Voy a presentarles tres conjuntos de afirmaciones. Fíjense en lo que sienten al leerlas, si piensan que son verdaderas o falsas, si les hacen sentir bien o mal o con cuál se identifican más:
- La corrupción es parte de la cultura en México, el mexicano es corrupto y “transa” por naturaleza. Por eso no importa el color del partido: todos roban, pero por lo menos algunos reparten. Yo voy a votar por los que reparten, porque la verdad, ¿para qué cambiar? mejor ni moverle. Y si por ahí uno se pone listo y hace conectes, consigue algo.
- La culpa de todo la tienen los políticos corruptos que oprimen y exprimen a los ciudadanos. Ellos son los que tienen al pueblo oprimido. Y no les importa: son cínicos y desvergonzados. Se protegen unos a otros. Si tan solo llegara un ciudadano honesto al poder que meta a la cárcel a los rateros, todo se arreglaría. Pero los ricos y los políticos no lo van a permitir nunca.
- La corrupción es un problema mundial. En México está desbordándose, porque por muchos años nos hicimos de la vista gorda. Resolverlo no será fácil, tomará tiempo y trabajo. Pero México no está condenado a vivir así. Si todos aportamos algo a la solución, poco a poco podemos ir cambiando las cosas. Hay que intentar nuevos caminos, nuevas ideas. Hay que ir premiando la integridad en el día a día, reconociendo la honestidad en los demás, y viviéndola en nuestras acciones. Si todos hacemos algo, podemos generar un cambio.
Estas son las narrativas de los tres discursos públicos que hay sobre la corrupción, no solo en política, sino en la sociedad mexicana[1].
La primera es la del discurso tradicional, defensor del estatus quo. Es el discurso de “el que no transa no avanza” y “es que el mexicano ya es así: ni modo”. Es el que nos dice que el sistema no necesita cambiar, porque al final algo te puede tocar: tal vez un primo de un primo llegue algún día a presidente de la República o a edil de tu pueblo, y entonces ya la hiciste. Mucha gente cree en esta narrativa y eso explica que en estados donde ha habido graves escándalos de corrupción y abuso de poder, como Veracruz o Tamaulipas, el PRI siga encabezando las encuestas de preferencia electoral, o todavía se mantenga competitivo. Su base es la gente con menos escolaridad, que cree en el destino que puede cambiar con un “golpe de suerte”, con que “no me den, pero me pongan donde hay”.
La segunda narrativa es la del enojo sin salida. La de la indignación que no lleva a nada, tal vez a mentadas de madre en Facebook o Twitter que expresan coraje y desprecio contra los políticos. Pero no lleva a la acción, sino a una conclusión fatalista: nada puede hacerse, por más que se intente. Es la narrativa de López Obrador, que llama a una lucha perdida de antemano, porque la “mafia en el poder” es una fuerza invencible. Por eso AMLO es el arquetipo del “campeón sin corona”. Conecta muy bien con mucha gente mayor de 50 años, la que creció con “Pepe el Toro”: pobre, pero honrado. Perdedor, pero bueno.
Estas narrativas desempoderan al ciudadano, lo minimizan y lo hacen sentir incapaz de enfrentar a un sistema que se vuelve, en la misma medida, “todopoderoso”. Sus alternativas son fluir, o resistir heroica pero fútilmente. Y lo peor es que el discurso público, político y social está dominado por estas dos narrativas. Son las que nos recetan gobiernos y partidos, comentaristas y periodistas, articulistas y empresarios. Eso explica en buena medida el descontento sin salida y la resignación cínica en la que estamos metidos. Es una combinación muy tóxica para una sociedad, porque es debilitante. Genera desunión, desconfianza y como lo señaló Enrique Krauze, desaliento.
La tercera narrativa es kriptonita para los políticos corruptos. Es la narrativa de la “Ley 3 de 3”. Del policía que devuelve el dinero encontrado en la maleta extraviada. Del ciudadano que se niega a dar mordida y graba al funcionario abusivo con su celular para denunciarlo. Es la de los “Supercívicos” o “Peatónito” y otras iniciativas novedosas y atractivas para comenzar a frenar la cultura del abuso y fomentar la del respeto. Es una narrativa que te dice: “tal vez lo que haces no resolverá todo, pero si no haces nada, nada va a cambiar”.
Esta narrativa es el antídoto contra la inacción, porque empodera al ciudadano y lo llama a actuar para resolver un problema colectivo. Pero con el poder viene la responsabilidad. Y por eso también llama al ciudadano a actuar, a participar, a hacer algo para convertirse en parte de la solución. Lo vuelve protagonista de la acción. En esa narrativa, el político honesto no es el héroe ni el villano. El ciudadano honesto es el héroe que, con su actitud, mentalidad y acción, puede comenzar a cambiar las cosas, incluso la política.
Esa es la narrativa que ofrece una salida al problema de fondo, y por eso estoy convencido de que es la que tenemos que propagar y defender en las aulas, en las empresas, en los medios, en la cultura y en la política. Esa es la forma en la que merecemos que los liderazgos de nuestro país –políticos, sociales, intelectuales, empresariales– nos hablen, para pasar del pensamiento a la palabra. Y de ahí a la acción. Todos tenemos algo que hacer para que este discurso llegue lejos y a más gente. Todos tenemos que elegir de qué lado estamos en esta lucha para superar el “desaliento de México”.
[1] Recomiendo el libro “México Rifado: Branding Narrativo para el México Emergente” de Gabriela de la Riva. De lo más innovador que he leído sobre comunicación en México. De ahí me inspiré para este análisis.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.