“Todas nuestras sociedades tienen una pedagogía de la crueldad”

Una entrevista con Mariana Enriquez, ganadora del Premio Ciutat de Barcelona 2017 y autora de Los peligros de fumar en la cama (Anagrama, 2017).
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Mariana Enriquez acaba de ganar el Premio Ciutat de Barcelona, un día después de presentar la edición española de Los peligros de fumar en la cama, unos relatos escritos en 2009, ocho años antes de Las cosas que perdimos en el fuego, que ha consolidado a Enriquez como una de las autoras más interesantes del actual panorama literario hispanoamericano. La crítica la considera una autora que ha redefinido el género del terror. Sin embargo, la literatura de Enriquez trasciende ese género para promover una literatura política acerca del desamparo material y moral del individuo, una literatura acerca de la violencia intrínseca al ser humano y al Estado y una literatura acerca del miedo como sentimiento definitorio de nuestro tiempo.

¿Cómo se relee un libro después de más de siete años de haberlo escrito?

A pesar de que es muy distinto respecto a mi anterior libro de relatos comparte con él algunas mismas obsesiones. Los peligros de fumar en la cama es uno de mis primeros intentos de realizar un sincretismo entre el terror y el realismo y, por tanto, creo que con respecto a Las cosas que perdimos en el fuego es más directo, menos sutil.

En una entrevista, comentabas que tú lees Cumbres borrascosas como una novela de terror. ¿El terror es un género o una forma de leer?

Es una forma de leer: el terror tiene que ver con la emoción y con una relación física con la literatura y, por tanto, creo que hay terror en muchos textos que no están catalogados dentro de este género. Por otro lado, obviamente existe el género del terror, que está muy codificado, que tiene representantes muy evidentes y ya clásicos y que se sigue haciendo ahora, desde una perspectiva pulp o gore. Sin embargo, el terror está más allá del género: para mí, Carretera perdida de David Lynch es una película de terror, porque me da miedo al plantear una ciudad fantasmal donde se borra el límite entre la ficción y la realidad. Lo mismo me sucede con Cumbres borrascosas, que tiene un personaje casi demoníaco.

Si el terror es una forma de leer, ¿tus referentes literarios están más allá de cualquier género?

Me gusta mucho Manuel Puig, un autor que trabaja muy bien el realismo, observando cómo habla la gente y realizando un estudio de clase muy irónico y muy sutil. Al mismo tiempo, me gusta Stephen King, me siento más próxima a King que a García Márquez, sobre todo porque King me parece un autor social. En Carrie, el hecho de que ella tenga poderes sobrenaturales es circunstancial, porque se trata de una novela acerca del bullying y del fanatismo religioso en Estados Unidos a partir de la narración de una masacre escolar.

¿El terror es una forma de hablar de nuestra realidad?

En general, para mí los cuentos de terror tienen algo de catarsis social en cuanto hablan de temas que nos asustan y nos atormentan a todos, pero que, pensados desde la ficción, nos paralizan y nos obligan a enfrentarnos a ellos. Pocas cosas hay más perversas que Caperucita Roja: un lobo que viola a una anciana y luego la mata. ¡Ni siquiera a mí se me ocurre algo semejante! Los cuentos infantiles como Caperucita Roja servían de advertencia para las niñas, les decían aquello que no debían hacer. Lo que decía Caperucita Roja a las niñas es que no debían ir al bosque, que se suponía que era el escenario de la brujería. Ahora los cuentos no sirven como advertencia, pero sí como manera de ver lo que nos pasa socialmente. Y, en este sentido, el libro de Stephen King es anticipatorio: cuando escribe Carrie no había masacres estatales, pero ahora son una epidemia.

Rambla triste, tu relato sobre Barcelona, es un retrato realista de la ciudad y, sin embargo, la perspectiva desde la cual está escrita es la del terror.

Efectivamente, es un relato realista sobre El Raval, pero en una atmosfera de terror. Y, al mismo tiempo, es mi interpretación sobre una de las consecuencias de la crisis del 2001: la cantidad de jóvenes argentinos, muchos amigos míos, que vinieron a vivir a Barcelona, que despertaba en mí fascinación, pero también resentimiento por llevarse a la gente de Argentina. Por todo esto, es un cuento escrito de forma absolutamente realista, incluso toma noticias reales para crear un determinado clima.

La cita de Manuel Delgado que abre el relato subraya el carácter político del cuento: el terror es provocado por el poder estatal que se expresa a través de la ciudad.

La idea del Estado como creador del terror es uno de los temas principales de mi obra. La dictadura argentina, con el tema de los desaparecidos y con su crueldad sutil e invisible, tiene algo de elegancia literaria. Es un horror decir esto, pero la dictadura argentina tuvo una estética diferente a otras dictaduras. No creo que los escritores argentinos debamos escribir solo sobre ella, escribir solo de ella puede ser agotador, pero, en mi caso, la dictadura argentina se ha terminado convirtiendo en un tema: mi infancia tuvo lugar durante la dictadura y es precisamente durante la infancia que empiezan a surgir los primeros miedos. En mi caso, los terrores fantasmales de la infancia están entremezclados con el terror político que se vivía en ese ambiente. De ahí que la historia política argentina y la dictadura terminen por filtrarse siempre.

Al discurso político en tus relatos se suma una reflexión sobre los mecanismos de información. ¿El hecho de ser periodista condiciona tu mirada literaria?

Yo trabajo como periodista, pero no siento que el periodismo me influya en el momento de investigar en torno a una noticia que me puede servir luego en el momento de escribir una determinada historia. Al contrario, prefiero leer una noticia en un diario y dejar que me permee imaginativamente para luego construir una ficción. Pero, evidentemente, las noticias y la actualidad tienen un papel muy importante, porque para mí es muy difícil pasar de largo de la actualidad, estoy atenta a las noticias, que son parte de esa deformación de la mirada que implica la profesión de periodista. Estoy en contacto siempre con la información, no puedo prescindir de ella, como tampoco puedo prescindir de la política, aunque creo que ahora mismo hay demasiada información.

Retomando el tema del terror y a partir de tus relatos, ¿el terror existe fuera de la sugestión?

El terror se entiende, en gran parte, a través de la sugestión, que es un tema que trabajo bastante, por ejemplo, en el relato “El aljibe”. En este cuento hablo de la enfermedad mental y, sobre todo, narro la historia de desesperación de una chica por su enfermedad y su frustrada búsqueda de alivio. El terror está encerrado en su cabeza con su sufrimiento. No sé si podemos decir que es un cuento de terror, pero sí sobre la locura y la soledad, sobre la incomprensión propia y de los demás de la enfermedad mental.

Más allá de la locura, lo que suscita más miedo en tus relatos es la maldad que está dentro de nosotros.

En la mayoría de los cuentos, la maldad forma parte de la propia persona. Pensás en el relato “El carrito”, donde se narra la llegada de un hombre pobre a un barrio de clase media baja acompañado de un carrito. Al llegar, el hombre ensucia la calle y esto provoca una respuesta racista de los vecinos, evidenciando que la maldad está en la gente: la maldad es la falta de compasión, es robar a ese hombre lo poco que tiene, el carrito, y humillarlo. La presencia del pobre hombre desata el mal, que ya estaba allí.

¿Ese desprecio hacia aquel hombre es el desprecio hacia la miseria que nos rodea y que preferimos no ver, obviar?

El desprecio nace del hecho de que los vecinos tienen miedo de caer en la pobreza en la que está ese hombre, de ahí su reacción: lo desprecian y lo humillan por miedo. Lo ajeno y, sobre todo, lo ajeno más cercano es aquello que suscita más miedo. El cuento se desarrolla en un barrio de la periferia de Buenos Aires: allí el progresismo suele corresponderse a una clase, no económicamente, pero culturalmente elevada, es decir, con estudios y con acceso a la información. Y es precisamente este progresismo el que tiene más miedo a lo ajeno y, sobre todo, a lo ajeno vinculado a la pobreza, puesto que es el reflejo de la posibilidad de perder las pocas seguridades que tienes. El Estado ha abandonado a la gente, ha abandonado a esa clase media y la ha arrojado al reaccionarismo e, incluso, al fascismo. El fascismo es el miedo al otro y a ser como el otro, es el miedo a la pobreza, a la pérdida de lo que se es.

Y es el miedo al desamparo.

El desamparo es inherente al capitalismo, es inherente al abandono por parte del Estado de las personas y es inherente a la gran mentira capitalista de que todos nosotros construimos nuestro futuro. Se ha instalado la idea de que “si querés, podés” y es falso, no es así: te condiciona tu género, te condiciona tu clase, te condiciona tu condición geopolítica. El discurso de la autoayuda es propio del capitalismo liberal para, de alguna manera, culparte de tu desamparo, para culparte de tu miseria, de tu condición… lo que te dice la autoayuda es que si no consigues determinada cosa es porque no has tenido las herramientas necesarias. Sin embargo, lo individual, el esfuerzo individual, nunca basta.

¿La vida, como parecen decir tus relatos, es un camino de perversión?

Creo que todas nuestras sociedades tienen una suerte de pedagogía de la crueldad, de la indiferencia. Se nos enseña a ser crueles e indiferentes para sobrevivir. Nuestra falta de empatía es la falta de empatía del Estado, que representa la violencia institucional. Tras tantos años de dictadura, Argentina, si bien ahora es una democracia, viene de una tradición de violencia y crueldad que todavía está presente en el Estado actual, sobre todo en las fuerzas de seguridad, que yo veo más bien como fuerzas de ocupación: más que cuidar a la gente, los violentan.

Paralelamente al miedo, abordas el tema de la huida: tus personajes, como planteas en tu novela Cómo desaparecer completamente, huyen por miedo o por insatisfacción.

El tema de la huida tiene mucho que ver con cierta sociedad argentina, la clase media porteña, a la que pertenezco, no tanto por dinero, pero sí por formación: la clase media porteña está muy insatisfecha con su condición latinoamericana. El argentino es muy nacionalista, muy fanático de la Argentina, pero en el fondo de la sociedad clasemediera hay una insatisfacción por las condiciones de vida. En Buenos Aires hay una conciencia de los orígenes europeos que hace que vivan con insatisfacción lo que es Argentina y su carácter latinoamericano, olvidando que nuestros abuelos europeos llegaron a Buenos Aires absolutamente destruidos, escapando de Europa.

¿Esta insatisfacción no esconde también una actitud clasista?

Claro, es un gesto completamente clasista y racista. Al final, una persona que vive en Jujuy es mucho más próxima a Bolivia y a su cultura que a Europa y es hermoso que así sea. Sin embargo, en la sociedad porteña hay un rechazo de la mezcla y una reivindicación por ser “los blancos” de Latinoamérica. Argentina siempre huye de Latinoamérica, huye incluso de Argentina misma. Cuando la crisis del 2001, ni Chile ni Uruguay padecían la crisis que vivía Argentina y, sin embargo, quienes se fueron, optaron por Barcelona o por Italia. Muchos prefieren ir a Italia sin saber el idioma antes que ir a Chile.

¿El mito de Europa pervive?

Es un mito que pesa muchísimo, aunque como mito que es, es una falsedad.

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