Un rey no es creíble cuando se jacta de su firmeza para esperar el choque con el enemigo, por su gloria, si no puede soportar, para su provecho y mejora, la libertad de las palabras de un amigo, que no producen otra impresión que pellizcarle el oído, quedando el resto de su efecto en sus manos. Ahora bien, ninguna clase de hombres tiene tan gran necesidad como éstos de advertencias verdaderas y libres.
Montaigne
Quizá lo que más me ha sorprendido de estos cuarenta días de gobierno de lopezobradoristas es que no parecen albergar la menor sospecha de que pueden equivocarse alguna vez. No hay errores o dudas, sino razones más elevadas, más sociales, más morales o más justas. Estos días han sido los días de la suprema hubris, esa arrogancia o soberbia que causa delirios de infalibilidad.
En Los siete pecados capitales, Fernando Savater dice que “la soberbia es la antonomasia de la desconsideración” porque no se trata de “orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes”. La soberbia es también el valor antidemocrático por excelencia
((Los griegos condenaban al ostracismo a aquellos que empezaban a imponerse a los demás. Creían que así evitaban la desigualdad entre los ciudadanos y protegían el equilibrio social.
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, pero por fortuna hay un remedio: ser realista y quizá un poco humilde.
Sobre el tema de la humildad intelectual, recientemente Brian Resnick escribió un texto estupendo para Vox: “Intellectual humility: the importance of knowing you might be wrong”. El ensayo parte de los esfuerzos de Julia Rohrer, una psicóloga de la personalidad en el Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, para crear una nueva cultura entre los científicos sociales y motivarlos a admitir sus errores, y toca una vena nodal: el papel de la humildad intelectual.
La humildad intelectual, como le dice a Resnick uno de sus entrevistados, es simplemente “reconocer que las cosas en las que crees podrían estar equivocadas”. Pero no nos confundamos: la humildad intelectual no se trata de falta de confianza, ni de ceder cada vez que alguien nos cuestiona. La humildad intelectual no es ser un timorato ni un pusilánime. Se trata, concluye Resnick, “de considerar la posibilidad de que pueda estar equivocado y estar abierto a aprender de la experiencia de otros”.
¿Se imaginan a un gobierno que trabaje activamente cuestionando sus propias hipótesis; uno que ante resultados fallidos se pregunte “¿qué no estoy considerando?”; que ante los errores preste atención a la evidencia y se deje asesorar? Yo me lo imagino todos los días. Esa sí sería una transformación verdadera.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.