Una tarea académica me obliga a releer El Gesticulador (pieza para demagogos), quizá la única pieza clásica del teatro mexicano moderno, escrita en 1938 por el gran diarista, poeta, dramaturgo, traductor y diplomático Rodolfo Usigli. Es muy divertida y no deja de tener pertinencia en estos días.
La historia es truculenta. Es la del profesor César Rubio, intelectual fastidiado en una universidad en eterna huelga donde le pagan una miseria a cambio de enseñar fastidiosa Historia de México, recientemente fastidiada por una revolución que ya ha sido traicionada, y sobre todo fastidiado de no haber podido estar entre quienes traicionaron esa revolución para enriquecerse ostentosamente. Al profesor Rubio lo fastidia también su casa, réplica breve del desastre nacional: tiene una hija fea, un hijo moralista y una esposa sumisa, los tres fastidiados por la mediocridad del jefe de la casa.
El Prof. Rubio ya no tolera el grado de fastidio. No soporta a los “gesticuladores hipócritas” que han hecho de México un país en el que “donde quiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes, ladrones disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres”. Consciente de que si no puede vencerlos, lo mejor es unirse a ellos, el Prof. Rubio toma la decisión de mudarse a la provincia de su oriundez y buscar ahí la oportunidad de ingresar a la política.
Una vez instalada la familia en el polvoriento norte del país, en una penosa casucha de tablones, ocurren extraordinarios sucesos provocados por una no menos extraordinaria serie de casualidades. Un historiador norteamericano, Mr. Bolton, ha bajado de Harvard intrigado por la misteriosa desaparición de un genial general revolucionario llamado Mi General César Rubio. Mientras persigue sus investigaciones, a Mr. Bolton se le descompone el coche justo enfrente de la casucha del Prof. César Rubio (así es el teatro).
El Prof. César Rubio, pasmado por un tal golpe del azar, se presenta ante el gringo como Mi General César Rubio e inventa que, fastidiado, ha dejado las armas y la política para convertirse en profesor con objeto de explicar la verdadera revolución a las nuevas generaciones en la universidad (en huelga). Mr. Bolton, que es historiador, no se marabía de esta casualidad pues, como dice con su acento bostoniano, todo puede ocurrir “en este país tan grandei, ienou de marabías y mostrous“. La mentira del Prof. Rubio es, en principio, de corto alcance: a cambio de diez mil dólares está dispuesto a narrar su historia, siempre y cuando el gringo no revele la identidad de su informante. Pero conmovido por la historia que cree haber descubierto, y seguro de que refleja las contradicciones de la revolución, Bolton hace pública la historia: el genial revolucionario ha dejado las recompensas del poder por la penumbra académica.
La mentira crece y el Partido Revolucionario de la Nación (prn) termina por buscar al Prof. César Rubio. Para saber si en efecto se trata de Mi General Rubio, traen a un anciano que sirvió bajo sus órdenes años atrás. El anciano es interrogado por los politiquillos del prn: “Bueno, anciano, ¿quién es este señor? ¿César Rubio o César Rubio?” El veterano contesta solemnemente: “¡César Rubio!” Resuelta la duda, Mi General Rubio es postulado a la gobernatura.
Esto conflictúa a su hijo Miguel Rubio, que ya no sabe si es hijo del Prof. César Rubio (su padre) o de Mi General César Rubio (su padre), sospecha la suplantación y se siente muy incómodo. Pero no conflictúa a su hija, Julia Rubio, que elige de inmediato ser hija de Mi General Rubio y cosechar las mieses de un futuro súbitamente promisorio que incluye organdíes y fiestas de gran gala. Elena Rubio, segura esposa del Prof. Rubio, y dudosa cónyuge de Mi General Rubio, se limita a guisar en silencio un puchero. Lo interesante es que el mismo Prof. Rubio comienza a dudar si es el modesto profesor de historia o Su General Rubio, hacedor de historia. Deseoso de que la Revolución le haga justicia, opta por lo segundo.
Pero entonces aparece Mi General Navarro, cacique regional que aspira también a la candidatura, y que sabe bien que Mi General Rubio no es Mi General Rubio, por la sencilla razón de que fue él, Mi General Navarro, quien años atrás asesinó a Mi General Rubio. Por su parte, el Prof. Rubio no se inquieta, pues a su vez ha sido él, el Prof. Rubio, en su avatar de historiador, quien descubrió hace años, con pruebas irrefutables, que fue Mi General Navarro el que asesinó a sangre fría a Mi General Rubio. Así, Mi General Rubio alcanza la candidatura sin más pérdida que la de su hijo, quien no tolera la farsa y huye de la casa en busca de la verdadera verdad (y, aunque esto ya no está en la pieza, seguramente acaba entre los fundadores del PRD, o del EZLN o del EPR). –
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.