Mis dos libros de 2017

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Nathan J. Robinson
Trump: Anatomy of a Monstrosity
Somerville, Massachusetts, Current Affairs Press, 2017, 383 pp.

“En la mañana del 9 de noviembre de 2016, los habitantes de la Tierra despertaron a una extraña y atemorizante nueva realidad. Donald J. Trump, estrella de reality shows y criminal sexual impune, había sido electo Presidente de los Estados Unidos. El destino de la civilización humana está ahora en manos de la estrella del show El aprendiz, pues se le ha otorgado acceso a los códigos nucleares”. Con estas líneas que parecen sacadas del inicio de una mala película (no sé si cómica, de ciencia ficción, dramática o porno) inicia Trump: Anatomy of a Monstrosity, el libro de Nathan J. Robinson. Escrito a partir de una serie de artículos de opinión publicados a lo largo de la campaña presidencial en la revista Current Affairs, el libro cumple con explicarnos de modo ágil y entretenido cómo es posible que un narcisista patológico llegara al cargo político más relevante del mundo.

Robinson sostiene que la elección de Trump fue posible por una combinación de errores estratégicos del partido Demócrata (empezando por la nominación de Clinton), la mala conducción de su campaña y la incapacidad de la candidata para construir un mensaje y una plataforma atractiva para el elector. Robinson considera que el poder de la narrativa del populista de derecha fue muy superior al del mensaje arrogante, distante y tecnocrático de Clinton. Para ella, todo el reto de la campaña se reducía a explicarle a la gente que era la más brillante y experimentada y que para todo problema tenía diez propuestas de política pública que nadie entendía. “Trump llegó y planteó una narrativa convincente: la fuente de la angustia del votante blanco es ISIS, los mexicanos, el NAFTA y Hillary. Los Demócratas nunca pudieron construir una buena contranarrativa. Y perdieron” sentencia el autor.

El libro no se queda en la persona de Clinton, sino que también hace un análisis crítico de los pecados del partido Demócrata y en general de los progresistas estadounidenses: elitismo económico y cultural, desconexión de la realidad nacional, confianza ciega en la opinión de los expertos en política pública de las universidades, y cierto desprecio por la ideología, creencias y problemas de los votantes blancos de menores ingresos, algo que Bernie Sanders sí había logrado entender.

Al final del libro, Robinson hace un llamado desesperado a los liberales estadounidenses para que abandonen su autocomplacencia y entiendan que Trump no es ningún estúpido, ni todos sus votantes son analfabetas y racistas deplorables. “Cuando alguien pregunta qué mundo desea construir la izquierda necesitamos tener una visión. Cuando alguien pregunta por qué debo votar por ti, la respuesta no puede ser porque no soy Trump”, dice el autor. A un año de distancia, no parece que los demócratas estén avanzando mucho en la construcción de ese discurso efectivo y esos liderazgos atractivos que les permitan derrotar a Trump en 2020.

 

Jonathan Allen y Amie Parnes
Shattered: Inside Hillary Clinton’s Doomed Campaign
Nueva York, Crown Publishing Group, 2017, 464 pp.

Los artículos y libros sobre campañas políticas escritos a partir de testimonios de gente que trabajó directa o indirectamente en ellas tienen un defecto fundamental: se escriben a partir de la omnipotencia del resultado. Si Hillary Clinton hubiera ganado la elección de 2016, los libros sobre su campaña entrevistarían a gente exaltando el valor de la experiencia de la candidata, su seriedad para plantear propuestas de política pública viables, el amor de su carismático esposo Bill, y su carácter, perseverancia y valor para superar injustas acusaciones del FBI y para soportar los ataques misóginos de Trump y sus seguidores. Pero Hillary perdió, y todas sus posibles virtudes se vuelven defectos y explicaciones sobre su derrota: perdió por tecnócrata, por ser mala oradora, por no saber dirigir su propia campaña, por culpa del FBI y la investigación sobre sus emails, por la sombra de su esposo Bill y su vida privada, y sí, también por ser mujer.

Pero saber el desenlace de la película no hace menos satisfactorio asomarse con curiosidad a las páginas de Shattered. Escrito por una reportera del diario The Hill que siguió a Hillary toda la elección (Parnes) y por un columnista del portal Politico (Allen), el libro nos pinta una campaña que desde el día uno parecía condenada a la catástrofe. Por sesgo profesional me parecieron especialmente interesantes (y frustrantes) las historias de David Schwerin, el redactor de discursos de la candidata, y su lucha por escribir buenos mensajes para una jefa sin mucha inspiración ni talento retórico. La candidata decidió que la mejor manera de escribir discursos era en comités y eso llevó a Schwerin a entregar “Frankensteins” hechos de retazos de ideas de varias plumas. Después pensaron que la solución era traer a Jon Favreau, el director de discursos de Obama. Pero a las pocas semanas Favraeu renunció, concluyendo que “la campaña era un desastre, con líneas de autoridad enredadas, celos profesionales y prioridades distorsionadas”.

Esto no solo afectaba al discurso. Allen y Parnes describen a un grupo de operadores que eran inteligentes y exitosos en lo individual, pero que no estaban unidos más que por su ambición personal y por “empujar a una aburrida candidata a la Casa Blanca”. Los autores afirman que “Hillary no tenía una visión articulada y nadie podía darle una. De hecho, entre más gente participaba en la tarea de darle tono a la campaña, más pantanoso se volvía el mensaje”.

La sensación que deja Shattered es que Clinton perdió por una combinación de arrogancia e incompetencia. Lo primero se reflejó en malas decisiones de la candidata, como poseer un servidor privado de correos electrónicos para guardar información oficial, el manejo de la Fundación Clinton y su deliberada cercanía con el dinero y el poder de Wall Street. La incompetencia resultó de la falta de un buen manejo del equipo de campaña y de la fe ciega del estratega en jefe, Robert Mook, en el poder del big data. Esa es una nueva tendencia en política, que dice que si le pagas millones de dólares a empresas para que te digan de qué marca y color es el auto de los votantes, o qué cereal les gusta desayunar, tendrás las herramientas para segmentar tu mensaje y ganar la elección. Esto llevó a la campaña a subestimar el ascenso de Bernie Sanders y luego a ignorar advertencias de operadores políticos tradicionales, que decían que los votantes en estados clave se estaban alejando de Clinton y tendían a favorecer a Trump.

La lección de Shattered parece obvia, pero no lo es: no importa lo que te digan las encuestas, no importa que tanto te favorecen las élites, no importa cuánto dinero inviertas en big data, no hay campaña política predestinada a ganar. El trabajo de convencer al votante tiene que hacerse. Y el discurso sigue y seguirá siendo el instrumento de persuasión por excelencia. Como lo he dicho desde mi primer artículo en Letras Libres: sin buen discurso, no hay paraíso.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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