La memoria de Borges está ligada a la otra Biblioteca Nacional, en la estrecha calle México, en el barrio de San Telmo. Allí comenzó a planificarse, cuando era el director, la biblioteca del futuro, que acabó en una figura de cemento, el “gliptodonte” de Clorindo Testa. Nada de este edificio macizo, a primera vista, le corresponde a Borges, pero basta reconocer los nombres y revisar los catálogos para comprender –se ha dicho mil veces– que la biblioteca le pertenece. Y, por supuesto, la ciudad que espera afuera, que oculta y revela a “la otra Buenos Aires”, la del fervor, perdida en el tiempo.
En julio, la Biblioteca Nacional inauguró Borges el mismo, otro, una exposición en tres niveles cuyo centro es llamado por los organizadores “Una lógica simbólica”. Por primera vez se exponen algunos manuscritos de Borges, que en su mayoría permanecen en colecciones privadas. La suma es excepcional y configura una verdadera “aparición irrepetible de una lejanía”, una presencia magnética. Para cada lector, su página, su imagen. Razones de toda clase justifican que las once carillas de “Pierre Menard, autor del Quijote”, escritas con tinta tenue, sepia, absorban la atención. El director de la Biblioteca Nacional, Alberto Manguel, movió esta pieza desde Nueva York, donde permanece en manos del hábil anticuario John Wronoski, propietario de Lame Duck Books.
El hecho material del micrograma asombra por su fragilidad y su expresión plástica. Ya en la forma de las letras, en los manuscritos de Borges está el estilo, el ritmo de una meditada ejecución intelectual, un ejercicio de modestia e incluso de timidez. Alguien en soledad escribe signos claros y descifrables sobre una hoja vacía, eso es todo. Queda la idea ante los papeles que la felicidad es una invención precaria y pasajera, que la literatura no es otra cosa que un “experimento con el tiempo” y que la historia puede alterarse con un solo movimiento, en una delgada suma de papel. La literatura tuvo su reconversión en 1939 con un juego de erudición hecho en un cuaderno de contabilidad. También allí fueron escritos algunos cuentos fundamentales de Ficciones (1944). Junto a “Pierre Menard, autor del Quijote”, enigmático, se exponen “Examen de la obra de Herbert Quain”, que también tiene su versión en la libreta Haber, entre columnas preparadas para apuntar pocas palabras y registrar números, y “El acercamiento a Almotásim”, de otra época y en otro tipo de papel, publicado en Historia de la eternidad (1936). Esta es la serie de ensayos con noticias falsas, lecturas imaginadas, atribuciones apócrifas.
En “Examen de la obra de Herbert Quain”, Borges hace un esquema para figurar “infinitas historias, infinitamente ramificadas”. Ese cuadro de posibilidades, que resulta más efectivo en el trazo a mano que en las versiones de la imprenta, es el mismo con el que establece su relación con el lenguaje, con su “idioma analítico”. Bajo este diseño, pocos manuscritos son tan complejos como “El Aleph” que guarda la Biblioteca Nacional de España. El procedimiento consiste en abrir –cuando la escritura cae en la duda– una lista de variantes, breve, un eje de selección sobre la línea del sintagma. A partir de allí se descartan palabras y frases como si se dieran por falsas las proposiciones de una estructura lógica. “Al principio, los sueños fueron terroríficos”, “los sueños eran implacables”, ambos tachados; “los sueños eran caóticos”, se lee en “Las ruinas circulares”, y el texto sigue por donde las palabras resisten la rigurosa medición semántica. Este es el mismo esquema formal que Borges ve en “Las kenningar”, cuyo original está expuesto, solo que funciona al revés: donde adicionaba, ahora resta.
La exposición de los manuscritos es servicial, se apoya en textos concisos y en ideas sugeridas por el conocimiento de Laura Rosato y Germán Álvarez, investigadores de la Biblioteca Nacional. La obra de Borges está hecha para lectores de esa especie, que pertenece al policial, dispuestos a encontrar una huella que altere el curso de lo conocido. En 2010, los investigadores publicaron Borges. Libros y lecturas a partir de hallazgos en el acervo de la Biblioteca Nacional, entre los libros que habían sido depositados por el escritor en el local de la calle México. En 2013 dieron a conocer un folio suelto, que encontraron dentro de un número de Sur, en el que se corrige el final (se agrega una alternativa) a “Tema del traidor y del héroe”. Ahora muestran ese fragmento junto a la versión ológrafa que sirvió de base al texto, corregido, que el autor da en Ficciones. De la suma de manuscritos se pueden inferir las maneras que adopta el trabajo de Borges. Parece escribir (es un formalista) bajo el consejo de Poe, con un plan elaborado y riguroso al que somete a variaciones, sin modificar la estructura ni el argumento, la consistencia de la trama. Es el caso de “Emma Zunz”, del que se muestran dos versiones. Ante el poder del original, que Borges puso constantemente en duda a partir de 1932, cuando desacredita el valor del “texto definitivo”, resuena la idea de aura que Walter Benjamin pulía en el mismo tiempo que fueron escritos algunos textos referidos aquí.
El recorrido por la sala Leopoldo Marechal puede durar mucho tiempo pese a que la exposición es pequeña y sencilla. Una pared está ocupada por un cuadro extenso de lecturas cruzadas; otra por títulos hipotéticos, por un “árbol de libros conjeturales” que pasaron a la historia de lo pensado y no escrito, e incluso así, ideales e inéditos, ya son parte de la Biblioteca. El final reserva algunas vitrinas que sorprenden por el valor de los libros y de algunas notas que acabaron en Qué es el budismo, que Borges publicó con la colaboración de Alicia Jurado, en 1976. Hay varios finales posibles para la exposición (una pantalla, un espacio para emitir opiniones, otra pantalla), pero los objetos y las ideas de los viajeros occidentales que cruzaron a Oriente, en busca de algo que Borges podía entrever, producen una fuerte inquietud. Entre libros en alemán y en inglés queda algo desplazado, al margen, fuera de lo asible y conocido. Habría que ver de dónde viene la conjetura de la identidad, el sentido de la belleza, el acusado nihilismo y todo aquello que se formula vagamente como problemas de “teoría literaria” y quizá esté más allá, muy lejos de lo que hasta ahora se ha podido ver. ~