic. En su ignoto escroto, un cónclave de diez billones de toritos milimétricos mugen en el corral de lo inminente.
La vaca charolaise es semejante, pero menos grande, con las pestañas más largas, un ritmo cachondo en el rumiado, las nalgas esponjosas y una propensión a tirarse llorando al suelo sin causa justificada. Sus ubres son mínimas, comparadas con el mapamundo de la vaca holstein, la vaca vaca: un océano sonrosado. Espectáculo pasmoso es cuando observas que la paja que entró por el hocico emana pronto por el culo, habiendo recorrido estómagos en serie, cuajos y cuadernos, autorrutas de intestino, comiendo y recomiendo en una antialquimia que transmuta el oro en caca. La vaca como antipiedra filosofal. De la paja dorada al chubasco de mierda verdinegra, hay tres metros lineales de rubia felpa. Y cada tanto, un largo, lento pedo le sifonea un metro cúbico de gas metano que enfila, presuroso, a la estratósfera a aniquilar ozono azul, como soldados aliados destruyendo Ejes del Mal.
Luego tomamos cerveza con unos ruidosos vascos franceses. Todos querían besarnos, sobre todo a mi mujer. Luego vimos más animalitos. Cerdos, por ejemplo, que no me cayeron nada bien. Me parecen mezquinos, con tendencias autoritarias. Orwell lo vio claro, claro. Están ahí echados, dándose importancia, como unas gelatinas sabihondas. Se les transparenta el mal karma. Tienen una beatitud babosa, como de obispo albino pagado de sí mismo. Los conejos son simpáticos, predecibles como pantuflas. Las aves de corral también me cayeron mal. Unas cosas nerviosas con problemas de diseño y sonido. Son como tics emplumados. Con sus molduras de trementina y sus ojillos salaces. Lo único que me cae bien es que se parecen a Samuel Beckett. En cambio, por patos y ocas tengo debilidad: más aerodinámicos, parecen focos con la escalera incluida.
Pero ¡cómo me han gustado los equinos! ¡Qué ensayo de belleza monstruosa y grácil. Hay decenas de modelos: desde el burrito enano, un haikú meditabundo, hasta la oda del burrote caliente, la quinta pata de su megapene a la espera de Titania; y ese cantar de gesta del mulo, mixtura de caballo, burro y Cadillac 1957, al que le peinan, con un cepillito, un tablero de ajedrez en las praderas de las nalgas.
¡Los caballos asombrosos! Entiendes que sean el agua en el caldo de los mitos, que para ennoblecer cualquier creatura, y a sí mismos, los griegos la cruzaran con caballo. Qué regocijo de ángeles piafantes. Delacroix en cuatro dimensiones. La gracia del cuello; las ancas poderosas; los belfos húmedos. ¡Quiero un percherón, el caballo everest! Gordos y decididos como capataces. Y cagan con un arte tan superior que nos humilla al resto de los mamíferos. Lo decía Tournier: el culo se les abre como florece una rosa, en cámara lenta, para largar unas intactas bolas doradas, brillantes como manzanas. Y cuando sus manos peludas cascan el suelo… Haré una pieza para orquesta y percherón. Una yegua muy guapa, con su cría, estaba detrás de su reja. Yo la admiraba y me hizo el honor de reparar en mi insignificancia. Me miró con fijeza, y sentí en el rostro el aire caliente que salía de sus narinas, aromado de eneldo. Sentí que era bautizado en alguna religión primaria.
Luego ya nos fuimos, ahítos de cerveza vasca, langosta de Guadeloupe y queso hediondo. Además, llegaban los candidatos. Al parecer, todo candidato presidencial francés tiene que pasar por este ritual: palmearle una nalga a una vaca (palmear ambas, a dos manos, se vería mal) y decir una agudeza del tipo: "¡Así de firme será mi mandato!" Los asesores de cada candidato estudian las vacas para proponerle una que acaba de descomer. Sería muy grave que, a la hora de nalguearla, ante las cámaras, la vaca emitiera su voto.
Bueno. Y tú, ¿qué has hecho? –
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.