En carta del 25 de julio de 1953, Octavio Paz le confesó a Alfonso Reyes su miedo de volver a México. Veía el retorno como “una prueba definitiva”, pues regresar significaba “enfrentarse con las verdaderas posibilidades de uno”. Por esas mismas fechas, Roberto Vernegro entrevistó al poeta en Suiza y Paz respondió a la pregunta sobre su viaje inminente: “Creo que México es uno de los lugares imantados del mundo. Y, por favor, no veas en esta afirmación nada que huela a nacionalismo, verdadera gangrena moderna. México quizás sea uno de los sitios donde pueda cobrar realidad el mito poético del Encuentro. En otro plano, diverso del poético, pero correspondiente, me parece que en México existe la posibilidad del libre diálogo.” En México lo esperaba la gangrena más escandalosa.
Su llegada, el 25 de septiembre de 1953, no fue sencilla, ni personal ni literariamente hablando. Como siempre que regresó al país, un temor se anudaba en la garganta del poeta: el de la soledad en medio de una multitud cuyo rostro tenía la marca de la indiferencia o el ninguneo. Lo cierto es que su regreso era esperado por varios amigos y su aparición en el mundo cultural no pasó inadvertida. Apenas dos días después de su arribo, en México en la Cultura 236 (27 de septiembre de 1953), la columna “Autores y libros” lo recibió de esta manera: “Por asociación de ideas, al hablar de espléndidos poemas, nos acordamos de los de Octavio Paz y de que este debe haber llegado ya a su puesto de subdirector de Organismos Internacionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores.” En la misma nota se anunciaba que la editorial de Arreola, Los Presentes, estaba decidida (“a como dé lugar”) a publicar un libro de poemas suyo, cosa que no ocurrió.
No solo la prensa acogió su llegada. Carlos Fuentes organizó una cena para recibirlo en el domicilio de sus padres, en la calle de Tíber, y ahí lo celebraron Ramón y Ana María Xirau, José Luis Martínez, Jorge Portilla, Emilio Uranga, Alí Chumacero, Enrique Creel y Elena Poniatowska, entre otros amigos.
A pesar del afectuoso recibimiento, el trabajo en la Secretaría era agobiante. La Ciudad de México lo desconcertó y su ánimo era más bien sombrío; a medio año de su llegada a México aún no se adaptaba y la atmósfera le parecía “atroz”. Todo tomaba el perfil de “un gran fracaso”, se quejó con Jean-Clarence Lambert en una carta del 12 de febrero de 1954. Apenas un mes antes ofreció una entrevista a Rosa Castro para México en la Cultura, en la que su ansiedad y disgusto son evidentes y la entrevistadora destacó que “apenas planteado el asunto, lo abarcó todo de golpe, de golpe también afloró la respuesta en sus ojos, y si no la lanzó también por entero de golpe, fue solo por la imposibilidad física del hombre de no poder pronunciar más de una sola palabra a la vez”. Las declaraciones de Paz abordaron, sin mencionarlo directamente, las ideas de su viejo amigo José Revueltas, publicadas en el suplemento anterior, quien había declarado que solo consideraba a la literatura “como un instrumento para trabajar socialmente”. Para Paz la misión de la literatura consistía en descubrir y revelar al hombre. Pronto se enfrascaría en una ruidosa polémica pues ese mismo mes de enero Elena Poniatowska lo entrevistó para Excélsior y el poeta expuso que la antología de Antonio Castro Leal (La poesía mexicana moderna, fce, 1953) ocultaba la poesía mexicana, en vez de revelarla, y aseguró que “muy pronto” lo demostraría en un artículo que, efectivamente, publicó poco después (“Poesía mexicana contemporánea”, México en la Cultura 271, 30 de mayo de 1954, p. 1).
La entrevista que presentamos, con autorización de la señora Marie José Paz, apareció el 17 de enero de 1954, en el número 22 de México en la Cultura. La entrevista solo consta de párrafos introductorios y alguna otra intervención de Rosa Castro y el resto es del poeta, cuyas palabras reproducimos. Se respetan los guiones y subtítulos originales de la publicación. Sin embargo y desafortunadamente, en el microfilm que pude consultar son ilegibles dos muy breves párrafos. ~
LA LIBERTAD DEL ESCRITOR
Octavio Paz
Esferas distintas
–A mí me parece muy peligroso y muy confuso emplear el término utilidad para calificar la obra de arte, pues se reduciría a una técnica. De ninguna manera se puede comparar una novela con un avión o con un martillo.
–Evidentemente, una parte de la literatura es profundamente técnica. Por ejemplo, la literatura didáctica. Pero una novela –de quien sea–, lo mismo se trate de una novela realista o metafísica, no se puede comparar con un avión.
–En consecuencia, la utilidad de una obra literaria, si es que vamos a seguir empleando la palabra, es de un género muy distinto a la utilidad que nos puede prestar cualquier elemento técnico o cualquier herramienta.
–Incluso si se piensa que el arte o la literatura deben estar al servicio de una causa determinada, es evidente que hay una diferencia esencial entre la creación artística y los instrumentos de propaganda. De ahí que definir a la literatura por su utilidad social, sería como definir un avión por su línea estética y no por la eficacia con que nos transporta.
–Con esto quiero decir que el arte no es un fenómeno social e histórico, sino que hay un abismo, por ejemplo, entre las armas medievales y las catedrales góticas. Ambas son obras históricas, ambas participan de un estilo histórico, pero evidentemente en el caso de las armas se trata de instrumentos hechos para cumplir ciertos fines concretos, en cambio, en el caso de las catedrales se trata de una finalidad de orden distinto. Lo mismo puede decirse de la poesía provenzal.
–En resumen: la “utilidad” de las obras de arte pertenece a una esfera muy distinta a la de la mera técnica.
Confusión funesta
–Desde otro punto de vista, esta confusión entre la técnica y el arte es funesta. Por ejemplo: todo el mundo, lo mismo se trate de pintores, poetas o novelistas, habla de su oficio y de su técnica. A mí me parece que en donde no hay sino técnica no estamos frente a una obra artística.
–Las técnicas progresan o decaen. Por ejemplo, para volver al caso de las armas, el arco fue sustituido por el fusil, pero de ninguna manera la Eneida o la Divina comedia reemplazan a la Ilíada. Las obras de arte son insustituibles.
–Evidentemente, las técnicas influyen en el carácter de las obras, pero no alteran su valor. Ejemplo: la pintura al fresco exige una cierta manera muy distinta a la pintura al óleo, pero de ninguna manera se puede afirmar que Della Francesca o Giotto representen formas atrasadas de la pintura frente a Tiziano o el Veronés.
–De ahí que no pueda afirmarse que no hay un progreso en el arte.
–En términos generales, las herramientas y los útiles han sido construidos por el hombre para satisfacer cierto tipo de necesidades. En consecuencia, el valor de un útil se define por su utilidad. Pero el hombre no es un útil, ni un instrumento ni un medio, sino un ser al que están referidos todos los útiles. Es decir, un ser que se sirve de útiles.
Misión de la literatura
–A mi juicio, la misión esencial de la literatura consiste en descubrir y revelar a ese ser. Esto es, al hombre. En este sentido es posible hablar de verdad literaria. La utilidad de una obra literaria consiste en su verdad: en la revelación que el arte hace del hombre. El arte descubre al ser del hombre o una parte del ser del hombre. Pero lo descubre de una manera concreta y descubre a un hombre concreto. Es decir, a un hombre determinado, inmenso, en un mundo histórico, concreto.
–El hombre concreto es por naturaleza o definición un hombre libre.
–Un obrero y una herramienta cualquiera se parecen en esto: ambos son instrumentos, medios. La herramienta no se puede rebelar contra su condición: en cambio, el hombre sí puede hacerlo, sí puede luchar. Esa parte del hombre capaz de rebelarse, de escoger, de luchar o de ceder, de conquistarse a sí mismo o de enajenarse es lo que llamaríamos su libertad. Y esa parte, indefinida por naturaleza puesto que es un haz de posibilidades, es la que el arte trata de revelar. Por tanto, puede decirse que el arte tiende a expresar al hombre en su libertad creadora…
Sobre la libertad
–La libertad del escritor no es una cosa abstracta, sino algo que se conquista día a día. En su obra, en su trabajo, mejor dicho, de revelación del hombre, el escritor tiene que luchar contra toda clase de limitaciones e imposiciones. Unas personales y otras externas. En este sentido, la labor del escritor es muy distinta a la del psicoanalista, por ejemplo.
–De ahí que me parezca indispensable luchar porque los poderes externos –Estado, Iglesia, partidos o academias– no ahoguen, desnaturalicen o mutilen la obra artística. A nombre de la ley y la moral, obras que van desde Justine, del marqués de Sade, por ejemplo, hasta el Ulises, de James Joyce, han sido sustraídas de la circulación. Obras como las de Pasternak y otros han sido prohibidas en nombre de las teorías estéticas del régimen soviético.
–La Iglesia católica siempre vio con preocupación al teatro, incluso cuando en los siglos de oro ese teatro sirvió para expresarla. El Estado japonés prohibió una y otra vez las representaciones teatrales, etcétera.
–Una de las causas de la grandeza del teatro griego reside acaso en la circunstancia de que la religión olímpica nunca tuvo una clerecía organizada del tipo de la católica o la budista, ni una policía como la de los modernos Estados, porque en nuestro tiempo el censor literario es una mezcla de cura y policía.
–Las Iglesias y los Estados siempre han intentado sustituir la revelación que ofrece el teatro por un sucedáneo embrutecedor: los espectáculos, las fiestas, los desfiles, etcétera. Puede decirse casi como una regla histórica que, allí donde predominan las diversiones, asistimos a una tentativa por degradar al hombre. ~