El 25 agosto de 2012 la sonda Voyager 1 se internó en el espacio interestelar y dejó atrás la heliopausa, es decir, aquella región limítrofe de la heliósfera, donde el viento solar cede ante el medio interestelar. “Fue un momento muy emocionante, pues luego de 37 años de inactividad volvió a despertar”, dice Charles Telesco, astrofísico de la Universidad de Florida y del Centro espacial Bryant en Gainsville, Florida, no muy lejos del centro de lanzamientos espaciales de la NASA. El 5 de septiembre de 1977, montada sobre un cohete Titán-Centauro, Voyager 1 partió rumbo a los confines del sistema solar en un viaje sin regreso. Si bien las sondas Pioneer 10 y 11 habían llegado muy lejos, ninguna como ésta. Ahora navega entre estrellas vecinas y material remanente de las que eclosionaron hace millones de años. Sigue enviando datos de lo que encuentra a su paso, sobre todo de rayos cósmicos, campos magnéticos, partículas cargadas de baja energía y plasmas. Se encuentra a más de 143 UA y contando.
Voyager 1 tiene una sonda hermana, la Voyager 2, la cual dejó la Tierra quince días antes y ahora, luego de un viaje de más de 40 años, se encuentra atravesando la heliopausa, a 141 UA y contando. En su recorrido ambas sondas nos permitieron acercarnos a los gigantescos planetas exteriores Júpiter, Saturno, Neptuno y Urano, a sus alucinantes anillos y enigmáticas lunas. Voyager 1 y Voyager 2 irán abriendo ventanas inéditas hasta que se atrofien sus instrumentos o choquen con algún objeto. Si tenemos suerte, mantendrán intactos dos discos de cobre con baño de oro plateado, uno depositado en cada sonda, donde se hallan inscritos datos esenciales de dónde estamos, quiénes somos y cómo somos, por si se ofrece.
Volvemos al campus de la Universidad de Florida en Gainsville, donde algunos de sus astrofísicos nos hablan de su participación en una empresa científico-tecnológica crucial para el futuro de la navegación estelar: Deep Space. Cuentan que se lanzó en 1998 con el fin de demostrar que se podía abordar un asteroide y un cometa. Duró poco más de tres años y fue todo un éxito, de manera que se han hecho progresos notables también en este aspecto. Prueba de ello fue la sonda Rosetta, lanzada en 2004 a fin de orbitar el cometa 67P/Churiumov–Guerasimenko entre 2014 y 2015, y luego enviar un módulo de aterrizaje, Philae, a su superficie.
Otro ejemplo fue la sonda japonesa Hayabusa 2, la cual fue lanzada en 2014 en dirección a un asteroide en forma de rombo y alcanzó su objetivo cuatro años después con la intención de examinarlo desde el aire y desde su superficie, pues lleva consigo diversos artefactos exploradores.
En el mismo departamento de Astronomía de esta universidad norteamericana también se han desarrollado pequeños satélites que pueden orbitar más cerca de la Tierra y ayudan a monitorear diversos aspectos, obteniendo datos de manera constante sobre cambios en el clima, problemas de desertificación y análisis para el futuro desarrollo sustentable de algunas regiones del planeta.
Luego de un viaje de casi diez años, New Horizons permitió atisbar Plutón durante los primeros seis meses de 2015, cuando detectó en su superficie dunas de metano congelado hasta de 5 km de espesor. Fue lanzada al espacio en enero de 2006. Orbitó Júpiter a fin de aprovechar su envión gravitacional, siguió su camino hacia el planeta enano y sus lunas para después aventurarse en el lejano Cinturón de Kuiper, una reliquia del sistema solar temprano. Con ayuda de imágenes tomadas por el telescopio Hubble, quienes manejan esta sonda descubrieron cuatro nuevos satélites naturales de Plutón: Nix, Hidra, Styx y Kerberos.
En diciembre de 2013 la ESA envió al espacio la sonda Gea hasta alcanzar una órbita a 1.5 millones de km de la Tierra. Sus dos telescopios gemelos capturan luz que es enviada a una enorme cámara-detector, cuya resolución es de mil millones de pixeles. Su propósito es fotografiar cualquier objeto a su alcance. Así, en 2018 se dio a conocer un avance de “El libro de los cielos”, mapa que contiene la imagen de 1,700 millones de estrellas con una precisión y brillantez asombrosas. Se piensa terminar una primera versión en 2020.
Una colaboración de ESA, la Agencia Canadiense del Espacio y la NASA planea lanzar en el año 2020 el Telescopio James Webb (JWST), que promete superar con creces las capacidades del Hubble, ya que su espejo primario tendrá un diámetro de 6,5 m y sus instrumentos estarán en posibilidades de realizar observaciones en longitudes de onda infrarrojas con una resolución y sensibilidad sin precedentes. El espejo está hecho de 18 segmentos separados que se desplegarán en su momento. Una vez ubicado en su órbita de halo alrededor del punto L2, donde se equilibran la gravedad del Sol y la de la Tierra, a 1,5 millones de km de nuestro planeta, se espera que el Webb sea capaz de observar la luz de las primeras estrellas nacidas en nuestro universo, la evolución de las primeras galaxias y los procesos de formación estelar y planetaria. De hecho, podrá mirar 100 objetos en forma simultánea.
escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).