“Charlatana Helena… Helena mía”. Una carta de Octavio Paz

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Acaba de aparecer en Siglo XXI Editores Odi et amo: las cartas a Helena de Octavio Paz, editadas y estudiadas por Guillermo Sheridan. Las 84 cartas, que van de 1935 a 1945, cubren tres periodos de su relación: las escritas al iniciar su noviazgo en 1935, las segundas enviadas desde Mérida en 1937, poco antes de su boda, y las de 1944-45, de San Francisco, California, cuando el matrimonio comienza a tambalearse.

Reproducimos, con el permiso de la editorial, una febril carta fechada en Mérida en la que el joven poeta –y maestro en la Escuela Secundaria Federal para Hijos de Trabajadores, creada por el gobierno de Lázaro Cárdenas– escribe sobre sus tres pasiones: el amor, la escritura poética y la actividad política.

10 de abril de 1937.

Extensa carta del “joven comunista y humano”, una de las más sabrosas y encendidas de la correspondencia (la comento en Los idilios salvajes, p. 201 y ss.). Dos días más tarde, el 12 de abril, Efraín Huerta publica en el Diario del Sureste su “Carta lírica a Paz, Cortés y Novaro” en la que encomia a sus amigos: “Ustedes han huido noblemente al Sureste, a laborar con dignidad y entusiasmo en el ancho terreno de la enseñanza. Parecen tres modernos mosqueteros de la revolución. Los envidio, sí: negarlo sería negar mis más íntimos deseos. ¿Qué hacer?”

{{Puede leerse en mi edición de las crónicas juveniles de Huerta, Aurora roja, en línea.}}

 Luego procede a atacar a los Contemporáneos, en especial a Villaurrutia.

-Guillermo Sheridan

Abril 10, 1937

Querida Helena:

Al poner la fecha me acordé de un verso “Tuve una novia, me parece que fue en abril”.

{{Cita “Nueva canción de la vida profunda”, de Ricardo Arenales, firmada por su avatar Porfirio Barba Jacob.}}

Qué alegría, qué grande alegría. Abril, tú, mi novia, mi novia en Abril y en Mayo, mi novia en Diciembre, mi novia en Junio. Junio, ¿te has fijado cómo se dice Junio? No se dice, se canta, se danza: hay un río luminoso en esta palabra, una barca dichosa, y una música de aguas verdes y puras. Junio, hay algo tan grave y quieto, tan esbelto. Todo está mecido por un viento, y hay un piano cantando la u y la i y la o, mientras la J destila agua y la n algo madura, trigo, heno, luz, J…uuu..niii..o. Amor, Junio, Helena, la dicha está en estas palabras, en estas suaves letras que se me escapan, que me tocan la boca, que me brotan de dentro y no las puedo encontrar. ¿De qué sitio fluye su correr, su acento? Lo tengo aquí, dentro de mí, vivo como un pájaro y luego se me va en el aire. Y del aire baja, me rodea, invisiblemente. Tu voz, tu charla, charlatana Helena, tu silencioso caminar, tu río. Helena mía.

Cuando llegó tu carta, paloma (¿te gusta ser paloma? ¿prefieres ser pez? eres, a veces como un largo pez), estaba en la hamaca, tendido. Sin zapatos, barbón y viendo el techo, como bobo. Cerca de mí, en el otro cuarto, Juan de la Cabada (un compañero comunista muy bueno y simpático) escribía un cuento, con cosas que acaba de recoger de Quintana Roo. Un cuento magnífico (no sé cómo lo realice, pero el material es estupendo y se puede hacer algo semejante a lo que ha hecho Frobenius con la cultura negra)

{{Paz menciona al etnólogo Leo Frobenius en El arco y la lira como uno de los precursores de Claude Lévi-Strauss. Le parece el pionero de la reivindicación moderna de “lo negro”, pues recopiló y tradujo cuentos y leyendas africanas y afroamericanas (“Nota sobre poesía negra”, Vuelta, 154, septiembre de 1989).}}

que un día te contaré. Para que no entiendas nada, te diré que trata de un méh, de una cantarilla en donde bebe un ayux y de otras cosas. Hay otro cuento, del caracol, que es mujer en maya, y de la ardilla, que es su esposo. Y de cómo se comieron una calabaza, y de cómo la ardilla se murió y el zopilote cantó y se emborrachó y fue apaleado y colgado por “engañar al pueblo”.

{{Se refiere a Incidentes melódicos del mundo irracional (La Estampa Mexicana, 1944). La carta se refiere a la primera escritura de ese cuento, cuyo manuscrito (también) perdió Juanito durante su viaje a España en 1937, y tuvo que reescribir.}}

 Y el zopilote era un demagogo, que no sabía cantar y que llevaba debajo de las alas al pobre caracol. Y el zopilote se parece a muchos de allá, a muchos de todo el mundo, que engañan al pueblo.

{{El zopilote reaparecerá un par de veces en la escritura de Paz como animal tutelar de “los licenciados”.}}

 Y un día los colgaremos, por borrachos y embusteros, y el pueblo comerá, sin miedo a que venga el cazador, muchas hermosas y grandes calabazas. Y cosas buenas que no sean calabazas, frijol y maíz escaso. Pobre pueblo, hambreado, muerto de hambre, oyendo todo el día a los zopilotes. Ustedes tienen muchos zopilotes, muchos y grandes como águilas, y otros, tímidos e intelectuales, que viven del cadáver de muchas cosas, de los restos de los banquetes de otros.

{{Está pensando en los poetas del grupo Contemporáneos, a quienes comienza a censurar con energía en estas semanas, como lo están haciendo Huerta y Enrique Ramírez y Ramírez en México.}}

 Son los zopilotes que cantan después de la comida, los pobres. Los que justifican los banquetes a cambio de recibir algo de maíz.

Lo que te iba a decir no era esto. ¿Qué te importan a ti los zopilotes? Estaba en mi cuarto. Un día sin pena ni gloria. Veía el techo y un cielo gris, casi de prisión. No estaba triste. Pensaba que, después de todo, la vida del preso es algo buena, sin tener que salir y decir: buenos días. Y tú estabas en el cuarto. Estabas allí, diciendo que realmente era bueno eso y que era mejor el estar tirados en la hamaca, sin calor (el calor ha cesado, por el norte). Y diciendo que era una lata tener un cuarto tan chico y sin camas, y con solo una silla y los libros en el suelo. Que eso era demasiado bohemio, demasiado poco confortable, hasta incómodo. Pero la hamaca, en cambio, era enorme y de muy bonitos colores. Y, después, te pusiste a callar y me oías. Y yo estaba diciendo que cómo haría para llegar a México, y cómo para regresar contigo o quedarme allá, y las cuentas me ponían de mal humor, y entonces tú y yo nos poníamos a hablar de tonterías y yo te besaba largamente, y te prometía mil besos y te daba otro beso. Y pensaba que sería muy hermoso que tú estuvieras desnuda, solo cubierta por la fina red azul y oro de la hamaca, con el pelo tocando el suelo. Y estaba en eso, en tu desnudez, cuando tú me dijiste que estaba muy cerca el compañero y que solo dividía el cuarto una delgada pared de madera. Entonces yo pensé que debía escoger en la escuela otro sitio, más cómodo. Estaba en ese temor cuando llegó Cortés Tamayo con las cartas. Y entonces leí la tuya. Canté después y dije que la vida a veces es muy dadivosa, y que el correo es tan hermoso como un crepúsculo. Y como la alegría me sigue, y la confianza, la enorme, grandiosa, desproporcionada confianza que me inspiras renace, y renace dentro de mí la confianza en mi fuerza, te escribo así, sin zapatos, despeinado y barbón, con la seguridad de mi alegría, de mi fealdad y de mi insolencia. De mi insolente juventud, que te está dando de besos y que masca chicle y dice tonterías. Me llegaste en una carta cuando te despedías en el temor.

Ahora te contestaré, punto por punto. En Mérida hay toros. No hay toreros, pero para eso hay aviones, tontísima y retonta, y en los aviones vienen los toreros (ahí viene un barco cargado de… ¡toreros! Ahí te va otro cargado de… ¡besos!) y dentro de los toreros hay unos que se llaman Garza y otros que se llaman Solórzano.

{{Los matadores de la época, Lorenzo Garza y Jesús “Chucho” Solórzano, que el día 11 tendrían un mano a mano en la plaza de Mérida, para el que Paz tiene boletos. En Habitación con retratos hay un ensayo sobre la afición de Paz a los toros y a la literatura de la torería.}}

 Y los así llamados a veces dan tardes excelentes y uno ve a un señor Chucho toreando por verónicas, y uno grita, porque la plaza es como ha de ser la de Cádiz o la de Tetuán (o algo del Marruecos en donde estamos de legionarios comunistas)

{{Se recordará que el norte del actual Marruecos era un protectorado español y que Tetuán era su capital. Desde el inicio de la guerra civil era sitio de intensos combates.}}

 y pasa una tarde tan buena que piensa repetirla y la repite mañana si, como ocurre conmigo, se han comprado los boletos para el mano a mano de la época, 11 de abril. Y otra cosa. El señor Domingo no viene pronto, aunque según me dijo el Gobernador llegará, en lugar de hoy, el domingo próximo. ¿Cómo hará Clemente [López Trujillo] para anunciar que el domingo viene el idem? Pero las juntas siguen y cada día que pasa yo adquiero una mejor conciencia de clase. Tardaré un poco, quizá, pero pronto podré decir que soy comunista, es decir, hombre al servicio del partido universal de los trabajadores.

{{Paz estuvo cerca de solicitar su carnet como miembro del Partido Comunista Mexicano, pero parece que no dio el último paso. Llevaba tiempo estudiando El capital, aunque dijo haber estado más interesado en las “cuestiones filosóficas de Engels”, a quien cita por primera vez en 1935. Algo de esas lecturas trasmina en “Entre la piedra y la flor” y en “Vigilias II”.}}

Y entonces, con la confianza vital tuya y la racional de mi posición política, yo podré trabajar mucho por los míos, por los únicos, amante mía, que deben ser los nuestros, a pesar de todas las desilusiones de los zopilotes y de los alacranes y de las cucarachas, por los míos, por los tuyos, por todos los trabajadores de la tierra.

{{Sobre la violencia verbal de Paz puede verse “Tráquea traquetea” en Habitación con retratos, una sección del cual analiza el empleo de símiles animales.}}

 Yo soy ahora un estudiante de política, pero ya tengo algo de experiencia y sé todo lo malo que hay y cómo lo explotan a uno: pero yo no soy un chambista y menos un oportunista, sino que quiero trabajar por lo único bueno que hay en la tierra, por lo único digno, a pesar de las sonrisas de los convenencieros, a pesar de los traidores, a pesar de la pequeñez, resentimiento y maldad de los propios compañeros comunistas. Entre su maldad y pequeñez y la sordidez podrida de los otros. Helen, ¿un hombre digno puede vacilar? Ahora yo lucho por la unificación del proletariado, en los momentos en que se sigue una campaña contra el Partido. Acabamos de sorprender, Ricardo [Cortés Tamayo] y yo, un radiotelefonema, casualmente, al buscar una onda, en donde se habla de expulsar de la CTM a todos los comunistas.

{{Vicente Lombardo Toledano, líder desde 1936 de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), había convocado al Congreso Nacional de Unificación Proletaria.}}

 No podrán. Aquí hay, por lo menos, dos diputados comunistas, que ceden su sueldo, menos una tercera parte, al Partido. Ellos, si los dejan, irán este año a la Cámara. Entonces, por vez primera en México, se oirá desde el Parlamento algo mejor que la marihuana de los del PNR.

{{El Partido Nacional Revolucionario, que cambiará de nombre a Partido de la Revolución Mexicana en 1938, en la presidencia de Cárdenas, y eventualmente a Partido Revolucionario Institucional.}}

 (Helen, todo eso no te interesa, lo sé. No te interesa y además no lo cuentes. Sé discreta.) Hay otro camino, hay muchos caminos, para los tiburones y las cucarachas y las víboras. Para el hombre solo hay uno. Y ese ya sé cuál es.

Tengo casi lista la primera parte de un poema. Trata del henequén.

{{De nuevo, se trata de “El henequén” (“Entre la piedra y la flor”). Ha olvidado que ya le había escrito sobre ese asunto. Que se refiera a “la primera parte” supone que tiene ya el plan previo para las siguientes.}}

 Del hombre esclavizado por el cielo y la tierra terrible de Yucatán. El henequén, que debía salvarlo del hambre que asoló la cultura maya (la arqueología es otra de mis manías y ya te mandaré fotos y quizá un ensayo en una revista que vamos a sacar)

{{Paz toma fotos de las zonas arqueológicas que envió a la UNAM, donde se conservan. El proyecto de revista Golfo de México no culminó.}}

 y la época colonial, no hizo sino esclavizarlo más. El hambre siguió. Y los canallas que aquí controlan la vida (descastados y vendidos, feroz y despiadada burguesía de violadores y traidores, silenciada por la casta de los intelectuales) han construido Mérida y los ferrocarriles y todas las flores y los panes y los jardines con esa sangre india mestiza. En la primera parte está el paisaje, físico y moral. El suelo, el cielo, el henequén, el hombre. Es la parte más fácil. Después vendrá lo otro. Un poema grande, un libro casi. Y además, corrijo los poemas de Junio, que, como sabes, son cinco. Y pienso rehacer los otros que tú conoces.

{{Se refiere a dos que reunió en Raíz del hombre (1937) y en A la orilla del mundo (1942), legibles ahora –muy cambiados– en la sección “Primer día” de Miscelánea I. Primeros escritos, volumen 13 de las Obras completas, y en Obra poética I, el volumen 11.}}

 Y la novela. Obra de cuatro o cinco años. No hay prisa. En total, algo que puede ser la obra de la que es preludio el No Pasarán y la Raíz.

{{¡No pasarán! (1936) es su poema solidario con la república española. Raíz del hombre es la colección que apareció en enero de 1937.}}

 Pero más maduro. Más equilibrado. Casado contigo, comunista y joven humano. Un poco idiota, pero renovado por ti. Te voy a mandar una versión provisional del poema. No la enseñes a nadie. Dame tu juicio.

[Al margen] Te lo mando luego. Voy a escribirlo más.

Me ha dado cólera lo de Toscano.

{{Ignoro qué habrá hecho su amigo Salvador Toscano, camarada en la revista Barandal, para ameritar este comentario. Unas semanas más tarde, será testigo de la boda civil de Garro y Paz.}}

 Pero eso se debe a que quizá tú al principio has caminado mucho por ahí, has cometido alguna imprudencia. Eso no quita lo otro, y me han dado ganas de ponerle una tarjeta. Pero es inútil. Agravaría las cosas. Eso solo se combate con el silencio y el no hacer caso, con evitarlo y con la perfecta dignidad. Al tal Gálvez

{{Ramón Gálvez, esbozo de poeta que llegó, en efecto, a colaborar en Taller. le voy a dar su merecido, en lo que más le duela. ¡Qué rabia tengo de haber cometido la ingenuidad de ser amable y publicarlo en Taller!}}

¡No solo por el sitio, sino por la asquerosa compañía de ese tipo! Ya le daré su merecido. Y tú, evita eso, como ustedes saben evitarlo. Quizá tu bondad o tus palabras, demasiado desusadas para ese idiota que tiene un concepto bestial y feudal de la mujer, lo haya hecho pensar otra cosa. Si no le hubieras hecho caso no habría pasado nada. Por lo que respecta a la U., ve lo menos posible, por la razón que tú misma dices tener, por la causa que tú, yo ya te lo había dicho, has experimentado (materialmente no puedo escribir correctamente, en castellano). No cedo en lo del nombre y espero que esta sea la última carta en que te lo pido. Se trate o no de un amigo. Yo, tú lo sabes, estoy lejos, pero tengo derecho a saber y, sobre todo, a guardar las cosas para castigar a los perros, a los malnacidos y a los traidores.

Respecto a la chica esa, creo que es mala compañía. El hecho de que sea mi “amiga” es algo ocasional. Muchos creo que pueden decir lo mismo. Se trata de una gente con la que, absolutamente, no debes andar. Y lo de Villaurrutia otro tanto.

{{Villaurrutia era el director de la puesta en escena de Perséfone, la pieza de Gide.}}

 Creo que de ahí viene la frase de T[oscano] (a lo mejor). Es un grupo de gente que mancha y que, además, me ataca. ¿Soy muy absorbente? La ausencia me ha puesto así. Sin embargo, quítales a mis palabras los celos, la pasión y hasta el amor, y verás que son justas.

¿No has visto a [Enrique] Ramírez? ¿Qué ocurre con él? Por favor, si, como te indiqué en mi [carta] pasada, no está enfermo (recibimos una carta en broma en donde nos dicen que está en el hospital y tenemos duda),

{{En la citada “Carta lírica”, Huerta escribirá que “Ramírez y Ramírez está internado, postrado en el lecho del dolor, esperando que alguien le componga un tango quejumbroso”.}}

 recuérdale mi asunto, pues Marcelino [Domingo] viene con González Aparicio, de modo que sería buena la carta y la recomendación de que hable con el gobernador cuando venga. Y además, que te entregue el material del Periquillo,

{{La sabrosa “Columna del Periquillo” aparecía en el diario El Nacional firmada por “E.H.M.”, iniciales que escondían a Efraín Huerta y a Antonio Magaña Esquivel. Reunía semanalmente información y chismes de la vida culta de la capital.}}

 para sacarlo acá.

Creo que ya no me queda nada que decirte. Solo mi recomendación, ahora sí furiosa y exigente: cuidado con las locuras. Te pones en cama, llamas a un médico y haces ciegamente lo que él te indique. Nada de paseos, ni baile, ni escuela, ni amigas. Curarse. Curarse. Sin lágrimas tontas, amor mío, sin ira, haciendo lo posible por reconstruirse. Esto es algo importante. Algo vital, algo que no se puede aplazar y con lo que no se puede jugar.

Otra cosa. La sorpresa no es, desgraciadamente, esa. Quizá más adelante sí sea posible, aunque prefiero que, de ir, sea para casarme y no de paseo. Pero la sorpresa existe. Quizá no sea pronto, pero llegará. Es algo que no puedo decir, por ahora.

Helen, todas las recomendaciones han acabado. C[ortés] T[amayo] me indica que te salude, que te suplica, conmigo, [que] te acuerdes de los desterrados, y que nos mandes L. de M. [Letras de México]. También Novaro te saluda y te manda un abrazo.

Helen:

Son las once de la mañana. Un día nublado, con todas las apariencias del frío, con todo el aparato del hielo, pero tibio, absolutamente. Sin embargo, la gente de aquí ha de pensar en el frío. No hay más que un ligero vaho, una invisible tibieza de amanecer. Te escribo antes del baño. Esperamos a unos amigos para ir a nadar. Quiero continuar la carta trunca. Te dije todas las recomendaciones, aquellas molestas e inmediatas recomendaciones, recordatorios y encargos. Pero ¿qué te he dicho de mí, de mí, que a veces estoy en el vacío, viviendo solamente en lo externo, en lo que pasa, infecunda y estérilmente, sin dejarme una huella, algo que me exalte por dentro? A veces tengo la impresión de que no vivo, sino de que estoy vegetando. Y no me da terror. Y veo en ti, vehementemente, la vida, lo imprevisto, lo que nos sacude súbitamente. El milagro, lo inesperado. Nunca eres lo esperado, amor mío, sino aquello que nos asalta a la mitad del camino, al doblar una esquina; aquello que me desliga de muchas cosas, y, también, lo que me liga a otras imprevistas.

Qué lejos de mí la retórica, los pensamientos, las frases, todo aquello con lo que intentamos engañar, seducir o sujetar a la realidad. Siempre luchando por comprender, por encauzar, por traicionar. Pues es eso lo que se hace: se traiciona a la realidad, se transa con ella. Siempre la eterna debilidad para aceptarla, pero siempre también la eterna exigencia, la eterna cobardía, de no aceptarla tal cual es, sino con condiciones, con taxativas. Y la incurable pretensión de dirigirla. Y eso que está fuera de mi voluntad o de mi razón, algo que podría ser mi voluntad de vencer a la realidad. Y, Helen, a pesar de todo la he de vencer. La venceré, siempre, como sea y a costa de lo que sea.

Ayer quería continuar la carta pero no pude. Ahora, igualmente, sé que cuando la termine voy a querer seguir. Es espantoso no tener con quien hablar, y cuando se quiere oír no tener a quien escuchar. Creo que cualquier voz humana me fastidia en este momento. Me gustaría que estuvieras aquí, que no hablaras, ni hicieras nada. Que estuvieras callada, tocando mi cabeza, junto de mí, sin besarme, pero impúdicamente desnuda. Te quiero desnuda, larga, fina, alta Helena. Te quiero desnuda, sin velos, tocando mi cabeza. Y tranquila, aunque con un ligero temblor en las piernas. Y que no me hablaras de nada, sino de lo inmediato y accesorio. ¿Será posible eso? Sí, tiene que serlo. Tienes que vivir un día, una hora, no sé cuánto, sumisa, callada, dócil para mí, desnuda y lenta. Sin pensar en nada, sin desear nada.

{{Comenté en Los idilios salvajes (pp. 218 y ss.) estas fantasías en las que Helena aparece callada e inmóvil, algo de hurí y algo de Pietà. La pareja en una suerte de perpetuo post-coitum, el “latido de tiempo” del imaginario éxtasis sexual convertido en un eterno ahora, “en el apogeo del cuerpo y la pérdida del cuerpo”. La representación de Helena es lasciva y pasiva, sexual y maternal a la vez.}}

 Déjame a mí el pensamiento y la vida. Tú, como una planta, como mi respiración, está junto a mí, crece de mí. Eso es lo que yo quiero de ti, lo que yo deseo. Pero tú también existes, tienes una conciencia diversa a la mía. Eso me da mucha tristeza, porque tienes intereses distintos a los míos, deseos, sueños.

{{En “Vigilias IV” (en Obras completas, volumen 13, p. 171), escritas en estas fechas, escribe: “Saber que tiene deseos, sueños, preferencias, ha sido un descubrimiento insólito. He descubierto que no es ese ídolo, esa criatura enigmática, vacía de todo lo que no fuera mi amor, que imaginaba. Existe, tiene una vida distinta. No es lo que yo pienso, no es mi creación. Ni mi sueño ni mi razón la han engendrado. Podría existir aun cuando yo no existiera. Mi amor no la modifica, ni la cambia.”}}

 Un mundo abierto a tus ojos, un mundo que no es el mío, y que a veces es mi enemigo. Tu mundo, el mundo que tú amas no es el mío, no lo quiero y hasta lo odio cuando pienso que es el tuyo. El tuyo. ¿Tú puedes tener algo? Sí, tú piensas en muchos labios, en muchos cielos, en muchos países, en muchas alegrías que no son mis alegrías, ni mis labios, ni mi cielo, ni nada mío. Pero tú no debes tener nada. Ni siquiera un destino. Tú debes estar desnuda, también de memoria y de deseo, de tu destino y del mundo. Tú debes solo ser mi planta, la planta que yo creo, la que solo vive en las caricias que me da, en el beso que me da, en la vida que yo le doy cuando ella me da su vida.

{{En Los idilios salvajes (p. 216) comenté la fantasía de encerrar la potencia de la feminidad en una planta al margen del tiempo: Helena como árbola. Anticipa La hija de Rappaccini (1956) y una cantidad de escritos sobre la metaforización del amor y el deseo en semas arbolarios.}}

Hay un radio que suena horriblemente fuerte. Y en la calle, una ciudad muerta, solo está el ruido de los cascos de los caballos en el piso. Nada más. Y tú estás aquí, siempre, Helen, como angustia, como rabia y, a veces, como desesperanza. Pero tu retrato, algo que te materialice, una carta, tu pelo, todo me devuelve a ti. A ti, Helen, que desdichadamente existes sin mí, que vives sin mí. No quisiera que vivieras sino en mí, no quisiera que fueras distinta de mí. Que estuvieras tan ligada, adherida, que fueras yo. Eso es lo que yo quiero, dulce amor mío, mala y buena, siempre lejana, siempre fuera de mí, siempre, aun cuando me amas, amando a tu Octavio, no al mío, no al que yo quiero que ames.

Yo sé que es el delirio de la posesión absoluta y total, la posesión que jamás se logra. También sé que si esa posesión se lograra ya el amor no existiría. Lo sé, sé que mi soledad, la angustia de saber que tú existes como algo distinto a mí, es la condición de mi amor. Yo no te amaría si estuvieras dentro de mí, pero sufro porque no existas así. La sobriedad del amor, la perfecta comprensión, todo lo que significa libertad, es algo que está fuera de mí, algo que existe, pero que yo rechazo. En esa pugna vivo, que es la pugna de la realidad, de tu realidad, en contra de mi deseo. Y es lo que mantiene mi deseo, lo que lo exaspera y hace exigente.

Amor mío, dulce mía, rubia, ¿qué haces en este momento?

{{En La llama doble (10:246) escribe: “La pregunta del amante celoso, ¿en qué piensas, qué sientes?, no tiene sino la respuesta del sadomasoquismo: atormentar al otro o atormentarnos a nosotros mismos.”}}

 ¿Tienes la misma tristeza que yo, la misma angustia, el mismo deseo de callar y ser acariciada blandamente? ¿Tienes el deseo de vivir en la intimidad, descuidada, sin trabas, del hombre y la mujer? ¿El deseo de asistir a mi vida? Probablemente tú estás dormida, enferma, o riendo, alegre, o pensando en otras cosas. Y es lo más seguro, y uno no debe sufrir por eso, debe comprender que es natural que ocurra. Bueno, pues que así suceda, pero que yo, como tú lo eres para mí, sea el fondo que envuelve todos tus actos y deseos, el color único que tiña tu alma. Es tan fácil olvidar, y sobre todo en ¡México! Tú me dices que debo ayudarte a recordar, pero yo no quiero eso: olvídame, si puedes hacerlo, si yo soy olvidable. No es orgullo, ni vanidad, ni resentimiento. Tú eres inolvidable, no tengo que vigilarme para recordarte. Tú, cuando no pienso en ti concretamente, estás invisiblemente presente. Saboreo las cosas, las pruebo, con el objeto de gustarlas luego contigo. Claro que me da temor, temor de estar viviendo con algo que no existe, con una Helena que ya, a mi regreso, no sea la que yo creía, una Helena amarga y que no me conozca; una Helena que tenga nuevos intereses, que vaya cambiando de alma.

También tengo temor de que Helena me espere y se encuentre a un Octavio distinto, a un Octavio que la decepcione. Sería espantoso. Pero ¿cómo hacer para detener al tiempo, para que nuestra piel, nuestra lengua, nuestra alma, no cambie? Tú, allá, no alimentes fantasmas, piensa siempre, sin hacerte esfuerzo para pensar, por supuesto, que Octavio es algo real, concreto, humano, lleno de cosas desagradables, de deseos y caprichos turbios muchas veces. No me idealices, que yo procuro no idealizarte, ni deshumanizarte, ni diabolizarte, sino tener de ti la imagen verdadera, la de mi Helena, a la que, un día, podré modelar, tornar en algo mío, en algo que, no siendo mío, sea lo bastante generoso y sabio para ser lo mío.

{{Sobre el pigmalionismo de Paz, véase Los idilios salvajes (p. 215 y ss.).}}

Helena mía, ¿te hablo con amargura quizá, con fastidiosa voz? Yo quiero ser tan desdeñosamente juvenil, ¡tan completamente viril y recto! Es espantoso tener que ser malo, ¡tener que usar del engaño! (Lo digo porque me asaltó el pensamiento de que para vivir y triunfar en el mundo era menester que yo fuera un hombre dúctil con mis deseos, un astuto.) Yo te deseo aquí, en la noche y el día, como mi compañera, como la mujer que me exalta. Sé que eso es posible, pero que lo es mediante mi deseo y el tuyo, no solo mediante el mío. Te beso, te acaricio, tiemblo a tu lado, escucho tu temblor, tu timidez. Quiero que no existas sino en lo que me responde a mí, en lo que me acaricia, en lo que me cubre de delicia.

{{En Bajo tu clara sombra aparece con frecuencia la “delicia” erótica. Un poema con ese título sobrevivió a la purga inicial y figura en la Obra poética.}}

 Delicia, Helena, delicia de tus labios, de ti, de todo tu cuerpo y tu voz. Y también de tu inteligencia, que tendrá un nuevo cauce, más realista, al contacto de la mía. Más dura, más obstinada, más paciente y empapada de humanidad. Dura, inflexible, así debe ser nuestra alma. Dura y humana, como la carne, que es dura y tibia, candorosa, como tus pechos, como tu aliento, como todo lo bueno que tú posees. Y sabia, sabia, Helen. Palabras, palabras, que no tienen más respuesta que la que podamos darle en la vida, más respuesta que la de nuestros labios unidos para siempre.

Tuyo, amor mío, encanto mío.

Octavio.

Tavucho

[Al margen]

Helen: no escribas en máquina, no sabes. Quiero que estés peinada igual, porque me da terror que no te pueda reconocer o que alguien (yo, quizá) crea que eres otra. Tu broma de Tavucho es encantadora, pero aquí son muy idiotas y a lo mejor me ponen un apodo, un apodo y no un nombre cariñoso.

{{Habrá que suponer que Helena había puesto a “Tavucho” en el sobre, como destinatario.}}

 Linda, te beso.

No me hables de Deva. Es una antipática y una olvidadiza. Besos, muchos besos.

Octavio ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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