Esplendor y cenizas de Downton Abbey

¿Se recuperará el popular programa británico de los desafortunados giros de tuerca de su última temporada?
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Nota bene: Este texto contiene spoilersde las tres

temporadas de la serie y sus programas especiales.

 

Tradicionalmente, el teledrama de época emitido por la BBC se consideraba el epítome del buen gusto, la producción suntuosa con ambición intelectual, por lo regular solemne adaptación de alguna obra del canon literario británico, sin que faltase el stiff-upper-lip en sus selectos repartos, aunque solía resultar demasiado rebuscado en sus intenciones e inaccesible a un público con apetencias más frívolas para entretenerse.

Así fue hasta que en septiembre de 2010 Julian Fellowes (guionista oscarizado por Gosford Park de Robert Altman, que en cierta forma funge como primer esbozo de la serie) presentó en ITV (cadena de la competencia) la primera temporada de Downton Abbey, en formato de nueve capítulos, con elementos clásicos de producciones como Upstairs, Downstairs (que causó sensación en los 70) – ácido comentario social, fiel retrato de la compleja estructura de clases británica, interpretaciones magistrales – mezclándolos con las bondades del melodrama serial estilo americano, como Dinastía o Falcon Crest – sexualidad sugerente y no del todo sugerida,  ostentación en locaciones y vestuario, personajes con los que resulta fácil identificarse pese a sus ambigüedades morales y la abundancia de diálogos kitsch.

El experimento funcionó; al poco de su estreno, la serie generó seguimiento de culto y el elenco, encabezado por una regia – ¡y recia! – Maggie Smith como Lady Violet, Condesa viuda de Grantham (de cuya boca brota, con voz engolada y espectacular dicción, una serie inagotable de perlas que son uno de los contrapuntos más valiosos del programa, así como una de las principales fuentes de su peculiar estilo del humor), fue acogido con genuino afecto por el público anglosajón y rápidamente, por fieles seguidores alrededor del mundo.

En el aristocrático clan los Crawley, junto con su familia extendida, que incluye a un nutrido grupo de sirvientes (los auténticos ojos y oídos de la mansión que da nombre al programa), Fellowes creó un microcosmos aparentemente banal, que en realidad refleja de manera sutil, o algunas veces despiadada, la naturaleza humana de quienes lo componen, en ambos polos del espectro social. Es decir, nos afectan del mismo modo las tribulaciones de Lord Robert (Hugh Bonneville como la bonhomía encarnada), su mujer, Cora (Elizabeth McGovern), o sus tres contrastantes hijas, que de Daisy (Sophie McShera), la más humilde entre el personal doméstico.

Todos aquí tienen una historia qué contar y el espectador no puede evitar engancharse a los hilos narrativos, ya tengan que ver con el proverbial sendero de abrojos que conduce a la dicha de la primogénita Lady Mary (Michelle Dockery) y el ostensible amor de su vida, el heredero aparente de la propiedad familiar, Matthew Crawley (Dan Stevens), o con las intrigas de personajes siniestros – aunque inexplicablemente queribles – como el torcido lacayo Thomas (Rob James-Collier) y su aliada/enemiga, la formidable O'Brien (Siobhan Finneran) que con apariencia impasible, son capaces de cometer las peores atrocidades valiéndose de cualquier cosa, ya sea una calumnia infame, o una pastilla de jabón, con funestas consecuencias.

El arco narrativo de la primera temporada abre en 1912 con la tragedia del Titanic – de hecho, el naufragio pone en marcha una trama, que aunque aparentemente resuelta, tiene hebras tentadorassin atar todavía – y cierra con el estallido de la Primera Guerra Mundial, misma que como foco de la segunda serie, sirve de marco referencial para mostrar el cambio histórico en la sociedad; un cisma no solo entre amos y sirvientes, también entre dos Inglaterras: la de Lord Robert y su madre, aún afianzada en el influjo victoriano de conservadurismo y rito, mismo que algunos de los sirvientes mayores como Carson (Jim Carter) y en cierta medida Mrs. Hughes (Phyllis Logan), mayordomo y ama de llaves, aún abrazan como el único universo que conocen, opuesta a la moderna e industrial, que percibe el esplendor de la casa como algo decadente y estorboso ante una vida más simple y dinámica, rol que juegan Matthew y su madre, la pragmática Isobel (Penelope Wilton), que además brilla como la némesis cómica perfecta para exasperar a la Condesa (sus banderilleos verbales, una delicia tan culpable como irresistible).

En la tercera temporada, que abre en 1920, sin perder realmente la calidad adictiva de las anteriores, se advierte cierta ansiedad.Se cierran arcos abiertos con anterioridad – la resolución de una injusticia cometida contra el noble valet John Bates (Brendan Coyle), justo cuando había encontrado el amor con Anna (Joanne Froggatt), la doncella principal, así como la culminación al pie del altar del romance entre Lady Mary y Matthew, que no aguantaría un revés más; toda soap opera que se respete no puede tirar tanto de la cuerda – y recurre por primera vez al stunt casting, práctica que en las series americanas sirve como truco publicitario para captar público que no es habitual, al tener una estrella invitada por uno o dos capítulos; en este caso, la legendaria Shirley MacLaine como Martha Levinson, la madre de Cora, que llega procedente de Nueva York y provoca algunas de las mejores frases de Lady Violet (lo cierto es que estar en ringside en los rounds de Smith vs. MacLaine bien vale la pena). Esto es, naturalmente, señal de que algo ocurre con el programa; ha llegado a un punto en el que no sabe hacia dónde moverse.

Fellowes había señalado que la serie terminaría con la tercera temporada, y todo parecía indicarlo durante los primeros tres episodios; no obstante, negociaciones con ITV que iniciaron a mitad de las grabaciones de la temporada y el especial a transmitirse en Navidad de 2012 a manera de colofón, concluyeron con el anuncio de una cuarta temporada y también, un golpe desconcertante para los espectadores.

Podría decirse aquí, que para la orfandad que ahora asola al fan devoto de esta saga, hay dos responsables: en un inexplicable arrebato (ecos de David Caruso o Shannen Doherty) Dan Stevens decidió no seguir en la serie y en fulminante correspondencia – el showrunner como dios todopoderoso de su creación (igual que sus contrapartes Chase, Milligan, Simon o Weiner) – Fellowes mató al entrañable Matthew en la brutal última escena del epílogo navideño.

Aunque la cuarta temporada es un hecho – comienza a transmitirse en unas semanas en Reino Unido – que promete sorpresas y nuevo drama, el golpe bajo tuvo repercusiones. ¿Era necesario prescindir así de un personaje central? El gusto amargo que deja, salpica incluso el visionado de episodios anteriores: sabe mal volver a ver esos primeros encuentros entre Lady Mary y Matthew, ese enamoramiento que se hizo contagioso y cómplice con el espectador, a sabiendas de que acaba de un modo tan abrupto y vulgar; esa irritante sensación de que invertimos tanto tiempo (y sí, emociones) para nada.  Si a esto sumamos que la O'Brien también deja Downton – sin mayor explicación –, el panorama que pinta es más bien gris. ¿Ahora quién planeará las perradas más maquiavélicas en la cocina? Fellowes, naturalmente, no suelta prenda sobre sus planes y promete que la nueva temporada, que abre en plena Jazz-Age, 1922, sorprenderá y gustará a los asiduos y nuevos visitantes. Esto tiene que decirlo, claro. Es un riesgo grande el que corre y sabe que después de la bofetada, muchos abandonarán a los Crawley. En mi caso,el desencanto ha sido grande (sé que no soy el único) y acaso sólo sea Maggie Smith  lo que me haga desistir de la idea, y quizá volver como un mirón silencioso más, a ese laberinto de fastuosas habitaciones en Yorkshire.

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Miguel Cane (México DF, 1974) Es novelista y periodista cinematográfico. Su más reciente publicación es el inclasificable "Pequeño Diccionario de Cinema para Mitómanos Amateurs".


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