Cuauhtémoc Cárdenas

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El número tres parece gravitar sobre los pasos de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano a la presidencia. Un número tres construido de convicciones, de memoria, de pena por los partidarios caídos en el trayecto de los últimos trece años. Pero que lleva también la huella del crecimiento difícil de su partido, el PRD, y del conglomerado de fuerzas, facciones y grupos denominado Alianza por México (PT, PAS, Convergencia, PSN).
Una militancia que va desde la izquierda radical hasta la fe populista, y que, bajo tal ideario lleno de contrastes, proclama la apuesta por el cambio en el país.
     La tercera es la vencida, dice el refrán, y a esta oportunidad se adhiere el perredista. 1988 y 1997 constituyen las dos primeras estancias de una larga jornada que se reconoce en una divisa fundacional: la "lucha democrática". En la biografía de Cárdenas, la primera de esas fechas se asocia a la certeza áspera de haber ganado las elecciones y, al mismo tiempo, haber sido víctima de un despojo por parte del sistema político que rige a México desde siete décadas atrás. La segunda fecha acuña el triunfo electoral de su partido para acceder a la primera gubernatura del Distrito Federal, que él abandona, después de una gestión polémica que le sirve de plataforma, en favor de una de sus razones de ser como político: llegar a la presidencia de la República.
     En este afán de reencuentro de Cuauhtémoc Cárdenas con su pasado y su presente pulsa un sueño antiguo: atisbar la "utopía cardenista" que impulsó su padre, el presidente Lázaro Cárdenas del Río, en la segunda mitad de los años treinta. Y, al mismo tiempo, actualizar aquel nacionalismo, darle vida en un mundo muy distinto de dinámica global y retos de cambio incesante. Entre éstos se hallaría el desafío de compaginar aquel reencuentro tan personal —el neocardenismo como esencia del PRD— con el ansia transformadora de un país de votantes constituido por jóvenes inmersos en el mundo de hoy.
     Muchos de los jóvenes que votarán este 2 julio, y que quizás decidirán al ganador de los comicios, lo harán por primera vez. Eran niños cuando Cárdenas —ingeniero, ex funcionario federal, ex senador, ex gobernador de Michoacán— ofreció una gran batalla cívica en medio de las impugnadísimas elecciones de 1988, esas que el cinismo de los propagandistas oficiales bautizaran como sólo "desaseadas".
     En el horizonte de estos jóvenes, el nombre de Cuauhtémoc Cárdenas —fetiche y bandera cíclicos de su partido— despierta una evocación admirativa en boca de sus mayores, o un denuesto, un sarcasmo, un desdén. Pero no pocas veces una esperanza, sobre todo entre los que pertenecen a sectores desposeídos del país.
     La desigualdad ha reducido el acceso al bienestar de estos jóvenes. Nunca antes los mexicanos y las mexicanas de entre quince y 24 años de edad habían enfrentado como ahora la falta de un futuro viable. Son 20,300,000 personas que provienen de hogares cuyos ingresos en las últimas dos décadas han sido fijos e ínfimos. Tienen un promedio de escolaridad de segundo de secundaria y registran una tasa de desempleo de 12.5% —la del país es de 5%. En otras palabras, en esa multitud de sangre nueva habitan cinco millones de víctimas del desempleo.
     En todo caso, Cárdenas estimula entre los jóvenes la curiosidad y el interés por la historia viva que resume su persona. Para bien o para mal, es el único candidato al que rodea unaire legendario.
     Pero la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas confronta una asimetría histórica: por una parte, las convicciones y la leyenda que él encarna y, por otra, la maleabilidad y lo novedoso que exige el momento electoral del país. Reposa allí un reto entre la fortaleza moral, sólida, lineal e incansable como los monumentos, y la expectativa del instante que obliga al desplazamiento dúctil. O la urgencia de equilibrar la lentitud y la rapidez, la defensa de posiciones y la dinámica ubicua. El contexto político ha cambiado, y Cárdenas confía aún en que, con el apoyo de su partido, los votantes le resarcirán el agravio de 1988, le reconocerán su honradez y le premiarán su congruencia. Pero ¿los votantes llevan consigo las mismas presuposiciones?
     En Cuauhtémoc Cárdenas, la cifra tres condensaría algo que aguarda en un terreno sutil más allá de las encuestas, del vértigo del espectáculo, del marketing o de la idolatría alrededor de esquemas extrapolados de otras latitudes para hacer campañas políticas: el anhelo de que prevalezca la memoria y la lucidez de un país frente a sí mismo.
     A la entrada del campus del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, el Tec, un edificio cuyo diseño está a medio camino entre el toque funcionalista y las aspiraciones de high modernism de los años cincuenta, se agrupan los directivos de las sociedades de alumnos. Jóvenes que tienen entre 18 y 22 años de edad y ostentan el sello emprendedor, la falta de timidez.
     Cada uno de ellos contrasta ante la displicencia del resto de sus compañeros, metidos en jeans de mezclilla holgada, camisas, cachuchas o playeras multicolores de marca (Bebe, Guess, DKNY, Nike, Tommy Hilfiger). Entre éstos, las mochilas y los libros parecen un lastre, si se les compara con la agilidad operativa de los organizadores del encuentro de Cuauhtémoc Cárdenas con la comunidad del Tec.
     Más hombres que mujeres, más peinados que despeinados, más en ropa seria que informal, los organizadores hacen corrillos y dan instrucciones a través de los walkie-talkies, mientras ellas, en plan de edecanía, se estiran una y otra vez el borde de la minifalda, o conversan entre sí en un entusiasmo que mezcla el juego del recreo con la certidumbre de las buenas calificaciones por las que están allí, en la primera línea del impacto comunicativo del día.
     No quieren ser sólo protagonistas de su vida familiar, sino que se asumen ya partícipes de la política, la noticia, el suceso que hoy les corresponde construir. Se saben el emblema del espíritu regio. Todos los demás alumnos asistirán como espectadores en una butaca del Auditorio.
     Los periodistas que cubren el acto esperan sentados en una banca lateral o permanecen de pie, atentos al trajín de los estudiantes. La mayoría de ellos ha cubierto la campaña cardenista desde su inicio, y comienza a registrar el letargo de la rutina. Los únicos inquietos son los fotógrafos y los camarógrafos, que cuidan como si fueran sus novias las cámaras, atriles y chalecos llenos de rollos o artilugios. "¡Pásame la maleta, apúrate!", se dicen.
     Los reporteros bostezan, conversan u observan el reloj de pulsera. Alguna se aliña el rímel indócil con un espejo de bolsillo en la mano. Del grupo estudiantil se desprende un muchacho esbelto e hiperquinético como criatura, y se aproxima a éstos.
      —Hola, soy alumno del sexto semestre de ingeniería, ¿usted de qué medio es? —pregunta a uno de los reporteros que, de pie, otea la llegada inminente del candidato perredista.
     En ese momento, el convoy del invitado llega. El ingeniero a punto de serlo ya no escucha la respuesta y el reportero se queda con la cortesía en la boca. Aquél corre, grita órdenes y se ubica al frente del comité de recepción que encabezan el rector y otros funcionarios académicos. Los fotógrafos y camarógrafos se deslizan hacia las mejores posiciones y accionan sus máquinas. Atrás de ellos, las estudiantes se susurran unas a otras, los labios solemnes y los ojos inquietos saltan de aquí a allá. Esperan su turno: serán las guías del paseo a Cárdenas por el campus.
     Ajenos al breve tráfago preelectoral, centenas de estudiantes circulan hacia su oficio de tareas, libros, horarios, clases, holganza de cafetería, bromas, risas. Apenas voltean a ver la comitiva que se desprende del pasillo hacia los prados entre flashazos esporádicos, travelings de los camarógrafos, rumor de muchachas y eficacia organizativa vestida de negro.
     Los audífonos en las orejas, la lejanía de las sociedades de alumnos, la desconfianza de aquello que no sea autos, moda y Plastilina Mosh —o su equivalente en el gusto íntimo— ensimisma a gran parte de los estudiantes de esta universidad de élite, que busca el "rediseño de la educación para el nuevo milenio". Cada alumno cuesta a sus respectivas familias un promedio de siete mil dólares al año.
     Allá va Cárdenas, el tranco largo y el ritmo pausado, los hombros cargados, la cabellera lacia, la elegancia en el vestir, su traje color canela, la corbata fina, el calzado brillante y la precisa camisa blanca. ("¡Mira Hugo —le dirá un alumno a su amigo al ver pasar al candidato—, se parece a tu primo El Dromedario, ¿verdad?!")
     El medio centenar de acompañantes, periodistas y curiosos que siguen al candidato circula frente a unos inverosímiles puestos promocionales de cerveza, sí, en el campus, con sus edecanes de piernas neumáticas y vestidos entalladísimos, y deja atrás a los prosélitos de alguna reina de la belleza universitaria, que estallan una porra en honor de su propia candidata, mientras desfila el perredista. Los empleados de intendencia ni siquiera se distraen de sus escobas y más de un despistado se acerca a preguntar: "¿Quién es? ¿Por qué hay tanto desmadre?"
     —¡Es Cárdenas!
      Grita un muchacho rubio que, bajo el rubor y entre palabras atropelladas, saludó un instante atrás al perredista, quien le devolvió la atención con dos palmadas y una sonrisa de gratitud.
     El paseo del perredista irá de cierta indiferencia en los pasillos al público virtual y atento de una videoconferencia con otros campus del Tec en el país, y de allí al Auditorio Luis Elizondo, que resguarda un ejército de muchachas con pulseras rojas de plástico y quarterbacks con gafete y reglas tajantes ("¡No puedes pasar con la botella de agua!").
     Aquí, Cuauhtémoc Cárdenas empezará a ser el Cuauhtémoc Cárdenas de 1988, el de 1997: el de la trayectoria legendaria. Sólo hay tensiones entre los organizadores y los perredistas que acompañan a su candidato. En la memoria de todos está presente el fracaso del extinto Luis Donaldo Colosio en este mismo escenario, seis años atrás.
     El Tec es, como casi todos los regios, conservador, combativo y sincero en sus filias y sus fobias. Constituye una isla de bienestar educativo en la geografía carente de posibilidades de los jóvenes mexicanos, que ven fermentar la imposibilidad masiva de pertenecer a la élite de los privilegiados —ese país de los anuncios en la pantalla, las muchachas hermosas, los hombres atléticos, la opulencia, el consumo vasto o las universidades privadas.
     De entrada, contra la cortesía tensa que lo recibe, Cárdenas invita a los 2,500 estudiantes presentes en el auditorio del Tec a unir fuerzas con el fin de rebasar "el envejecido régimen político por otro plenamente democrático, republicano y federalista". Y remarca que la "transformación democrática de México se hará con los jóvenes, o no se hará". Estas palabras le ocasionan una ovación generalizada: el perredista gana en el arranque. El estira y afloja entre el candidato y el público continuará hasta el fin. Los jóvenes lo escuchan, atentos, participativos, conscientes de que el juego de los aplausos y los abucheos representa la mejor política aquí y ahora en México. Y quizás del futuro, ¿si no para qué son las encuestas y los sondeos de opinión?
     Cárdenas toma la iniciativa y desafía a la concurrencia al citar el tema de la UNAM. Exige que sean "liberados incondicionalmente los estudiantes y maestros que aún se encuentran detenidos". Un pequeño grupo de estudiantes prorrumpe en aplausos y, de inmediato, crece un abucheo gigantesco contra ellos y contra el perredista.
     "En las últimas semanas hemos visto" —continúa Cárdenas por encima del enfado estudiantil—, "cómo el conflicto en nuestra máxima casa de estudios se agudiza, crece el clima de tensión y aumentan los enfrentamientos en la comunidad universitaria". A los abucheos se suman los silbidos y uno que otro aplauso intimidado. El alegato de Cárdenas se muestra antiautoritario y ataca "los intentos de privatizar la educación de carácter público", también se refiere al "proyecto que pretende excluir a amplios sectores sociales de la posibilidad de realizar estudios universitarios". A pesar de tocar los cimientos del Tec con tales asertos, los alumnos recuperan la calma poco a poco. La razón se impone.

El candidato sostiene que el gobierno federal tiende a fomentar un tipo de educación superior "que corresponde al de un régimen subordinado a los intereses del mercado internacional. Los gobernantes actuales no confían en México, no confían en la universidad pública, no confían en la universidad nacional". El auditorio guarda silencio cuando el perredista fustiga al gobierno por socavar las normales rurales y las universidades de los estados. Para subsanar esta falta, él dedicaría el 8% del Producto Interno Bruto al presupuesto educativo.
     Así, distante de contemporizar con su público, Cárdenas reitera que el gobierno ha usado cualquier medida posible para reducir la educación superior pública. El llamado reiterado a la excarcelación de los paristas de la UNAM reaviva las desaprobaciones, hasta que Cárdenas retoma el temario general de su programa de campaña: una economía que crezca, mayor seguridad social, la política honesta, la defensa de las mujeres y los ancianos…
     Si bien la sociedad mexicana se ha hecho más compleja, las respuestas inmediatas —que surgen de percepciones, reflexiones, intuiciones o aversiones recientes— de estos jóvenes permiten ganarle un terreno estratégico a los intermediarios institucionales. Al final, aquí se unificarán los interlocutores en el respeto mutuo y las expectativas compartibles.
     En el Tec, el diálogo abierto con el público se centrará, como ha sucedido a lo largo de la campaña del perredista, en dos puntos que suscitan el revuelo tanto en la butaquería como en el presidium: 1) ¿Por qué Cárdenas y no otro es el candidato del PRD?; 2) ¿Por qué no renuncia Cárdenas a su candidatura en favor del candidato del PAN, si de producir un cambio se trata? Cárdenas sonríe antes de responder sus argumentos que, en síntesis, son: 1) "El partido me nombró y eso fue porque no encontró mejor candidato que yo"; 2) "No declinaré mi candidatura porque el PAN y Vicente Fox son lo mismo que el PRI y Francisco Labastida, y ellos no declinarían por mí". Añade que, desde un año atrás, el PRD buscó una alianza con el PAN, malograda —subraya— a causa de la renuencia de este último partido.
     Las respuestas se dividen entre los "abucheos a la terquedad de Cárdenas y los aplausos a su valentía", como afirma una regiomontana de pulsera roja al explicar a un periodista las reacciones de sus compañeros.
     El discurso de Cuauhtémoc Cárdenas se muestra mesurado, opuesto a los "engaños y los insultos", como él mismo revalorará, pleno de pronunciamientos claros y deseos de cambio, pero sujeto a una suerte de pauta invariable en el tono y el estilo. Y aunque la adecuación entre las palabras y el propósito que sustenta a éstas resulta exacta, su discurso tiende a la monocordia, lo mismo cuando lo que dice requiere de énfasis emotivo que cuando clama por un fraseo suspensivo que suscite el interés del público. Lector correcto en voz alta, Cárdenas sucumbe sin duda a la carencia de don literario de sus conse-jeros o escritores, sin duda expertos en papers de ciencias sociales y luchas políticas, pero negados para las demandas más flexibles de la comunicación contemporánea.
     Entre los periodistas que cubren las campañas presidenciales se cuenta que, mientras Vicente Fox ha explotado la importancia de la imagen televisiva y suele actuar en función de ésta, Cuauhtémoc Cárdenas prefiere el comportamiento tradicional que ha caracterizado siempre su gestual político: inmerso en la palabra y la ideología más que en la imagen o el impacto emotivo. Sereno, serio, reticente a la improvisación y más proclive a la ironía esporádica que al ingenio cotidiano. En otra arista, Francisco Labastida encarnaría la grisura poderosa de todo un sistema político.
     En el periodo de marzo-abril, el Instituto Federal Electoral reveló que, de acuerdo a su "monitoreo" de la información radial y televisiva sobre el tema electoral, el PRD ocupó el asiduo tercer lugar.
     Entre el estudiantado del Tec, y a pesar de sus alusiones contra el candidato panista, Cuauhtémoc Cárdenas logra imponer respeto debido a tres mensajes esenciales, como los definirá una estudiante de leyes para su novio y para quien quiera oírla: "Es honesto, es antipriísta y es auténtico". Mientras el expositor se retira, se anuncia la presencia al día siguiente de Vicente Fox. El auditorio aúlla de júbilo, aplaude, se hunde en un éxtasis anticipado. Para ellos, el panista debe representar una suerte de substancia mesiánica. Cárdenas sólo sonríe, socarrón: ya la libró, sabe que lleva en el bolsillo la tarde completa.
     Desde semanas atrás, Cuauhtémoc Cárdenas ha mantenido su discurso crítico —tajante pero sensato en la expresión— contra las instituciones políticas y el gobierno del país. Su contenido luce débil, incluso anacrónico, al lado de la altisonancia de los candidatos del PAN y del PRI, que han opacado los pronunciamientos positivos en favor del desplante, el gesto, el vituperio, o el relajo simple contra sus contrincantes. El perredista ha insistido en cuestionar lo existente y ofrecer sus alternativas, aunque suenen como las "mismas de siempre".
     Al igual que lo hizo en el Tec, Cárdenas ha ido al encuentro de otros detractores. Por ejemplo, con los dueños de Banamex-Accival habló de la ineficacia del sistema bancario y de la necesidad de que éste recupere su papel de intermediario de la inversión y el consumo, y ofreció apoyar un marco jurídico favorable y un mejor funcionamiento de la justicia.
     Asimismo, expresó de cara a dichos banqueros cinco puntos de su programa económico: buscar la soberanía, la prosperidad y la equidad en un contexto globalizado; recuperar el crecimiento de la economía nacional hasta el nivel de las tasas históricas; impulsar las políticas de distribución equitativa en favor de las mayorías; revertir la "dislocación" y el deterioro de la planta productiva del país y, por último, establecer una estrategia de desarrollo regional.
     En Acapulco, durante la Convención Nacional Bancaria, Cárdenas irrumpiría con su comitiva para manifestar sus divergencias. Entre forcejeos y rechazos de vigilantes, empleados y edecanes, logró entrar y fustigó los enredos del Fondo Bancario de Protección al Ahorro, y defendió a su banquero ideal: "un banquero cuya imagen social se recupere y sea muy distinta a la que hoy tiene". Al despedirse, el dueño de Banamex-Accival Roberto Hernández, ex condiscípulo universitario de Vicente Fox, le deslizará al oído: "¡Qué mal gusto de discurso!"
     Así, en el Congreso Nacional de Economistas, Cárdenas insistió en su diagnóstico contra el "modelo neoliberal", la pobreza y las "fracturas territoriales" del país, y amplió sus tesis sobre el estímulo a los sectores productivos, como el campo y la industria, hacia la creación de mayores empleos (1.2 millones al año), la búsqueda de un incremento salarial por encima del nivel inflacionario, el auge del mercado interno y el equilibrio de la balanza comercial. Cárdenas se refirió también al imperativo de cancelar las exportaciones de petróleo crudo y, por último, "transparentar" el sistema bancario.
     En toda campaña política, los proyectos de cada candidato importan más que el cómo hacerlos, y sus propuestas se fundan en las promesas. La diferencia al respecto la establece el grado de credibilidad moral que está de por medio. Y esto lo saben tanto los electores como los candidatos. El perredista, que se jacta de ser un político de "una sola línea", confía en tener ventaja al respecto.
     Una de las facetas que más antipatías le han ocasionado a Cuauhtémoc Cárdenas ha sido su abulia ante las encuestas electorales que le desfavorecen. Lo repite cada vez que se lo preguntan, porque es un acertijo que cualquier periodista o ciudadano tiene en la punta de la lengua: "no tiene mayor importancia el lugar que me den en este momento las encuestas", afirma. La hora de la verdad dice el perredista, "será el 2 de julio".
     Para avalar su convicción, se remite a lo que vivió en 1988 y en 1997: "las encuestas nos daban por perdedores, y ganamos", ha reiterado. Sin duda, el perredista ubica al Pueblo, esa entelequia capaz de razonar sus propias carencias, como una suerte de fuerza providencial que emergerá —después de persuadirla con el activismo de su partido— el mismo día de la votación para ofrendarle lo que más sueña: la victoria que restituya los agravios personales y colectivos, que él ha querido asumir. Allí relumbraría el carisma del caudillo bajo el traje republicano.
     Esta fe ha brotado en el candidato perredista cuando visita la tierra adentro de México, como en el caso de la mixteca oaxaqueña que guarda la memoria de su padre, Tata Lázaro. Frente a los indígenas y los mestizos que se debaten en medio de la incuria institucional y el hambre, recordó la esperanza que sigue viva y su deseo de resarcirla por encima de la trivialidad de la política convertida en espectáculo y cifra de escritorio. "Queremos un país que decida su destino —dijo entonces— de acuerdo a sus intereses, y no que nos ponga de rodillas como han hecho los gobiernos del salinato".
     Para Cárdenas, el campo requiere de dos medidas inme-diatas: actualizar el artículo 27 constitucional y revisar el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Y manifiesta su negativa a cancelar los programas gubernamentales de apoyo rural, como son Procampo y Progresa.
     Asimismo, en el centro de la propuesta cardenista se ubica la lucha contra la corrupción, y los vínculos de ésta con las instituciones del país, como los cuerpos policiacos o el ejército, al que sugiere "modernizar" a partir de un Estado Mayor conjunto —y ya no sólo presidencial. Demanda también excluir a éste de la lucha contra el narcotráfico.
     En los últimos días de marzo, se anunció la integración de un Consejo Consultivo de Alianza por México, donde participan cerca de ochenta empresarios, académicos y creadores. Éstos se decían preocupados en lograr un "repunte" de la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, que las encuestas mostraban en el insidioso tercer lugar de la tendencia de voto entre los electores, muy por debajo de los candidatos punteros del PRI y el PAN.
     El fantasma que ronda estas prevenciones no sólo apunta al riesgo de no ganar la presidencia, sino que el PRD deje de ser la segunda fuerza política del país. El recurso de fondo sería, de acuerdo con dicho Consejo, enfatizar ante la ciudadanía las semejanzas e intereses conjuntos del PAN y el PRI, y realzar al PRD como única alternativa verdadera de cambio.
     Más de un militante del PRD se ha hecho una pregunta: ¿podría ocasionar este recurso un efecto adverso, es decir, que los votantes mexicanos, cuyo conservadurismo fue decisivo en la última elección presidencial, decidan al fin darle la espalda al PRI "malo" que encarnaría Francisco Labastida y, por el contrario, avalar el PRI "bueno" que representa el PAN? Así, Vicente Fox llegaría a la presidencia con la ayuda del mismísimo PRD. Gracias, amigos. Eso, desde luego, si los electores prefieren algún "cambio".
     Con todo, el PRD confía en que sus brigadas de treinta mil personas a favor del voto colaboren al mejoramiento electoral de Cuauhtémoc Cárdenas en las semanas previas al 2 de julio.
     El debate del 25 de abril presenció a un candidato perredista situado en una esquina aparte de la de sus dos principales contrincantes, Vicente Fox y Francisco Labastida. Fue menos espectacular y salió indemne, como era su objetivo. Atacó a ambos por tener a su familia en el Fobaproa, y lanzó un reto desoído a Vicente Fox: que convenciera a su partido deventilar dicho asunto hasta las últimas consecuencias.
     De acuerdo con las encuestas de diversos medios, el triunfo correspondió al panista, que habría relegado al priista a un segundo lugar. Éste se quejaría más tarde de que, en realidad, "él ganó el debate", pero que Fox le arrebató el triunfo en el "posdebate", es decir, en la secuela de propaganda ulterior. Otra vez, de acuerdo con las mismas encuestas, el número tres acogía al perredista.
     Cárdenas desestimó el triunfalismo del panista y declaró que ya había instruido a su coordinador de campaña para que convocara a una nueva confrontación.
     El descalabro de Francisco Labastida en el debate —y el golpeo creciente del PRI a Vicente Fox— reactivó, de acuerdo con los neocardenistas más acérrimos, las posibilidades de su candidato. El mes de mayo, afirman, habrá de situarlo en el segundo lugar de las preferencias electorales en el país. El 8 de mayo, en efecto, el PRD anunció que —según una encuesta realizada a pedido suyo— Cuauhtémoc Cárdenas encabezaba ya las preferencias electorales en el Distrito Federal.
     Hasta los primeros días de mayo, Cárdenas había consumado 58 visitas a los estados en 158 municipios, con un público asistente de cerca de trescientas mil personas. En adelante, además de "pueblear", sólo se concentraría, se dijo, en actos de alto perfil electoral, como el debate.
     Al anochecer de una tarde calurosa al inicio de la primavera, Cuauhtémoc Cárdenas sale del salón regiomontano donde ha asistido a un mitin en el que prevalecen las banderas del Partido del Trabajo. Hombres, mujeres, niños y niñas que son expertos en porras, aplausos, agitación de banderas, mantas o consignas. Hay un ambiente de festejo pueblerino, de multitud peregrinatoria, pero de proselitismo tarifado también —este partido mostrará sus desavenencias con el PRD en una gira de Cárdenas a Veracruz.
     Un puñado de técnicos en gritería acompaña al candidato cuando regresa a su camioneta. Uno de éstos, de sombrero, grita el último "¡Cárdenas presidente!", la voz ronca, cansina, de mero trámite. Una niña descalza muerde la banderita que lleva en las manos. A su lado, otros petistas pliegan sus mantas, se despiden y retiran poco a poco. Sólo permanecen los vendedores de frituras, golosinas, refrescos, semillas que tuvieron una buena tarde gracias al acto político.
     El hombre que lanzó la última consigna atraviesa la avenida de Los Leones y se pierde en el tráfago urbano. Un viento leve remueve la basura que ha dejado el mitin y, al fondo, el Cerro de la Silla se oscurece. Queda en el aire un acertijo que aumenta conforme el alumbrado público comienza a seguir el trazo de los transeúntes y los vehículos. Un acertijo que persistirá hasta el 2 de julio en espera de los acontecimientos más impredecibles. Horas después de la votación, el día 3, sólo uno de los tres candidatos más fuertes celebrará el triunfo. Cuauhtémoc Cárdenas sabrá entonces si ha vivido, o no, en el error. –

Sólo sé que Cárdenas no lo sabe
Durante su efímera gestión como jefe de gobierno de la Ciudad de México, Cuauhtémoc Cárdenas adoptó como estrategia evadir preguntas para evitar comprometerse, nadar de muertito, como decimos en México, para intentar llegar a la orilla de la candidatura presidencial sin raspones. He aquí un breve muestrario de sus elocuentes negativas:
      
     – 17 de enero de 1998. Ante la liberación del Chucky, presunto asesino: "No conozco la resolución del juez".
     – 25 de enero de 1998. Frente a un desalojo que había organizado su gobierno: "No es el tema de hoy, estamos en una charreada".
     – 30 de enero de 1998. La diputada Raquel Sevilla asegura que en el gobierno de Cárdenas hay nepotismo, ante la evidente presencia de Cuauhtémoc Cárdenas Jr. en oficinas de su padre. Respuesta: "No conozco las declaraciones, si me las enseñan daré mi opinión".
     – 4 de marzo de 1998. El entonces oficial mayor, Jesús González Schmal, asegura que Aguilera obtiene información confidencial del gobierno de la ciudad y deja entrever que podría estar involucrado en el espionaje que se dio a conocer un día antes. Reacción: "Pregúntenle a él, no tengo información".
     – 3 de junio de 1998. Ante las encuestas de opinión en que la población
asegura que no ha hecho nada por mejorar la seguridad: "No conozco el sondeo, necesito conocer la metodología".
     – 25 de junio de 1998. México y Holanda empatan a dos en el Mundial de Francia: "No vi el partido".
     – 26 de julio de 1998. Sobre las encuestas de opinión realizadas entre la población que le dan una calificación de entre 5.6 y 6: "No conozco lo que me señala".
     – 18 de agosto de 1998. Su opinión sobre la captura del secuestrador Daniel Arizmendi, horas después de su detención: "No tengo información".
     – 7 de junio 1999. La tarde del lunes, durante la celebración del Día de la Libertad de Expresión, Cárdenas Solórzano declaró que en el homicidio del conductor de televisión Francisco Stanley el crimen "constituye un hecho lamentable, como muchos otros que desafortunadamente ocurren en el Distrito Federal", "es parte de las secuelas de la ciudad que se recibió el 5 de diciembre de 1997". Sin embargo, por la noche, convocó a una conferencia de prensa para condenar la campaña de linchamiento hacia su gobierno iniciada por los noticieros televisivos, especialmente TV Azteca.
     – 5 de diciembre de 1999. Al pedírsele su opinión sobre la declaración del gobernador de Zacatecas, Ricardo Monreal, en el sentido de que en Tabasco había grupos de madracistas dispuestos a entrar al PRD, Cuauhtémoc Cárdenas dijo: "Monreal no me ha informado de sus reuniones con madracistas". -Fuentes: Reforma y La Jornada.

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