El populismo no es peligroso porque su discurso confronte al “pueblo virtuoso y bueno” contra las “élites corruptas y malas”, llámense el “pantano de Washington”, los “agentes del imperialismo” o la “mafia del poder”. El populismo es peligroso porque para mantenerse en el poder necesita alimentar un conflicto permanente en la sociedad, y esto inevitablemente termina poniendo al pueblo en contra del pueblo. Ocurrió en Argentina, donde “la grieta” todavía arruina asados entre amigos y familiares. Ocurre en Venezuela, donde las discusiones de café terminaron con el pueblo enfrentándose al pueblo en las calles. Y está ocurriendo en Estados Unidos, donde Donald Trump sigue usando el discurso como instrumento de odio y división.
En su discurso por los primeros cien días de gobierno, Trump no dio ninguna sorpresa retórica ni innovó en modo alguno en su narrativa o estilo autoritario. Se apegó completamente a su guión populista de campaña y definió a los enemigos del “pueblo”: los medios de comunicación –deshonestos e incompetentes–, el “pantano de Washington” –los jueces y legisladores que no “obedecen” sus “órdenes” y bloquean sus brillantes ideas– y las élites liberales, especialmente la élite actoral que no le da descanso con sus sátiras.
Pero de todos estos enemigos, por el que Trump comunica más desprecio y odio es por los inmigrantes. Y en este discurso de 100 días usó de nuevo (lo hacía en campaña) la letra de una canción de los años 60 como metáfora para explicar a su audiencia cómo ve a los inmigrantes que llegan a Estados Unidos. La canción es “La Serpiente” y dice:
La audiencia rió y aplaudió con el numerito de Trump. Y él sonrió satisfecho de ver que sus grandes éxitos siguen ganando aplausos entre sus fans. Pero lo que hizo es muy grave. Es usar el poder de la palabra para deshumanizar a un grupo de la sociedad a la que gobierna a fin de que el pueblo se ponga en su contra. En retórica esto se llama “reificación” o “cosificación”, un recurso que ayuda a la persuasión al atribuirle a las personas características de objetos o animales para elevarlos o denigrarlos. En este caso, la reificación es muy negativa: compara a los seres humanos que cruzan la frontera con serpientes malignas, traicioneras y malagradecidas que no dudan en morder y matar a quienes les abrieron las puertas de su casa, es decir, los nobles e ingenuos estadounidenses.
Ahí tienen el inexistente “cambio en el discurso” que muchos analistas políticos han querido ver cuando confunden declaraciones contradictorias o mentirosas de Trump (“tengo gran respeto por México y siento mucho respeto por el pueblo de México”) con modificaciones de fondo en su forma de ver a nuestro país. Pensar que hay un Trump pragmático y sensato con el que se puede negociar y que está quirúrgicamente separado del Trump racista y cruel de este discurso es, en el mejor de los casos, un acto de ingenuidad.
La lección es muy clara y tiene gran importancia para México. Los políticos populistas no “cambian su discurso”. La realidad no los “obliga a modificar su retórica”. Pueden mentir en algún momento con tal de ganar unos puntos en las encuestas o salir del paso de una crisis. Pueden bajar unos días su agresividad para dar la impresión de que han recapacitado. Pero el discurso del político populista no puede cambiar, porque su razón de ser está en el conflicto, y el conflicto necesita enemigos en confrontación permanente con el “pueblo” para que el líder pueda salvarlo. Sin enemigo no hay conflicto. Y sin conflicto, el político populista se queda sin narrativa, sin discurso y sin presidencia. Lo malo es que, con el conflicto, los ciudadanos se terminan quedando sin país.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.