Ursula K. Le Guin (Berkeley, 1929 – Portland, 2018) demostró con su fructífera trayectoria literaria que el ámbito de la ciencia ficción no estaba obligatoriamente destinado a escritores varones. La autora estadounidense que falleció el 23 de enero a los 88 años fue la primera mujer en ser galardonada con el título de “Gran Maestre” por la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos (SFWA). Fue en 2003 y Ursula ya tenía 74 años. Más de siete décadas fueron necesarias para que su extraordinaria labor como inventora de mundos insólitos tuviera recompensa. Obras como La mano izquierda de la oscuridad (1969), Los desposeídos (1974) o El nombre del mundo es bosque (1972) la catapultaron a una fama que ella acogía con timidez y rubor.
Los temas que Le Guin abordó en sus novelas iban desde los conflictos planetarios, los dragones, las luchas con espadas, las naves espaciales o los juegos de magia y hechicería. En todos ellos, subrepticiamente, había una perspectiva de género que con el tiempo fue haciéndose más evidente. En Los desposeídos destaca un personaje excepcional, Shevek –un físico originario del planeta anarquista Antares–, que aboga por derrumbar aquellas barreras que propician el odio, la desigualdad y la postergada posición de la mujer en la estructura social. Los personajes de Le Guin –sean hombres o mujeres– intentan siempre evitar las actitudes machistas de la mayoría de héroes que pululan en los universos fantásticos o de ciencia ficción. En este sentido, Le Guin afirmaba que como escritora debía ser consciente de que ella era sus personajes, pero ellos no eran la escritora: “Si fundo o confundo a una persona ficticia conmigo misma, mi juicio sobre el personajes se convierte en un juicio sobre mí”, escribe la autora de Lavinia (2008) en Contar es escuchar. Sobre la escritura, la lectura, la imaginación, el libro de reciente publicación en la editorial española Círculo de Tiza que se ha convertido en un inesperado legado literario, en una larga conversación entre la autora y sus devotos lectores. “Soy una seguidora de sus novelas desde que era adolescente. Mi hijo mayor es científico y un lector obsesivo del género fantástico. Me mandó este libro desde Londres y añadió una sola frase: ‘Tienes que publicar esto’. Al no ser novela, se quedaba fuera de los canales habituales de edición en España, y en Círculo de Tiza estamos especializados en publicar libros que escapan de cualquier encasillamiento de género, así que tuvimos la enorme suerte de contar con la gran Ursula K. Le Guin en nuestro catálogo”, explica la editora Eva Serrano. Asuntos como la belleza, la vejez, el feminismo, la injusticia, el arte, la ecología o la política están presentes en una vasta producción que aglutina veinte novelas, doce libros de poesía y un centenar de relatos y novelas cortas traducidos a más de cuarenta idiomas.
Ursula K. Le Guin es, junto a Margaret Atwood, la gran dama de la ciencia ficción. Dos nombres de mujer que competían con otros ilustres como Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Ray Bradbury o J. G. Ballard. Una de las diferencias de la obra de Le Guin con la de sus coetáneos es su componente humanístico, que rehúye del prejuicio y las construcciones mentales para dar voz a perdedores o marginados de cualquier estrato social. “Defendía con vehemencia sus convicciones feministas, taoístas, muy cercanas al anarquismo, pero lo hacía siempre evitando lo previsible, lo evidente, lo vulgar”, comenta Eva Serrano.
Ursula Kroeber nació en Berkeley (California) y era hija de dos antropólogos, Alfred L. Kroeber y Theodora Quinn Kroeber. Muy pronto sintió una especial afección hacia la antropología, una disciplina que empleó tangencialmente en sus obras de ficción. Esta dimensión antropológica, unida a la ética, hizo que sus relatos fueran más allá de las típicas historias de aventuras espaciales. Le Guin tuvo también una facultad anticipatoria, tal y como sucede con los mejores relatos de ciencia ficción. En su libro La mano izquierda de la oscuridad, escrito en 1969, se percibe una clara voluntad de trascender el género: los personajes hermafroditas poseen potencialmente los dos sexos y pueden hacer el amor indistintamente con hombres y mujeres, según su atracción e interés. La identidad sexual, el papel de padres y madres o una idea muy precisa de lo queer se localizaban en todos sus relatos.
Le Guin estaba convencida de que experimentar con la imaginación y moldearla para alcanzar rincones inhóspitos del alma humana se parecía mucho a la vida misma. La ciencia ficción se erigía como gran metáfora de la existencia. Por eso sus relatos tenían públicos jóvenes y adultos. Su influencia llegó a autores y sagas tan valoradas como Harry Potter de J. K. Rowling. Al mismo tiempo, su literatura bebió de referentes como J. R. R. Tolkien y jamás ocultó que su serie Terramar (1968-2001) no hubiera sido la misma sin El señor de los anillos.
“Contar es escuchar lo escribió siendo ella ya anciana, así que podría decirse que este libro resume su mirada, su forma de estar en el mundo”, apunta Eva Serrano. Algunos de los ensayos que componen este libro, en efecto, analizan la relación entre senectud y literatura. En el capítulo “Cuerpo viejo no escribe”, confiesa: “Escribir es una tarea ardua que no sume al cuerpo en un actividad satisfactoria y una forma de alivio, sino en la quietud y la tensión”. En la introducción a la obra, con su proverbial ironía, apuntaba que ella nació antes de que se inventaran las mujeres. Terminaba diciendo: “No estoy segura de que ya se hayan inventado las mujeres mayores, pero merece la pena intentarlo”.
(Valencia, 1982)es periodista. Es cofundadora de la emisora El Extrarradio.