Hace unos días encontré en Twitter dos cuentas que pertenecen a dos organizaciones distintas que comparten el mismo nombre: Partido Comunista de México. Siguiendo la pista, confirmé que, en efecto, uno nunca debe confundir al Partido Comunista de México (siglas PCM, @comunistamexico, con este sitio web), una agrupación que reivindica el marxismo-leninismo, con el marxista-leninista Partido Comunista de México (siglas PCdeM, @comunistademx. El sitio web puede verse aquí). No pude reprimir la curiosidad y les pregunté a ambos grupos en qué consistían sus diferencias aparte de las muy notorias presencia y ausencia, respectivamente, de la preposición en las siglas. Aún sigo esperando alguna respuesta.
Tampoco pude reprimir la urgencia de compartir el hallazgo con mis contactos en Facebook. De inmediato, alguien señaló la obvia correspondencia entre el caso de los Partidos Comunistas de México con esa obra maestra de la sátira política y religiosa, “La Vida de Brian” (Life of Brian, Monty Python, 1979). Recordará el lector la escena (y si no aquí) de cuando Brian, un judío al que todo mundo confunde con Jesús, busca unirse a la resistencia contra los romanos y finalmente se topa en el coliseo con los miembros del Frente del Pueblo de Judea, a quienes insulta sin querer confundiéndolos con sus archienemigos: el Frente del Pueblo Judaico. Finalmente, luego de las disculpas y aclaraciones, Brian es aceptado entre los partisanos con la advertencia de que lo único que su nueva organización odia más que a los romanos es a esos “secesionistas” del Frente del Pueblo Judaico… junto con el Frente Popular del Pueblo de Judea y el Frente Popular de Judea, cuyo único miembro se asolea a unos metros de ellos.
Todo esto viene a colación porque frente a nuestros ojos se está escenificando otra iteración de la dinámica “pythonesca” de la izquierda mexicana. El viernes 31 de enero se llevará a cabo una marcha en apoyo de la “Consulta Popular” contra la reforma energética, mientras que el fin de semana se afinarán los detalles para la realización del “Congreso Popular” contra la reforma energética, al tiempo que la directiva de Morena, habiéndose registrado como partido político, se apresta a luchar contra la reforma energética. ¡Pero que a nadie se le ocurra que tales esfuerzos tienen algo en común!
Andrés Manuel López Obrador anunció que Morena no aceptará la invitación de Cuauhtémoc Cárdenas para marchar juntos el viernes, mientras que los organizadores del Congreso Popular han marcado su distancia de los tiempos político-electorales de Morena y jamás se dejarían ver cerca de la dirigencia del PRD. Asimismo, si uno sigue los pleitos tuiteros entre izquierdistas, no es descabellado afirmar que para muchos miembros de Morena la única cosa más odiosa que el gobierno federal son los “chuchos traidores”, y viceversa.
Evidentemente, las diferencias entre organizaciones, grupos, partidos y movimientos de izquierda son reales y profundas. En muchos casos, tales diferencias son el resultado de un serio debate político que decanta posturas divergentes y tácticas incompatibles entre sí. Pero, con mucha mayor frecuencia las principales desavenencias de la izquierda son desencuentro personales, disputas por cuotas de poder y esa tendencia universal a ver la paja en el ojo ajeno. No obstante lo anterior, el error que cometen con demasiada frecuencia los activistas de izquierda es pensar que esa clara conciencia de las diferencias internas es fácilmente trasmisible al público en general.
Se requiere tiempo y esfuerzo para desentrañar y comprender la genealogía y ramificaciones de las divisiones en la izquierda, y en general de cualquier corriente política. Ninguna de las tipologías que desde afuera se les cuelgan (“izquierda responsable” vs. “izquierda irresponsable”, “izquierda moderna” vs. “izquierda anticuada/conservadora”, “socialdemocracia” vs. “populismo”, etcétera) captura mucho más que las preferencias de quien las enuncia. El problema es que tampoco las izquierdas han construido un relato coherente sobre sus disensos y brechas insalvables que pueda ser trasmitido a la opinión pública a través de medios de prensa y otros espacios de los que disponen.
Dicho de otro modo, mientras que los activistas involucrados saben perfectamente bien por qué en este momento hay por lo menos tres procesos separados de movilización contra la reforma energética, me atrevo a pensar que el grueso de los ciudadanos, muchos de los cuales comparten el mismo rechazo, no terminan de entender por qué no pueden ponerse de acuerdo los dirigentes involucrados para presentar un discurso –¡al menos discurso!- unificado contra las reformas impugnadas.
Debo aquí insistir en el punto central de esta reflexión: Más allá de los matices en las razones para rechazar las reformas, más allá del debate sobre los “usos políticos” de la oposición a las reformas (supuestamente en contraste con un rechazo “genuino”, de principios) y de las concepciones que los opositores tienen los unos de otros, existe un “exceso de diferenciación” cuyo sentido se escapa a la opinión pública. Este último factor constituye la base para la caricaturización de las divisiones de la izquierda en el viejo estereotipo del sectarismo que Monty Python recrea con maestría en “La Vida de Brian”.
Hay, por supuesto, muchos interesados en explotar esa caricatura para enfatizar la perenne incapacidad de la izquierda para ponerse de acuerdo consigo misma y, por ende, su inviabilidad como opción política. Pero el origen de esa incapacidad es completamente endógeno. Por lo tanto, es responsabilidad de las múltiples expresiones de la izquierda, particularmente de los diferentes esfuerzos en marcha contra la reforma energética, de tomar un poco de distancia de los procesos en los que participan, levantar la vista de la “grilla” cotidiana y preguntarse: ¿Cómo se explican las diferencias con la corriente de a lado, más allá del uso de preposiciones en las siglas y del orden de las palabras en la frase?
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.