Dirimir lo político en los medios de comunicación es de uso contemporáneo. Sin embargo, eso es sólo una apariencia: lo que en realidad se hace en los medios es la política, es decir, un discurso y una representación simbólica, mientras que lo político el lugar concreto de las relaciones complejas entre los factores reales del poder queda oculto y fuera del acceso al público y, sobre todo, fuera de la discusión pública. La política se presenta en los medios sólo como un espectáculo; es lo que los políticos hacen en público; es decir, lo que los medios nos dicen sobre la actuación de los políticos.
Si la política es una puesta en escena, los políticos son sus (malos) actores. En la política el asunto a dirimir es entre personajes en las dos acepciones del término: como individuos y como representaciones de seres esencialmente ficticios. En la comedia política más reciente y mediatizada, Carlos Salinas es uno de ellos y Ernesto Zedillo es el otro. La dramatización nos presenta, por un lado, al malo que quiere demostrar al público que en realidad es y ha sido bueno y, por otro, al bueno que guarda un elocuente silencio antes de convertirse dentro de unos meses en el malo. El rating obtenido por tal comedia es sintomático de lo preocupado y atento que está el público mexicano por la política, al tiempo que demuestra lo fácil que es distraer a ese respetable público espectador de lo que sucede con lo político.
Al espectador de la política en México se le margina del acceso a los bienes económicos y se le ha excluido de la vida política. Se le deja fuera precisamente de las decisiones sobre quién obtiene qué y cómo lo obtiene. En recompensa, los dueños del teatro y productores de la puesta en escena se ocupan de que ese espectador tenga asegurado su acceso al espectáculo de la política. Incluso le
permiten participar a través de sesudas encuestas de opinión. Algo es algo, ¿no?