La trilogía de Linklater

Before Midnight es una mejor película que sus predecesoras, pero sobre todo es una historia más honesta, más sabia y más audaz, precisamente porque Linklater, ahora de 53 años, se atreve a desmontar su noción facilona del amor. 
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¿Puede una secuela arruinar a su predecesora? A primera vista, y por el solo hecho de existir, Before Sunset y Before Midnight estropean a la más inocente de la trilogía. Escrita y dirigida por Richard Linklater, Before Sunrise no es tanto una historia de amor como un vistazo a un instante pasajero. El director, quien en 1995 tenía 35 años, subraya la naturaleza etérea del primer encuentro entre Jesse y Celine con decenas de diálogos e imágenes: “somos polvo estelar”, advierte una gitana, después de leerles el futuro; un poema escrito por un vagabundo alude al azar del destino (lodged in life, like two branches in the river, flowing downstream). Como colofón está el final de la película, donde el espectador regresa a los sitios que Jesse y Celine visitaron: permanentes mientras que ellos, y el día que vivieron, desaparecen. En ese sentido, Before Sunrise no es el comienzo de un romance sino un fósforo que se prende y se apaga frente a nosotros: el desenlace, con esas tomas lánguidas de Viena despertando, huele a humo. Linklater se atreve a plantear un dilema que, de manera más bien obvia, pone a prueba el talante de nuestra disposición. Los románticos creerán que Jesse y Celine vuelven a encontrarse seis meses después; los cínicos saben que jamás volverán a verse. La película parece estar tan enamorada de su propia interrogante que es evidente que no tomará partido, ni habrá una segunda parte. Si la hubiera, el ejercicio –el dilema y la noción del instante transitorio– aparentemente perderían toda contundencia. En la duda, y en lo efímero del encuentro, está el valor de la cinta. O eso creía Linklater en 1995: el mundo del amor se divide en cínicos y románticos; la belleza está en esos instantes inolvidables que se esfuman, inexorables, en el tiempo.

Before Midnight es una mejor película que sus predecesoras, pero sobre todo es una historia más honesta, más sabia y más audaz, precisamente porque Linklater, ahora de 53 años, se atreve a desmontar esa noción facilona del amor. La última de su trilogía somete a examen el romanticismo inocente de la primera entrega y la esperanza irresponsable y casi ciega con la que cierra el segundo capítulo, mientras pone de cabeza los fundamentos que en 1995 le resultaban tan cruciales. En el 2013, Jesse y Celine no son románticos ni cínicos sino realistas exhaustos, con penas largamente incubadas, a años luz de los protagonistas de Before Sunrise y Before Sunset; la belleza del amor no existe, o si existe es infinitamente más compleja de lo que habían contemplado y no está fincada en un instante sino maniatada por años y años de rutinas aplastantes, cogidas monótonas y atributos que dejaron de ser entrañables para convertirse en fuentes de molestia perenne.

Esta revaloración de los principios regidores de sus anteriores películas queda de manifiesto en los ecos de Before Sunrise que encontramos en Before Midnight. En la primera, Celine le asegura a Jesse que conocer a alguien a fondo solo la hará amarlo más; le dice que, con el paso del tiempo y a medida que la intimidad se dilate, el cariño por su pareja crecerá. La tercera entrega contrasta este diálogo con la realidad: después de nueve años de relación, con dos hijas de por medio, Celine no tolera a Jesse. Todo aquello que le pareció entrañable cuando lo conoció en Viena ahora le incomoda. Donde antes veía una actitud desenfadada, ahora ve un impulso para evadir responsabilidades; donde antes veía a un adolescente adorable (así lo dice en una falsa llamada a su mejor amiga en París), ahora ve a un niño que no sabe cómo seducirla; y mientras que en Before Sunset es un libro de Jesse, en el que habla libremente de su romance con Celine, el que los une, aquí su obra se ha convertido en un lastre. Uno de los mayores aciertos de Before Midnight es el trazo de la transformación de esos hábitos y rasgos. Así, el feminismo de Celine, su espíritu combativo, sus ganas de salvar al mundo, esas características que nos resultaban magníficas en 1995 y 2004, ahora aparecen sin disfraz, tal y como son: puro dientes para afuera, el grito de guerra cómodo de una mujer que, en palabras de su sarcástica pareja, creció en las horrorosas trincheras de París y la Sorbona. El final –desolador– regresa a ese contraste: Jesse intenta remediar las cosas con Celine valiéndose de la misma táctica que utilizó para convencerla de que bajara del tren y lo acompañara a conocer Viena. Pero ya ninguno de los dos tiene 23 años. El rechazo de ella punza porque delata el paso del tiempo; revela, en un solo gesto, la pérdida de la inocencia, en ellos, en nosotros y en el propio Linklater.

Atrás quedó el cálido cosquilleo de la incertidumbre, patente en el final deBefore Sunrise y Before Sunset. El desenlace de Before Midnight es incierto, sí, pero casi tan descarnado como aquel “Fuck” que cierra Eyes Wide Shut, una última escena emparentada a esta en temática más que en tono. La cotidianidad destruye la fantasía, adentro y afuera de la cinta; no por nada es esta tercera película la primera en abandonar aquellos recorridos sacados del Lonely Planet para encerrarse en una recámara impersonal, donde ocurre la secuencia climática (un prodigio de montaje y edición). No queda rastro de las callejuelas austriacas, del ventanal que escondía a un hombre tocando el clavecín, del barco que cruzaba el Sena, pintado por la miel de un atardecer parisino. Por primera vez en la trilogía, Linklater utiliza un ambiente idílico, casi ridículamente idílico, no para ensalzar el romance sino con intención de parodiarlo. La belleza del paisaje no impacta en el estado de ánimo de los personajes, quienes acaban en una suite de tres por tres, en un hotel que ofrece masajes en pareja. Aunque Jesse y Celine caminan por una isla del Peloponeso, bien podrían estar haciéndolo por una calle de Newark, Nueva Jersey; aquí, a diferencia de Before Sunrise, los comentarios sobre los sitios interesantes propician chistes e irreverencias. Mientras que en la primera de la saga, Celine le platicó a Jesse sobre la primera vez que visitó un cementerio y cómo se impresionó al encontrar el cadáver de una chica de su edad, aquí es él quien entra a una iglesia milenaria y, tras querer decirle algo a su mujer, Celine estira dos dedos e imita una felación, frente a la imagen de un santo. Ya no hay cabida para el turismo de cuento de hadas.

A su manera, tanto Before Sunrise como Before Sunset representaban el amor en diferentes etapas de la vida. Sin embargo, ambas se permitían barajar la esperanza y la ilusión: el espectador podía imaginar un futuro luminoso para Jesse y Celine, si es que así lo quería, tanto en aquella despedida sobre el andén de Viena como en ese famosísimo tiro de ella, bailando como Nina Simone, al ritmo de “Baby, you are going to miss that plane”. Linklater no necesitaba colocar otro capítulo a su historia. Haber regresado a ella para arrancarla de ese pedestal fantástico y colocarla en el terreno del pragmatismo es un acto de valentía prácticamente inédito en el cine estadounidense reciente. A primera vista puede parecer que Before Midnight arruina la razón de ser de Before Sunrise y Before Sunset. Es al revés: las convierte en manifestaciones incautas de nuestros propios deseos juveniles; en bombas de tiempo disfrazadas de globitos de San Valentín. La trilogía aterriza nuestras conjeturas. La rutina es así y la vida en pareja es así, por más que durante 18 años, con ayuda de Linklater, hayamos creído lo contrario.

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