Foto: Hadi Abyar/Wikimedia Commons

Zinedine Zidane se niega a perder

Ahora ex entrenador del Real Madrid, el francés Zinedine Zidane dejó el puesto a unos días de ganar su tercera Copa de Campeones de Europa consecutiva. Más allá de la sorpresa que la inusual noticia ha provocado, ¿podrá replicar los éxitos conseguidos?
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Minutos después de anunciar su renuncia como entrenador del Real Madrid, Zinedine Zidane quiso recordar que el momento más feliz de estos dos años y medio en el banquillo blanco fue cuando su equipo ganó la liga. Cuesta creerlo después de haber ganado tres Copas de Europa en tres años consecutivos, pero es de suponer que esa era su manera de recordarnos que también había ganado una liga, que hubo una temporada en la que no solo fueron los mejores durante cuatro eliminatorias sino que lo fueron durante un año entero, por si a alguien se le ocurría ponerle un asterisco a su paso por el Bernabéu.

Y es que Zidane ha tenido que acostumbrarse a la desconfianza del entorno desde el primer minuto. Cogió a un equipo muerto con Rafa Benítez, lo colocó a la altura de los más grandes de la historia y solo en los últimos compases se dejaron de oír las apelaciones a la suerte y a la circunstancia. Escuchando a algunos críticos, daba la sensación de que cualquiera podía estar ahí sentado y ganar lo mismo, como si los que pasaron antes que él no lo hubieran intentado tantas veces con escaso éxito.

Es cierto que Zidane nunca ha parecido un enamorado de la táctica y pocas veces ha alardeado de ello en rueda de prensa. Su legado no será tal cambio de posición o tal movimiento inaudito que revolucionó un partido, sino la gestión del vestuario, la ascendencia sobre los jugadores y su capacidad para vivir junto al precipicio sin llegar a caerse nunca, sofocando todos los motines antes de que se produjeran. Sentó a Cristiano en los partidos intrascendentes cuando nadie se había atrevido a hacerlo, sentó a Bale durante meses sin que le temblara el pulso para recuperarlo en el momento clave de la temporada, y sacó lo mejor de los Isco, Lucas Vázquez, Asensio y compañía de manera que el club no tuviera que gastarse decenas de millones en fichajes extemporáneos.

Ahora bien, como ex jugador de élite y buen conocedor de su club, Zidane sabe que si todo esto apenas se le ha reconocido en la victoria, en la derrota solo lloverán espadas. Lo sabe, entre otras cosas, porque cuando el Leganés le eliminó de la Copa del Rey, el entorno presionó todo lo que pudo para que Florentino Pérez se lo cargara. Prácticamente nadie ha creído en Zidane como opción de futuro, como continuidad de un modelo. Se le ha mantenido casi como un fetiche, un amuleto, y es normal que el francés se planteara cómo iban a ir las cosas en cuanto empezase a perder, sabedor además de que en cualquier juego la derrota es inevitable.

Por todo ello, ha hecho bien en abandonar la partida ahora que todas las fichas están en su lado de la mesa. Si hay que vivir en el presente, que sea hasta sus últimas consecuencias. Ante la inminencia de la derrota –cuatro Copas de Europa, como cuatro rojos en la ruleta es algo tremendamente improbable–, Zidane ha decidido tomarse un respiro. De esta manera consigue dejar su pasado impoluto y abrirse las puertas de cara al futuro, como hiciera Capello en 1997. El que venga tendrá que luchar contra la leyenda del desaparecido, cosa que no será fácil.

Resulta complicado pensar que nadie en la dirección del Madrid tuviera conocimiento de la decisión de Zidane si de verdad llevaba barruntándola tres meses, pero lo cierto es que de momento la sensación que ha quedado en el madridismo es de absoluta perplejidad. De los entrenadores que suenan como relevo, es difícil encontrar a alguno que convenza del todo. Puede que sea Guti, puede que sea Pocchetino y puede que Florentino se saque un nombre inopinado de la chistera como hizo con Benítez en su momento… aunque tendría que ser un riesgo muy calculado.

Lo cierto es que sea quien sea el sucesor, aparte de luchar contra un fantasma, tendrá que hacerse cargo de una reestructuración que no parece que vaya a ser fácil. Tendrá que convencer a Cristiano y a Bale de que se queden o decidir cómo sustituirlos. Tendrá que hacerse con un vestuario en el que los capitanes llevan más de una década en el club y tres años manejándose en la libertad condicionada de Zidane. Tendrá que ser él y a la vez dejar que los demás sigan siendo ellos mismos, sin imposiciones.

En cuanto al francés, puede que lo intente en otro lado de manera más o menos inmediata o puede que se limite a descansar y a esperar su oportunidad tranquilamente. También puede que le dé por dirigir a la selección francesa si a su buen amigo Didier Deschamps le salen mal las cosas en Rusia. Su estatus de estrella desde mediados de los noventa le permite probar lo que le dé la gana, como se lo permitió en su momento a Pep Guardiola. Puede, incluso, que Zidane se fijara en los ciclos de tres años del catalán y se negara a emprender una cuarta temporada que lo estropeara todo, a lo Barcelona 2012.

Una cosa que se olvida a menudo es que, tras la voz casi susurrante y la tranquilidad absoluta de Zidane, hay un competidor casi enfermizo. Un hombre de sangre caliente con tendencia al todo o nada. En ese malentendido se ha perdido la prensa madrileña durante mucho tiempo y eso, hasta cierto punto, le ha dado ventaja al francés: nadie le esperaba. ¿Será capaz de repetir estrategia en otro vestuario? Está por verse, pero convendría no seguir subestimándolo.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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