Dos poemas

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No hay hoteles supremos
     y aun en el más caro
     se trasminan la tos,
     el pleito, el amorío de al lado.
     No hay jardines sellados
     ni suite que, por más alto que se eleve,
     no esté debajo de las nubes y el mal tiempo.
     La suite, el pent-house, la veranda…
     las moscas nos impulsan a subir,
     cuidando de no tocar a Dios;
     tal vez el gesto que las espanta
     también espanta a Dios;
     quizá usemos las moscas como excusa
     para alejar a Dios con la mano,
     y el día que se acaben las moscas…
     no quiero ni pensarlo.
     Lejos de Dios y de las moscas,
     en eso, sólo en eso, estriban los hoteles,
     pero de noche, a solas, sin el sol,
     cuando ya nada relumbra
     se trasminan la tos, el pleito, el amorío de junto,
     y en una cama demasiado grande para uno
     quedamos en la orilla, sin jardín,
     ni excusas,
     ni el lujo de dormir lejos de casa.
      
     ***
      
     Los dinosaurios
     se enfriaban por la noche
     y al otro día, curados
     por el sol,
     se hundían en la maleza
     en busca de otros de su especie.
     El verdadero sol era el rebaño.
     El hambre comenzaba apenas se reunían
     y el verde sólo les sabía
     cuando el rebaño estaba en auge.
     De noche,
     sin pelambre,
     sin el calor que el pelo ayuda
     a conservar cuando oscurece,
     entraban en un trance,
     y al otro día
     era como si fuera el primer día,
     como si apenas comenzaran a vivir,
     y como cada día era el primero,
     crecieron sin medida,
     que es como no crecer,
     como quedarse niños.
     Los niños son pequeños dinosaurios
     a los que damos,
     para que un día se cansen de crecer,
     su diaria dosis de palabras,
     que son nuestra pelambre.
     Pasamos de la noche al día apalabrados,
     sin conocer el fondo
     de la luz ni de la noche,
     que ya no aguantaríamos,
     y ese calor que ellos sintieron
     cuando el rebaño estaba en auge
     y nuestra piel codicia aún,
     lo recordamos cada vez que hacemos versos,
     que son nuestra manera de sentir
     la sangre fría que sentimos. –

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