IN MEMORIAM
Claudio Rodríguez (1934-1999)
El pasado 22 de julio moría en Madrid Claudio Rodríguez, una de las voces más representativas de la llamada "Generación poética de los cincuenta" (la de Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo, ya desaparecidos, o la de José Ángel Valente, Francisco Brines, Ángel González y José Manuel Caballero Bonald), pero también desaparecía uno de los poetas españoles más importantes y singulares de este siglo. De hecho, pocos autores han sido tan unánimemente respetados, queridos y valorados como él, incluso por sus propios colegas. Y, sin embargo, hubiera sido muy difícil encontrar a alguien con menos conciencia de sí mismo y que se diera menos importancia. Los elogios, las distinciones y los premios lo abrumaban, y le producía un gran asombro que los estudiosos quisieran ocuparse de su obra.
Y es que la poesía, para él, no fue nunca una cuestión de voluntad o decisión, sino de carácter y destino, e incluso yo diría que de fatalidad. Era la poesía la que lo había elegido a él, y él se había limitado a cumplir lo mejor posible su tarea, una tarea que, por cierto, era, a la vez, un don o un carisma y una pesada carga. Nadie encarnó como él la figura del poeta en la sociedad contemporánea. Como el célebre "Albatros" de Baudelaire, Claudio Rodríguez fue siempre un hombre desgarrado, dual y paradójico, puesto que con su obra aspiraba a lo más alto y vivía, de hecho, en contacto permanente con lo sagrado, pero, al mismo tiempo, estaba muy apegado a la tierra y en relación constante con los otros. Era, sí, un hombre "sencillo de reseña", como él mismo escribió en uno de sus poemas, pero también un ser profundamente enigmático.
Claudio Rodríguez experimentaba la realidad como misterio y, en consecuencia, sentía una inmensa curiosidad y respeto por todas las cosas. Si en un poema hablaba, por ejemplo, de una llave o de una cerradura, aunque fuera de forma simbólica, era porque se había pasado largas horas observando con paciencia y asombro el trabajo de los cerrajeros. Y si hablaba con frecuencia del vuelo de las aves era porque sabía, entre otras cosas, que el vuelo de la paloma tiene tres tiempos, y es muy distinto al de los otros pájaros. Asimismo, Claudio Rodríguez experimentaba una profunda simpatía por todo lo humano, y, en este sentido, su necesidad de compañía y de comunicación eran inexcusables. No sólo estaba de buena gana entre la gente, sino que ejercía constantemente su ciudadanía como quien participa en una fiesta. No en vano su "oficio sin horario era la compañía", y la amistad, su única vocación verdadera.
A pesar de su brevedad (tan sólo cinco libros publicados en casi cincuenta años de escritura: Don de la ebriedad [1953], Conjuros [1958], Alianza y condena [1965], El vuelo de la celebración [1976] y Casi una leyenda [1991]), su obra no sólo es extraordinariamente rica y compleja, sino también coherente y unitaria. Se trata, por lo demás, de unos versos en los que vida y poesía convergen y se unifican. De ahí que las diferentes etapas de la trayectoria vital e intelectual de Claudio Rodríguez tengan su correspondiente reflejo y expresión en cada uno de sus libros: desde la infancia y adolescencia, marcadas por el entusiasmo y la exaltación y por la comunión con el cosmos y la naturaleza, hasta la vejez y la muerte, que es uno de los temas centrales del libro que el autor ha dejado inconcluso, bajo el título provisional de Aventura.
Es, pues, la vida de un hombre y la de cualquier hombre la que late y permanece en esos versos. Pero es también la muerte, concebida por Claudio Rodríguez como algo positivo y paradójico, esto es, como una vía de conocimiento y de renacimiento, como el final y el principio, a la vez, de un ciclo regenerador. Así sea. –