El periodista argentino Reynaldo Sietecase acaba de publicar la novela No pidas nada (Alfaguara), un thriller político sobre la impunidad y la memoria histórica en América Latina y Argentina. En esta entrevista, habla de memoria colectiva e individual, suicidio, el futuro del periodismo, el gobierno de Macri y la corrupción de Cristina Fernández de Kirchner.
En su novela habla de lo que llama “represores suicidas”, miembros de la dictadura de Videla que, ante la perspectiva de ser juzgados, acaban con su vida.
Ese es el germen de la novela. Mis tres novelas tienen disparadores reales. Me enteré en una revista de cultura, en un dosier sobre el silencio. Una colega había escrito una pequeña nota sobre el silencio decidido y sobre los represores suicidas. Cuando me puse a investigar, no daba para más de una crónica, había cuatro o cinco casos, y de los cuatro o cinco casos dos eran con ayuda de fuera para suicidarse. Me pareció mucho más atractivo darle una vuelta literaria. Es inquietante la idea de por qué se matan los que mataron. ¿Es para callar, es remordimiento? Los suicidios tienen muchas variantes, tantas como cada suicida. Me acerqué a esto periodísticamente porque no estaba muy contado en Argentina.
Tenía muchas ganas de escribir una novela en primera persona. Soy periodista y tenía próximo el personaje. Para que la trama avanzara no solo tenía que haber suicidios sino también fugas, y el marco de una organización. Entonces se me ocurrieron cosas sobre una organización que buscaba el silencio de una manera: o que se mataran o saliendo del país. Hay muchos datos reales. Los prófugos de Argentina están en Paraguay o en Brasil. Son dos países con laxitud en cuanto a controles y fronteras. Y como conozco bastante Río de Janeiro porque viví allí mucho tiempo, me pareció bueno que la historia empezara en Buenos Aires y tuviera un desenlace en Río. La novela se ha puesto muy actual, con el caso del asesinato de la política izquierdista Marielle Franco, y ahora con Bolsonaro.
Cada vez que escribo una novela policial me documento e investigo y aprendo. Leí mucho sobre suicidios. Las razones son todas muy individuales. Borges solía decir que no siempre la ficción es contradictoria con la realidad. Muchas veces la ficción repara o extiende o llena los márgenes que no se conocen.
Uno de los temas recurrentes, que está muy presente en la cultura contemporánea argentina, es el de la impunidad.
El libro toca dos temas. Uno tiene que ver con la memoria y otro con la fe. En cuanto a la memoria, me gusta lo que dice Javier Cercas de que la novela es un género sucio. Admite todo dentro, lo único que no admite una novela es aburrir. Yo quería hablar en la novela del choque entre la memoria colectiva y la memoria individual. Me agarro del libro nacional de los argentinos, el Martín Fierro. Es un gaucho al que le pasa de todo, tiene una vida muy dramática. Al final de su vida, en la penúltima sextilla, dice: “Sepan que olvidar lo malo / también es tener memoria”. Es una frase muy inquietante. Una sociedad no puede darse el lujo de olvidar. Pero en el plano individual está bien olvidar, para poder seguir con la vida. Me gustaba esa idea, el derecho a olvidar y, por otra parte, una sociedad que no se lo puede permitir. Todo esto tiene que ver con la impunidad y la memoria colectiva. Argentina es un ejemplo, de las pocas cosas en que somos un ejemplo, porque somos una sociedad fallida, en esto. Hay pocos países que hayan tenido un proceso de juzgamiento de los crímenes del pasado. Hay muchos presos de la dictadura, aunque también muchos prófugos (más de cien).
La impunidad es un tema central en Argentina y en toda América Latina. La novela es muy sudamericana. Me interesaba la tensión entre memoria colectiva e individual, y por eso meto el suicidio de la madre del personaje. Él quiere olvidar, pasar página.
Yo creo que en Argentina sería imposible un Bolsonaro, un nostálgico de la dictadura. Está tan rechazado lo ocurrido en la dictadura que sería imposible. Hay una derecha recalcitrante, obvio, pero no hay plafón para un Bolsonaro. Y en buena medida porque Argentina tuvo su proceso y sus juicios, que fueron dolorosos pero sanadores.
En España, en cambio, hubo una ley de amnistía (en 1977), muy criticada cada vez más por la izquierda hoy, a pesar de que también amnistió a muchos antifranquistas.
En Argentina, si hubiera ganado el peronismo en el 83, habría hecho una ley de amnistía. Pero ganó Alfonsín, que era socialdemócrata y venía con la promesa de enjuiciar a las juntas, a los militares. Eso es histórico. Está la famosa frase del fiscal en los juicios: “Señores jueces, nunca más”. El “nunca más” solo es posible ahí, en un tribunal. De alguna manera, con todos los problemas que tiene Argentina, que es una democracia fallida, es ejemplar en esto y es una política de Estado, que va atravesando todos los gobiernos. Nadie vuelve para atrás.
Hay varios personajes en su libro que hablan de la dificultad o incapacidad de reunir pruebas inculpatorias contra los represores. Hay una defensa del proceso legal. Y, sin embargo, hay también una venganza personal.
Creo que soy el primer argentino que narra un hecho de venganza por mano propia de un exmilitar de la dictadura. Quizá haya alguien más que lo ha hecho pero yo no lo he leído. Por suerte es algo que no ha ocurrido en la vida real, quizá porque los procesos judiciales progresaron. Una parte de mí tenía ganas de que ocurriera algo así, y si no me lo puedo permitir en la ficción… Por eso hago la analogía con el caso del armenio Soghomon Tehlirian, que asesinó a un ministro turco en 1921 de visita en Berlín. Un tribunal alemán lo absolvió en nombre del derecho a “matar al tirano”. Hubo un debate en Argentina muy interesante sobre esto, en Página 12, entre Osvaldo Bayer y Mempo Giardinelli. Bayer escribió sobre un anarquista, Severino Di Giovanni, que mató a un militar responsable de una represión sangrienta de una huelga en la Patagonia, en el sur de Argentina. Murieron muchísimos campesinos y anarquistas de otras nacionalidades, chilenos, italianos, españoles que se levantaron contra los patrones. Se tardó mucho en encontrar los cuerpos. Tiempo después, Severino di Giovanni, un anarquista superviviente, mata a uno de esos generales en Buenos Aires, y acaba fusilado. Giovanni es un santo para el anarquismo en Argentina. Giardinello le respondió que no se puede justificar ese asesinato, lo que dio comienzo a un debate formidable en cinco artículos sobre el derecho al tiranicidio.
Es periodista, poeta, novelista. ¿Cómo se mueve entre los géneros?
Tengo muy claro cuando voy para un lado y cuando voy para otro. Creo que No pidas nada es algo más que un policial, pero todo el proceso de investigación lo tengo del periodismo, es la gimnasia del periodismo. Voy a los lugares, investigo, leo libros sobre suicidios, son cosas que me divierten mucho. Lo real en esta última novela es lo de los suicidios, la situación de las favelas donde se refugian prófugos argentinos. Eso lo investigo, pido información, pregunto. Lo demás es inventado. En la novela negra lo verosímil es fundamental, y por eso la investigación periodística es tan útil.
En esta novela pasa algo también surrealista, pero es verosímil, es latinoamericano, es realismo mágico. Como dice García Márquez en el discurso de aceptación del Nobel, en América Latina podemos sentarnos simplemente a copiar y escribir lo que pasa. De las crónicas de Indias hasta ahora pasan cosas rarísimas en Latinoamérica. Si yo te cuento que en Argentina se tiraba a gente al mar drogada, no te lo crees. Si te sientas seis meses a imaginar no se te ocurre algo tan espantoso. Y Brasil es fascinante: es un país con millones de católicos, millones de evangélicos, con cultos africanos, todo eso mezclado. A eso le añades el narcotráfico, las favelas, parece ficción.
En mi novela anterior, A cuántos hay que matar, hay una escena de un botín en un secuestro que se lanza a un tren, y yo me subí seis o siete veces a ese tren. Podría haberlo escrito sin subirme a ese tren, nadie lo iba a notar, pero me parece atractivo y me gusta saber si ese bolso puede caer bien y lo puede recoger alguien.
En el libro hay varias reflexiones pesimistas sobre el periodismo y su futuro.
Estoy en una etapa de mucho desencanto con la profesión. El protagonista del libro no soy yo pero sí compartimos visión del mundo y del periodismo. Mi desencanto es por el contexto argentino pero también por razones generales. La verdad ha dejado de ser importante, es más importante que te crean. Es una licencia que ha adquirido el periodismo que me parece rarísima, yo que vengo de un periodismo muy pegado a los hechos, en el que tu jefe si no tienes las fuentes chequeadas no te publica. Ahora todo se ha relativizado.
En Argentina ha habido un debate muy fuerte en los últimos años entre el gobierno y los grandes grupos de medios. En esa confrontación, la primera víctima fue la verdad, como en la guerra. Importaba que lo dijera el gobierno fuera creíble, y que lo que dijeran los medios sobre el gobierno también fuera creíble. Luego te dabas cuenta de que todos mentían. Eso provocó un proceso de degradación de la calidad periodística muy complicado. Me obsesiona bastante el tema. Escribí un decálogo ético el año pasado, que lo levantó la Fundación Nuevo Periodismo, y que publicó la Asociación de Prensa de Madrid también publicó. Lo escribí para debatir. Hace treinta años, Tomás Eloy Martínez, gran periodista y escritor, hizo un decálogo también. Y me parecía un buen homenaje.
Propone una ley de medios y una regulación.
Es algo necesario. Es el parlamento el que tiene que regular la magnitud que tienen los medios. Esto me lleva muchos disgustos en Argentina. Nadie quiere meterse en eso. En la época de Kirchner hicieron una ley de medios, pero sin consenso, muy fallida y destinada a su enemigo, el Grupo Clarín. Lo que hay que hacer es una ley de medios para regular el mercado. No es socialismo ni comunismo ni nada, es una ley de medios como tiene Estados Unidos, Francia, Inglaterra. En América Latina lo que pasa es que hay grupos empresariales que tienen un 60% o 70% de los medios. Eso es malo para cualquier gobierno, de derechas o izquierdas. Esa dimensión y poder está condicionando políticas. La regulación ha de ser democrática, lo tiene que hacer el parlamento. Hay una visión de que estás atacando la libertad de expresión, pero no es así.
A todo esto se suma mi desencanto. Hace poco en Argentina hubo una campaña de los grandes medios en la que decían que no había nada mejor que un editor para luchar contra las noticias falsas. Me parece bien esa campaña, me preocupan las noticias falsas. Pero me preocupan también las noticias falsas de los medios que tienen editor. Tiene que haber un debate profundo ahí, pero se ve como una herejía.
Uno de los casos periodísticos más importantes en Argentina en el último año tiene que ver con la corrupción de los Kirchner, los llamados “cuadernos de la corrupción”. A pesar de esto, Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo muy popular.
Tiene entre un 25% y un 30% de intención de voto, casi como la que tiene Macri, que está en un momento horrible. La gente busca que le reafirmen en lo que piensan, no lo que no esperan. Eso se incentivó en esa especie de guerra entre medios y gobiernos que comentaba. Pero yo soy periodista, no soldado. Me da igual si lo que digo cae bien o mal. El kirchnerismo fue una etapa, doce años, donde se ampliaron muchos derechos. Pero evidentemente hubo una trama de corrupción muy fuerte, en la obra pública, en el transporte. Donde pudo haber negocios entre lo público y lo privado los hubo. Lo de los cuadernos, ese proceso judicial, ha desvelado una gran cantidad de casos. Si le dices esto a alguien que adhiere a Cristina Kirchner te dirá que es una operación de la prensa. Creo que son las dos cosas: la prensa incentiva, se podría decir que hay un tipo de persecución judicial, y hay algunas causas insólitas, se ha abusado de la prisión preventiva. Pero también hay una corrupción real. Cristina Kirchner tiene muchas causas muy complicadas. Hay una veintena de funcionarios detenidos. Las dos cosas son ciertas, la persecución y la corrupción real. No son excluyentes. Si se confirma marcaría un antes y un después en Argentina. Si los jueces también van contra los empresarios hay un cambio, pero si solo van contra la política es frustrante.
El principal problema de Argentina es la justicia. Muchas veces garantiza la impunidad de los poderosos. Los jueces en Argentina se activan cuando los políticos no tienen poder. Cuando alguien deja el gobierno, aparecen las investigaciones. Hasta que eso no cambie tendremos problemas. Le va a pasar a Macri, cuando deje el poder. Las causas judiciales se activan cuando los políticos no tienen poder, y por eso nunca van contra los empresarios, porque ese es un poder permanente. La novedad de la causa de los “cuadernos” es que hay empresarios detenidos. A ver si los jueces van contra los empresarios que dieron las coimas, que hicieron cohecho.
En medio de todo esto, como Argentina está tan polarizada, uno se pregunta: ¿cómo es posible que Cristina Fernández de Kirchner pueda ser candidata, y que tenga chances? Se puede incluso dar el caso de que compitan Macri, que ha presidido un gobierno muy malo, con una gestión económica calamitosa (un 40% de inflación interanual), contra Kirchner, atravesada por la corrupción. Los argentinos responden en las encuestas que no votarían ni a uno ni a otro, pero no aparece nadie.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).