Un frío jueves de agosto de 2011 presencié una escena muy desconcertante en la Plaza de Mayo de Buenos Aires. Irrumpiendo en la tradicional ronda semanal de las Madres de Plaza de Mayo, una contramanifestación de unos cien obreros de la construcción, empleados por la asociación civil de las Madres, les reclamaba el pago de salarios atrasados desde enero de ese año. De inmediato varios participantes en la ronda se interpusieron entre las Madres y los trabajadores, hubo jaloneos y empujones y eventualmente la mayor parte del grupo inconforme fue rodeado por la policía y alejado hacia uno de los bordes de la plaza, y sólo un pequeño grupo pudo acercarse al auto que llevaba a las dirigentes. Lo que más me impresionó de la escena, aparte de la muy evidente disparidad socioeconómica entre ambos grupos, fue la absoluta falta de comprensión, mucho menos simpatía, del grupo de los derechos humanos hacia los trabajadores. Nadie hizo el menor esfuerzo por entablar un diálogo, tratar de entender la protesta, ni pensar en una solución. Por más de media hora, el grupo mayoritario de trabajadores permaneció cercado por la policía con los niños en brazos, cubriéndose del frío y la llovizna con ponchos raídos y pedazos de plástico. La frustración se les desparramada tristemente por los costados; un cansancio de antes de la última dictadura y la recuperación de la Memoria; el cansancio prehistórico de quienes no sólo han sido oprimidos por siglos, sino sobre todo ninguneados.
Las Madres de Plaza de Mayo son un ícono de la denuncia y resistencia contra la barbarie del poder. Innumerables testimonios y análisis dan cuenta de cómo llevaron a cabo un doble acto de subversión al llevar su condición de madres sufrientes del anonimato del hogar a la esfera pública y desde ese espacio denunciaron la inmoralidad de los poderes en turno, responsables de la desaparición de sus hijos durante la dictadura y cómplices, en la democracia, de la impunidad y el carpetazo al sanguinario expediente de la guerra sucia argentina. Sin embargo, según su líder actual, Hebe de Bonafini, ese enorme poder simbólico de las Madres debería eximirlas de revisar su actuación en asuntos tan mundanos como asegurarse de que los trabajadores empleados a través de su asociación civil reciban sus salarios en tiempo y forma.
El conflicto entre las Madres y los trabajadores de la construcción es tan banal que abochorna. El grupo dirigido por Hebe de Bonafini creó la Fundación Madres de Plaza de Mayo, la cual, con la llegada de Néstor Kirchner al poder, inició un acercamiento al gobierno que la llevó a participar en varias iniciativas público-privadas de bienestar social, como la construcción de viviendas en barrios marginados. El apoderado legal de la Fundación y brazo derecho de la señora de Bonafini, Sergio Schoklender, fue acusado en mayo de 2011 de desviar a cuentas personales millones de dólares (sin que hasta la fecha se haya establecido el monto) proporcionados por el gobierno nacional y administrados por la Fundación para la construcción de viviendas. En medio de las acusaciones cruzadas entre Schoklender y Bonafini, y el esfuerzo presidencial por mantenerse al margen de la pugna, alguien se olvidó de pagarles los sueldos atrasados a los trabajadores, quienes esperaron pacientemente más de seis meses hasta que decidieron llevar la protesta a la ronda de los jueves. Sin embargo, Hebe de Bonafini se rehusó de tajo a atender su problema. La escena (que presencié a escasos metros) es lamentable: la humildad con la que los trabajadores plantean su queja y la soberbia con la que de Bonafini les responde es un espejo de la relación obrero-patronal donde hay mínimos derechos laborales.
Me parece que el asunto ilustra el fondo de las críticas del periodista Martín Caparrós al proceso de recuperación de la Memoria que han venido llevando a cabo los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández desde 2003. Caparrós, uno de los pocos críticos de izquierda en este tema, lamenta que la reconstrucción de los sucesos que constituyeron el clima de violencia y represión estatal desde la muerte de Perón hasta el retorno a la democracia, así como la rememoración de las víctimas, procesos que por su propia naturaleza debieran ser plurales, abiertos e inacabados, se hayan cerrado “en un sentido único”[1] con valoraciones y juicios inapelables para cada actor. Las víctimas de la represión militar, cuyas acciones, motivaciones, grados de involucramiento en la lucha legal y/o armada variaban considerablemente, fueron condensadas asépticamente en la imagen del joven idealista cuyos afanes de cambiar al mundo constituyen ahora la base del proyecto kirchnerista, con su debida dosis de realismo. Más problemática aun es la imagen de los represores: “es como si los militares hubieran sido, antes que nada, muy malos. Seres de una extrema crueldad, complacidos en las peores sevicias, y no ejecutores eficaces de un plan diseñado para acabar con toda la oposición popular en la Argentina durante décadas”. Ese es el meollo del asunto, según Caparrós, la Memoria (única, justiciera e impulsada desde el poder) tiene su propio grado de amnesia: soslaya que los crímenes de la dictadura no fueron una obra de sicópatas, sino una táctica deliberada para romper la resistencia obrera y popular e implantar un modelo de acumulación de la riqueza que continuó durante la democracia, se consolidó durante el menemismo y no ha variado en lo fundamental durante el kirchnerismo.
La imagen de los trabajadores políticamente desprotegidos, sin representación sindical ni poder propio para reclamar lo que por derecho les corresponde, presentando su caso ante las guardianas de la Memoria en Argentina, es un triste recordatorio de la desconexión entre el compromiso con los derechos humanos y la lucha por los derechos laborales, lamentablemente muy común. Este 24 de marzo, en medio del recuento de una jornada más de conmemoración de los caídos durante el régimen militar, intenté averiguar si por lo menos los trabajadores que protestaban aquel día de agosto habían cobrado sus sueldos. En eso sigo.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.