Balada para Carson McCullers
me duelen las manos de tantas certezas
el cuello las palabras divinas lastiman
el dolor es una pedrada en el vientre
en los muslos helados en la boca seca
duele la lengua y sus árboles morados
cada frase cada baldosa cada peldaño
duelen con la mirada de la tarde podrida
con la fusta de verbos morados en la espalda
tridentes en mis pechos en los hombros
en cada lunar triste de mi cuerpo ramaje
mi pobre cuerpo amasijo de culpas y nieve
candelas húmedas asustadas en el camastro
donde navegan en lo oscuro mis recuerdos
aquella muchacha de tanta luna en los ojos
tanta pradera de agujas en mi terapia intensiva
me duelen las horas en el espejo sombrío
los relámpagos en los dientes estropeados
por párrafos sonámbulos jardines de ansiolítico
me duele ese cuerpo ajeno y esbelto
asomado a mi convulsión en la aurora avinagrada
y en esta tarde de nevada y desde hace días
sólo extiende su sombra de pájaro disecado
pensativo en mis dedos azul en celosías
mecido en mis provocaciones y tan hosco
en el ensueño de los antidepresivos
ese pasillo de musgo y vitrales de venas
donde todas las aves fuimos llovizna
viento en los patios desolados de los besos
donde dormían botellas quebradas pianos dolidos
y sólo un amargo resplandor susurra a las puertas
no sé qué destino tendrán estas palabras percudidas
estas desgarbadas palabras estúpidas y sinceras
espigas de fuego en el cuaderno se postran
con las mujeres de lava rendidas a un susurro de nieve
estas frases de torpeza y nota musical violeta
desean escapar de la copa llena la tarántula en los ojos
el certero golpe de estaca en la vagina
la nuca el presagio el momento de beber la decisión
y la sinceridad para asumir el fracaso
el amor cuando es solo pasto seco y libros ahogados
ensueños sin corazón la promesa del adicto
al cabo estupidez y sinceridad definen el vacío
el agobio el pan nuestro de cada día el dios nube
el padre divino y redentor que cuelga de la lengua
cuando estamos vacilantes ante la luz ciega de esta lámpara
hoy en la calma de esta tibia desolación
con una frase sedada jamás melodía
le digo al viento me duelen los días
pero de nuevo voy a levantarme para morderte
y pienso labrada en esta cama tan cerca de la fosa
a la vida le duele más el fulgor de mi escritura.
Beatus Ille
en el lecho florecen los nardos los vidrios
reverberan ajenos al tedio y su ladrido
el miedo percibe páramos azules
impasible jardín ajeno a las astillas
aunque sabe de los proverbios
el miedo no quiere levantarse
entrar al agua con el deseo vehemente
pálido en el cristal feroz del estanque
el puto deseo de llorar por las ausencias
la bella fragilidad de sus pasos torcidos
solo su cuerpo de féretros morados
mira la vida retirada en el desánimo solar
apenas el impulso a rozar la ventana
a beber un filo de luz extraviado
elige los zapatos y se calza las tijeras
ceñidas a sus pies cortan los augurios
la navaja arrugada es su camisa
oxidada sonrisa alcohólica de hastío
irrita un poco a su piel de esparadrapo
el miedo no se mira al espejo
sale en silencio por la ventana
no le importa al duelo rasgarse con árboles
su boca de invierno su boca de lirio
ruega por el sensualismo lluvioso
pero la mañana es un blasón de aridez
ceniza en muros mustios muertos macerados
el miedo se da cuenta del paisaje infectado
desolado en asoleo de ladrillos con fiebre
olvidó su pantalón lo advierte en la sombra
sus papeles abolidos en el seno de las amapolas
mas nada importa en el descenso
volverá a desnudarse en las vitrina polvosas
en escaparates radiantes de nostalgia
desnudo acomodará sus papeles en la mesa
las náuseas nubladas en el monitor
el puntual hostigamiento del fracaso
nada tiene rumbo en madriguera de fervores
si piensa en el pasado es un cadáver en la noche
amarrado a la sinfonía fantástica de la intoxicación
por eso come despacio el presente lo remuerde
la tormenta pastosa un trozo dulce de piedad
entonces piensa en lo gris de esos ojos
en esa pureza frágil cuya devoción alaba
y su rencor llueve ceden los temblores
el latido de una máquina al infierno
se olvida de ser un hueso en calles drogadas
y esos ojos de providencia sensual en el verano
desde muy lejos más allá de sus difuntos
de los días desnutridos por el medicamento
escriben con el polvo de su mesa evocación
alivio en la hierba cuyas flores violáceas
son músculo de besos espiga del deseo
el miedo contempla las sílabas contrito y sucio
las guarda en el hueco donde tenía su corazón
y en la hora más perra de su vida decide llorar
Óleo sobre tela
a la pintora Xanthe Holloway
navego en el libro de bellini y te descubro
contemplo la belleza de su isla funeral
te miro en la ausencia en la tersura sacra
en el ardiente perfume del cielo donde yaces
tropiezan mis ojos en el pedrerío del cristo muerto
en la madalena cuando acaricia sus manos
pregunto al papel a la música del roce a la noche
por qué debe ser esta bendición tan triste
tan pulcra en la desolación y plena en la desgracia
por qué tan viva la serena muerte de cristo
tan fruta fermentada la boca de la mujer
quizá en ese instante dijo lienzo y fugacidad
susurro a la pena o tal vez perdón piedad relicario
miro la elegía de bellini te pienso en la añoranza
y las palabras desabrigo pincel aceite de dicha vieja
son de pronto tu mirada tu boca las letras de tu ausencia
tú encarnas ese elogio de abandono y desmayo
dos hombres atestiguan el encuentro
detrás las nubes murmuran el tornasol familiar
el cielo estruja la brevedad del silencio
mis ojos avanzan por el ocre de telas y piel
por los listones y el cuello de la mujer devota
pero desde hace muchos pájaros travesías y pinceladas
mis pensamientos sólo acompañan tu vacío
pueden mis pasos llevarme a la ciudad de canales difuntos
mis manos rasgar las piedras y saber de la fuente
o remar mis ojos en telas ahumadas
pero mis pensamientos sólo son el óleo de tu espera
solos son licor de adioses en el viento
por eso descubro en este cuadro de bellini
amor misericordia dolor y distancia
y en esa inmensa brevedad
eres tú la gélida belleza
(Ciudad de México, 1967), es poeta. Su libro más reciente es Helada la cabra de alcohol enterrado (UANL, 2023).