Katherine Zoepf: “Para muchas mujeres de Siria o Egipto la primavera árabe fue un retroceso”

La periodista, autora de Revolución y fe, piensa que "al occidental le entusiasma pensar que su labor consiste en rescatar mujeres árabes, porque solo las concibe como víctimas"
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Katherine Zoepf (Ohio, 1977) conoce bien las sociedades árabes. Ha pasado más de una década cubriendo lugares como Siria, Arabia Saudí, Egipto o el Líbano para The New York Times, The New York Observer y la revista The New Yorker. También coqueteó con el periodismo de guerra durante los meses que pasó en Iraq, pero lo dejó al poco tiempo. “Ese tipo de periodismo no te permite entender el funcionamiento normal de una sociedad, que es lo que a mí siempre me ha interesado”, dice. Actualmente vive en Manhattan y da clase en la Universidad de Nueva York. Ediciones B publicará este otoño su primer libro, Revolución y fe, en el que Zoepf explora la vida y creencias de un puñado de mujeres que están transformando el mundo árabe sin darse cuenta.

¿Cómo se transforma la sociedad árabe sin pretenderlo?

A través del mercado laboral. Cada vez hay más mujeres en las sociedades árabes que por unas causas u otras tienen que ponerse a trabajar. Ese trabajo significa un sueldo, y ese sueldo significa un nuevo estatus dentro de la familia. Una mujer que trae un sueldo a casa tiene más poder de decisión que una mujer que no trae nada. Se la tiene más en cuenta. Además, el trabajo ha puesto a muchas mujeres en contacto, mujeres que de otra forma no se habrían conocido y que ahora pueden intercambiar ideas e información de todo tipo. De momento el número de mujeres trabajadoras es pequeño, pero la tendencia es ascendente y llegado el momento veremos cambios de calado en la sociedad árabe. Tampoco hay que olvidar el ámbito universitario; en algunos países árabes ya hay más mujeres que hombres en las aulas.

En los últimos años varios países árabes han registrado revueltas que, en ocasiones, han desembocado en guerra civil. Algunos, como Siria o Egipto, aparecen reflejados en el libro. ¿Cómo han afectado estos sucesos a las mujeres de esos lugares?

Para las mujeres progresistas de estos países la primavera árabe supone un retroceso. En algunos sitios se ha incrementado la práctica de tradiciones como la poligamia o la ablación de clítoris, por ejemplo. El primer impacto ha sido, por tanto, negativo. No obstante, es muy difícil deshacer todo lo conseguido durante la década anterior a las revueltas; el acceso a la universidad, el acceso a Internet, el acceso al mercado laboral, pequeños logros aquí y allá. Por eso soy optimista. En cinco años las cosas podrán parecernos peor de lo que estaban, pero dentro de 50 años echaremos la vista atrás y veremos una mejora sustancial.

Sin embargo, sus derechos aparecen en pocas agendas. El feminismo no tiene mucho predicamento entre las mujeres árabes.

En efecto, pero para entender el motivo hay que comprender varias cosas. La primera es que estamos hablando de sociedades muy devotas que asocian el feminismo a una de esas extrañas modas occidentales. Por eso se ha caricaturizado hasta el extremo. El Corán establece con claridad que los hombres y las mujeres deben ser tratados de forma diferente, así que eso directamente ni se discute. Sí hay discusiones sobre cómo interpretar ese concepto de la diferencia; las corrientes más progresistas defienden que el Corán fomenta la igualdad argumentando que las leyes islámicas, del mismo modo que dictan que las mujeres deben heredar menos que los hombres, también establecen que la mujer no tiene obligación de contribuir económicamente al mantenimiento de su hogar, aunque tenga un trabajo e ingresos. Lo segundo que hay que tener en cuenta es la naturaleza política de muchos países árabes: son regímenes totalitarios. Es decir, que los derechos escasean para todo el mundo, no solo para las mujeres, y por tanto las prioridades son otras. Derrocar al mandamás de turno, por ejemplo. En tercer lugar, y en relación al punto anterior, no hay que olvidar cómo algunos dictadores han utilizado determinadas obsesiones occidentales en beneficio propio. El caso de Egipto es paradigmático. Muchos egipcios asocian todavía hoy la lucha por los derechos de la mujer al régimen de Hosni Mubarak porque su esposa, Suzanne, se dedicaba a abrazar esta causa en cuanto arreciaban las críticas internacionales contra su marido. Suzanne Mubarak, y por extensión el propio dictador, manipulaba esa obsesión que tiene Occidente con las mujeres árabes para mitigar la presión procedente del exterior.

¿En Occidente estamos obsesionados con la mujer árabe?

Al occidental le entusiasma pensar que su labor consiste en rescatar mujeres árabes, porque en el relato simplista que hace desde la lejanía solo las concibe como víctimas. Sin embargo, las mujeres árabes también forman parte activa del mundo que habitan. Tienen su propia voz y toman sus propias decisiones más a menudo de lo que pensamos. Son tan responsables como los hombres a la hora de preservar las tradiciones que dominan su sociedad.

En el libro se dice que el mundo árabe no puede entenderse desde un punto de vista occidental.

Eso lo afirma una de las mujeres que aparecen en el libro. En el mundo árabe los derechos individuales apenas existen; los derechos se entienden como algo comunitario, algo que disfruta la comunidad, no un individuo concreto. La sociedad occidental, por el contrario, está construida en torno a la protección del individuo. Son conceptos opuestos. Yo lo que intento es explicar qué significa ser mujer en una sociedad árabe, cómo se desarrolla el día a día. Hay muchas cosas que nosotros entendemos como restricciones pero que ellas ven como gestos de amor, como un síntoma de lo mucho que significan para su familia. Son espacios diferentes, por eso la gente piensa de forma diferente.

¿Podría poner algún ejemplo concreto?

El método para conseguir algo pone en evidencia esa forma tan diferente de concebir el mundo. En España o en los Estados Unidos, por ejemplo, sentimos admiración por la gente que protesta públicamente, por la gente que se rebela. Sin embargo, para una adolescente saudí que quiere ir a la universidad la decisión más inteligente consiste en abrazar la religión con toda la energía del mundo; si tu madre y tus hermanas lucen un hijab, tú te pones un niqab, y si tus hermanos recitan el Corán todos los días, tú te lo aprendes de memoria. De ese modo esa adolescente saudí demuestra que es una hija ejemplar, alguien en quien se puede confiar, y la familia otorga mayor grado de libertad para que pueda hacer esto o lo otro. Porque sin el permiso y el apoyo de la familia allí es muy complicado hacer nada.

Arabia Saudí es uno de los países más radicales en lo que a separación de sexos se refiere. Sin embargo, las mujeres saudíes del libro parecen satisfechas con su rutina.

Una de las cosas que más me impactó fue descubrir que la palabra de una mujer, en los juzgados saudíes, vale la mitad que la de un hombre. Se necesitan dos testimonios de mujer para igualar el de un hombre. Sin embargo, muchas mujeres saudíes no ven nada malo en esto porque sus seres queridos las tratan bien. El padre las escucha y apoya sus ambiciones personales, el hermano las lleva en coche a todos lados, el marido hace regalos constantemente. No entienden cómo esta normativa puede afectarles negativamente si se sienten queridas y arropadas por los hombres de su entorno. Las pocas que caen en la cuenta de lo frágil que es su posición lo hacen cuando se plantean un divorcio o cuando muere su guardián y la tutela pasa a manos de otro hombre menos tolerante. Sin embargo, estas historias no se convierten en vox populi porque allí no existe ese arrebato confesional que tenemos en Occidente, donde estamos constantemente contando nuestras desgracias en busca de la complicidad y el apoyo de los demás.

Hay quien habla de lavado de cerebro.

Soy muy escéptica con ese concepto. Los occidentales recurrimos a él con frecuencia porque para nosotros una persona inteligente es una persona que se cuestiona las cosas. Nuestra fase rebelde consiste en contestar a todo, y nuestro objetivo es la emancipación. En la sociedad saudí el paso a la edad adulta consiste en atravesar una fase de fervor religioso extremo. La evolución de las personas es otra; sus valores son otros.

Utiliza mucho Arabia Saudí para poner ejemplos. Sin embargo, la sociedad saudí es extremadamente conservadora incluso para los estándares de la región.

Sí, pero me parece representativa. En otros países árabes las dinámicas de los saudíes pueden parecer excesivas, pero es una cuestión de escala. Hay diferencias, pero la base es la misma.

¿Hasta qué punto tiene culpa el islam del rechazo a la modernidad que se da en los países árabes?

La religión musulmana tiene parte de culpa, pero no toda. Los crímenes de honor, por ejemplo, también se dan en el seno de familias cristianas. Mucha gente desconoce este dato, e incluso muchos musulmanes creen que es algo que dicta su religión. Sin embargo, si hablas con expertos en leyes islámicas o académicos especializados te dirán que el crimen de honor es una costumbre de origen tribal, no una costumbre religiosa, y que no solo la practican musulmanes.

Cita muy pocos activistas en el libro.

Respeto enormemente el trabajo de los activistas. Son personas muy valientes y, como periodista, encuentro que son fuentes de información siempre dispuestas a contar cosas, a compartir sus descubrimientos. Pero no son la norma, son la excepción. En este libro quería tratar con personas normales y corrientes.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 hicieron que muchos periodistas estadounidenses centrasen su interés en el mundo árabe y el islam. Tras años de intensa cobertura informativa, ¿cree que el lector occidental está más preparado para comprender esa parte del mundo?

La sociedad árabe es harto compleja y muy rica en matices. Entenderla exige esfuerzo; es un proyecto a largo plazo. Hay infinidad de periodistas, estadounidenses y de otros países, que llevan años haciendo un gran trabajo en la región. Sin embargo, muchos lectores solo atienden a lo que creen que puede ser una amenaza directa: el terrorismo. Rara vez la curiosidad va más allá de lo inmediato y muy pocos buscan comprender el entorno y la cultura de quienes nos ven como enemigos.

+ posts

Borja Bauzá es periodista.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: