Suzanne Stein es una fotógrafa documental que ha realizado un trabajo crudo y honesto en algunas de las zonas más devastadas por la adicción en Estados Unidos. Su cámara ha recorrido lugares como Skid Row en Los Ángeles y, más recientemente, Kensington, Filadelfia, considerado el epicentro de la crisis del fentanilo en el país. Más allá del simple registro fotográfico, Stein aporta una mirada personal y comprometida: su motivación nace no solo de una curiosidad profesional, sino también de su experiencia como madre de un hijo atrapado por la adicción.
El fentanilo es la principal causa de muerte por sobredosis en Estados Unidos. En 2023, casi 107,500 personas murieron por sobredosis, el 70% vinculadas a opioides sintéticos. En barrios como Kensington, sus efectos son devastadores: muerte, adicción y abandono dominan las calles.
En un momento en que la crisis del fentanilo marca la política estadounidense, el trabajo de Stein cobra aún mayor relevancia. Su fotografía (que puede verse en su sitio web y en su cuenta de Instagram) muestra sin filtros el costo humano de esta epidemia, alejándose de la retórica para revelar el rostro real de quienes viven y mueren en las calles por políticas fallidas y negligencia social. En medio de campañas que prometen soluciones simplistas, su obra nos recuerda que esta crisis no se entiende solo con cifras ni muros, sino mirando de frente a sus víctimas más vulnerables.
¿Qué te motivó a fotografiar Kensington y cómo llegaste a involucrarte de manera tan profunda?
Mi interés por Kensington surgió por su reputación. Desde hace años, es conocido como uno de los barrios más peligrosos de Filadelfia, marcado por la violencia armada y el tráfico de drogas. Durante un tiempo vi cómo otros lo grababan desde sus coches, con miedo a bajarse. Sentía curiosidad. Pero fue la adicción de mi hijo la que me llevó a involucrarme de lleno. Empezó a consumir drogas a los 17 años y acabó viviendo en la calle, en Nueva York. Al ver esos videos de jóvenes en Kensington, vi reflejado a mi propio hijo y supe que él podría terminar allí. Fue entonces cuando decidí mudarme a Filadelfia, usar mis ahorros para comprar un coche y empezar a documentar la realidad del barrio. Esa necesidad personal marcó un punto de inflexión en mi vida.
¿Qué hace que una imagen sea significativa para ti?
Para mí, una buena fotografía tiene que contar una historia. No puedo calificar de “bello” el momento en que tomo una imagen, pero sin duda debe tener un elemento narrativo. Necesito que ese instante diga algo del lugar, de las personas, de la situación, de una manera que sea conmovedora y que resuene en mí. Muchas veces, la luz ayuda a reforzar esa historia: si ilumina la escena de cierta forma, saturada o hermosa, y frente a mí hay un momento poderoso –como una joven en silla de ruedas, donde es evidente el impacto de las drogas en su vida– entonces sé que es un instante que debo capturar. El personaje es fundamental. La persona que aparece en la imagen tiene que ser alguien con quien el espectador pueda conectar, alguien que despierte empatía. Siempre busco esos momentos que logren conectar emocionalmente y, al mismo tiempo, resumir la dura realidad del lugar.
¿Cómo abordas a las personas que fotografías en la calle?
Cada situación es diferente y mi enfoque siempre varía. Lo primero es evaluar si es seguro salir con la cámara, fijándome especialmente en la presencia de traficantes. Muchas veces sigo adelante incluso si los hay. Nunca me acerco con la cámara directamente. Prefiero primero presentarme, explicar quién soy, qué hago y por qué quiero tomar la foto. Siempre soy honesta. Varío e improviso en el momento la manera de acercarme acorde a la situación. Si, por ejemplo, alguien está tocando música en medio de un entorno tan duro, siento la necesidad de capturar ese instante. La mayoría de las personas respeta el hecho de que vaya de frente y les pregunte, porque están acostumbradas a que otros intenten fotografiarlas a escondidas. Aunque sí, hay momentos en que la situación requiere actuar rápido y sin permiso.
¿Has vivido situaciones peligrosas durante tu trabajo en Kensington?
He presenciado escenas realmente violentas: palizas brutales donde traficantes golpeaban a alguien, lo arrastraban inconsciente y lo dejaban sin ropa, frente a otros testigos. He sentido miedo por el fentanilo; no me gusta estar cerca cuando lo fuman porque me preocupa inhalarlo accidentalmente.
También fui atacada directamente. Al final de mi trabajo allí, algunos traficantes intentaron rodear mi coche, e incluso me dispararon, aunque fallaron. Pero el momento más crítico fue cuando me golpearon y me robaron la cámara. Luché por recuperarla, grité, hice todo lo posible, y la recuperé. Después de esa agresión, entendí que mi tiempo en Kensington había terminado. No solo por el peligro físico, sino también por la creciente tensión y la resistencia de ciertas organizaciones a que documentara lo que estaba ocurriendo.
¿Qué opinas sobre el papel de las organizaciones sin fines de lucro en lugares como Kensington?
No tengo consejos para ellas. Hay organizaciones legítimas que realmente buscan ayudar, pero también existen otras que solo buscan donaciones y visibilidad. He visto cómo reparten comida barata, se fotografían haciéndolo y luego usan esas imágenes para recaudar fondos, de los cuales solo una mínima parte llega a los adictos. Muchas de estas organizaciones reciben millones y sus directivos viven cómodamente, mientras los adictos mueren en las calles.
¿Has logrado establecer vínculos personales con las personas que fotografías en Kensington?
En otros lugares, como Skid Row, sí. Ahí logré crear vínculos y todavía mantengo contacto con algunas personas que fotografié. Pero Kensington es diferente. Las drogas allí son tan potentes que vacían a la gente, les quitan el espíritu. Es difícil conectar con alguien. Además, no todas las personas son buenas personas. Hay robos, estafas, violencia, trampas… cosas que no tienen que ver solo con la adicción. Durante casi tres años, intenté crear relaciones genuinas, pero solo logré mantener contacto a largo plazo con tres personas. Fue complicado y doloroso.
¿Qué papel juega la emoción en tu trabajo? ¿Cómo manejas la ética al fotografiar situaciones difíciles?
La emoción siempre está presente. A veces siento rabia, impotencia, tristeza, incluso un impulso maternal si veo reflejado a mi hijo en alguien. Esa emoción es lo que me mueve a tomar la foto. Cuando hago estas fotos soy consciente de que la forma en que las hago va a crear una fuerte emoción en los espectadores, pero yo tengo que distanciarme un poco. Para poder hacer este trabajo, necesito cierto nivel de insensibilidad. Si me dejara arrastrar por esos sentimientos cada vez, no podría funcionar.
Respecto a la ética, sé que fotografiar a alguien en un momento devastador puede generar debate. Para mí, la necesidad de contar la verdad, especialmente en lugares públicos, es prioritario. En cuanto a que la obra se perciba como explotadora, los únicos que la catalogan así suelen ser aquellos que, por la razón que sea, no quieren verla. No suelen decir lo mismo de las fotos de guerra, que en mi opinión son mucho más explotadoras, pues muestran a muertos y moribundos en situaciones de impotencia y reciben premios por ello. Creo que la palabra explotación puede ser inapropiada para mi trabajo. Sin embargo, creo que cada vez que fotografías a alguien y pones tu nombre en ello, hay un nivel de explotación. Los fotógrafos tienen que tener un cierto nivel de insensibilidad para encontrarse en estas situaciones tan difíciles. Pero para mí hay límites. No me gusta fotografiar a personas muertas o en estado de sobredosis (salvo raras excepciones en las que no se puede identificar a la persona). Hay veces en que hay que fotografiar una escena para mostrar lo que está pasando, pero hay que elegir con cuidado. Si alguien se encuentra en un lugar público durante una crisis devastadora, creo que la necesidad de documentarlo puede prevalecer sobre su derecho a la intimidad en ese momento porque, en cierto modo, se ha prestado voluntariamente a estar en esa situación públicamente. En última instancia, tengo que usar mi juicio, y a veces solo me doy cuenta después de si una foto podría haber cruzado esa línea.
¿Qué opinas sobre el impacto de la inteligencia artificial en la fotografía documental y la autenticidad de las imágenes?
Creo que la fotografía documental debe ser un reflejo fiel del mundo. Me preocupa que las imágenes generadas o alteradas por IA comiencen a ocupar el lugar de las fotos reales, especialmente en medios y concursos. Estas imágenes artificiales sobreestimulan al público, haciendo que las escenas auténticas parezcan poco interesantes en comparación. Corremos el riesgo de que la gente pierda la capacidad de conectar con la realidad. La fotografía documental, en su esencia, debe seguir tratándose de la verdad. Me gustaría que los medios y concursos establecieran normas claras sobre el uso de IA, para proteger la integridad del trabajo real.
¿Cuál es tu opinión sobre la cultura woke y cómo crees que afecta a fotógrafos y periodistas?
Me disgusta mucho el wokismo tal y como es ahora. Originalmente, lo woke buscaba crear conciencia y dar visibilidad y justicia a grupos marginados, algo que apoyo. Pero con el tiempo se convirtió en una forma de censura, cooptada por agendas políticas. Ahora hay un grupo imponiendo sus ideas, y quienes no encajan son atacados. Se busca silenciar o aislar a quienes muestran visiones más realistas o diferentes. Esto dificulta contar historias objetivas y afecta a quienes solo intentan presentar la verdad.
El wokismo ha dañado a muchos fotógrafos y periodistas. Permite la distorsión de la realidad para proteger a unos y demonizar a otros. He visto colegas enfrentar problemas en redes sociales solo porque sus historias no encajan con la narrativa dominante. Incluso escucho preocupaciones sobre cómo fomenta el antisemitismo, lo cual es alarmante.
Creo que, si hago una fotografía, debería sostenerse por sí sola, sin ser interpretada de forma sesgada por intereses políticos. Estamos acercándonos peligrosamente a algo parecido al “Gran Hermano” de Orwell. ~