En un largo artículo en CTXT en el que es peligrosamente tibio con Marine Le Pen, Íñigo Errejón afirma que “el nuevo tiempo aparece marcado por un deseo creciente de pertenencia comunitaria, protección estatal y soberanía popular”. En una reciente entrevista con Juan Cruz en El País, el diputado de Podemos critica la falta de patriotismo de los progresistas españoles, que cometieron el error de “alejarse de España, sentir que España era el problema y que la solución era una especie de cosmopolitismo”. Y continúa: “Creo que ya va siendo hora de reivindicar, desde posiciones inequívocamente progresistas y democráticas, una idea fuerte de España, un patriotismo desacomplejado.” La tesis de la patria no es nueva en Errejón. Enfrenta un populismo reaccionario con un populismo progresista. Su idea de patria es aparentemente abierta, en oposición a una patria excluyente que señala y estigmatiza a un otro. Pero esta vez su oposición al cosmopolitismo es más clara.
Al margen de la dificultad de crear una patria (que es algo siempre enraizado en la tierra, la aldea, lo local, lo étnico y casi biológico) abierta y tolerante con el de fuera y el diferente, la tesis anticosmopolita de Errejón es preocupante porque asume que el cosmopolitismo es exclusivo de las élites. Para Errejón el pueblo real es el “perdedor de la globalización”, el resentido y marginado culturalmente, el ciudadano que forma parte de una comunidad de destino a la que está atado inevitablemente; como si el homosexual cosmopolita de ciudad, o el apátrida, o el universitario formado (el principal caladero de votos de Podemos), o el profesional liberal de ciudad, o simplemente todo ciudadano educado y tolerante con las minorías, abierto a experiencias, etnias y culturas diferentes, no formara parte del pueblo real. Errejón no sería, en este caso, pueblo real. Como ocurre siempre, el líder populista forma parte de una élite cognitiva que habla en nombre de las masas.
Errejón compra el discurso excluyente, populista y trumpista de que existe un pueblo real, en oposición a unas élites que venden el cosmopolitismo, la apertura, la globalización, para favorecer sus intereses. Es un simplismo quizá intencionado: el “otro” siempre es una construcción artificial. Hay unas élites que han abusado de su poder, son corruptas, han mentido y engañado y manipulado. Pero el descontento ciudadano es ante este desfalco, y no ante la pérdida de una aparente identidad patriótica. La identidad nacional de España es muy débil, y así debería permanecer.
El anticosmopolitismo es iliberalismo, que es el desprecio a la pluralidad. Difícilmente podrá Errejón crear una patria anticosmopolita que no caiga en los esencialismos de los populismos reaccionarios que critica, en el miedo a lo diferente, a lo extraño, a lo extranjero y a lo que no encaja en el molde del pueblo homogéneo. Habría que cosmopolitizar la sociedad, y no lo contrario. Los valores cosmopolitas no deberían ser exclusivos de las élites, como la Ilustración no es exclusiva de Occidente. El cosmopolitismo es un humanismo.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).