El rey desnudo y el ornitorrinco

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Jesús Silva-Herzog Márquez acaba de publicar un libro donde condensa las ideas dispersas en sus artículos para la prensa: El antiguo régimen y la transición en México. Su brevedad es ilusoria. Las páginas que lo forman, no más de 150, construidas con frases compactas y sentenciosas, son menos ligeras de lo que parecen: densas en reflexiones, exigentes con el lector, rebosantes de citas —unas políticas, otras literarias, como voces llegadas de lejos, invitadas por el autor para compartir su testimonio con los lectores. El libro, al igual que su título, está dividido en dos partes, que narran el paso del autoritarismo consensual al régimen de la desconfianza. Un paso truncado. Es necesario, explica el autor, analizar la naturaleza del antiguo régimen para comprender las peculiaridades de la transición mexicana.
     En los anales de la transitología, las ocurrencias han lucido más que las ideas al retratar los rasgos del régimen que surgió de la Revolución: "la dictadura de PRInochet", "la dictablanda", "la dictadura perfecta" (la frase de Vargas Llosa, por cierto, esconde también un elogio que nadie quiso ver: el régimen que caricaturizó no era cruel ni, desde luego, incompetente, era mejor: perfecto). Giovanni Sartori, entre los intelectuales más serios, ha preferido la claridad: "un sistema de partido hegemónico pragmático". México, en efecto, no fue jamás una dictadura (ni militar como la española, ni totalitaria como la soviética). Tampoco fue, desde luego, una democracia (ni siquiera una democracia de partido dominante, como la que tuvieron un tiempo Suecia, Japón o la India). Fue más bien un sistema de dominación hegemónica (parecido, no igual, al de países tan distintos como Portugal, Argelia y Corea del Sur). Fue, en todo caso, un animal muy raro. Por eso la predilección de Silva-Herzog Márquez por el ornitorrinco, que ilustra la portada de su libro: un animal que pone huevos pero que da de mamar a sus críos, que tiene un abrigo de castor pero que posee también un pico de pato —"de todos los mamíferos conocidos, el más extraordinario en su conformación", escribió maravillado un zoólogo del siglo XVIII.
     Luego de retratar al antiguo régimen, el libro consagra el resto de sus páginas a las peculiaridades de la transición. O, más bien, la mutación: la mutación del ornitorrinco. "La lentitud de las transformaciones, la metamorfosis de los viejos órganos del autoritarismo, el carácter casi irreflexivo de buena parte de las novedades aproximan nuestro cambio al reino biológico y lo alejan del universo exacto de la mecánica". En efecto, no hubo fiesta de la transición en México. No hay una fecha, un dato, un nombre que la represente. Ha sido tan imperceptible que muchos ni la ven. Así lo reitera el autor, a pesar de que, en su libro, la transición está enmarcada entre dos acontecimientos que tienen, sin duda, un valor de símbolo: el discurso de Reyes Heroles en Chilpancingo, en 1977, y el triunfo de las oposiciones en el Congreso, en 1997. Son veinte años. En ese tiempo —mucho tiempo— dejó de latir el corazón de la autocracia posrevolucionaria, a saber: "la existencia de un partido hegemónico disciplinado y controlado por el presidente de la República".
     ¿Qué surgió luego de la muerte del ornitorrinco? Otro bicho muy extraño, dice Silva-Herzog Márquez. En lugar de que nuestros dirigentes se tomaran de la mano para cruzar el puente de la transición y llegar a la ribera de la democracia, se detuvieron a pelear a la mitad del río. Es en este escenario donde tiene lugar la comedia de la transitocracia mexicana. Ha proliferado allí toda clase de  personajes pintorescos: restauradores, jacobinos, demagogos, gobernantes de oposición (como si fuera posible ejercer el poder desde la oposición). El libro de Jesús Silva-Herzog Márquez los describe con una prosa dramática, que corresponde a su visión de la política como teatro de las pasiones (los priistas aparecen "con la cabeza inclinada", los demagogos "escupen, insultan y se rascan la entrepierna"). Sus juicios resultan a menudo crueles, incluso soberbios (los partidos marginales, por ejemplo, "son hongos que han crecido en las axilas de la transición"; el partido oficial, a su vez, "es una lagartija descabezada en el ecosistema democrático"). El libro, escrito con pasión, a veces desmesurado, no está casado con ningún partido: es rabiosamente independiente. Supongo que va a irritar, y confieso que la perspectiva me divierte.
     Jesús Silva-Herzog Márquez, zoólogo y taxonomista, espectador de la comedia mexicana, afirma que la transición está en el pasado ("a pesar de toda la palabrería sobre la transición, podemos decir que su proceso ha concluido"). Afirma también que vivimos en una transitocracia ("equidistante del autoritarismo y de la democracia, la transición empantanada constituye un modo peculiar de organizar el poder"). La contradicción es aparente nada más. A pesar de que la transición está detrás —el sistema ya cayó— los transitócratas simulan que la tienen por delante (así pueden, además, prometer el paraíso). Se parecen a los personajes del cuento del rey desnudo. Al verlo pasar en la calle, sin ropa, gritan que sus prendas son las más hermosas. Pero en realidad el rey está desnudo. –

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