Si algo caracteriza a Josefina Licitra es su incansable capacidad para rasgar la superficie y encontrar lo extraño, lo particular que subyace a las buenas historias. Desde muy joven se distinguió entre las cronistas de su generación, junto a Leila Guerriero y Cristian Alarcón, por la seguridad con la que abrazó la escritura. Publicó sus trabajos de largo aliento en medios como Rolling Stone Argentina, El Mercurio, de Chile, la revista Piauí, de Brasil y New York Times en Español y fue premiada por la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano en 2004 por la crónica “Pollita en fuga”.
En la intersección entre el periodismo y la literatura, sus libros, que parten de artículos periodísticos, arrancan con la investigación propia del trabajo de campo, escarban en los detalles y se convierten en obras de concentración espesa que muestran los márgenes pero también el caprichoso trazado de sus intereses personales: Los imprudentes. Historias de la adolescencia gay-lésbica en Argentina; Los otros. Una historia del conurbano bonaerense; El agua mala. Crónica de Epecuén y las casa hundidas, se completan ahora con 38 estrellas. La mayor fuga de una cárcel de mujeres de la historia, cuyas protagonistas eran militantes del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros.
En una pausa de su trabajo continuo la visité en su casa. Charlamos acerca del nuevo libro frente a una taza de té mientras la pequeña gata, Tita, aprovecha la distracción para treparse a los sitios vedados. Aunque Licitra tiene una apariencia de pálida fragilidad en un cuerpo estilizado que apenas pasa los cincuenta kilos, esta primera impresión se diluye cuando toma la palabra.
38 estrellas es la crónica de una gran fuga ocurrida en 1971. ¿Cuáles fueron las dificultades para recrear la historia?
A diferencia de otros libros, no fue lo más difícil el trabajo de campo, hacer las entrevistas en Uruguay. Fue difícil el proceso posterior de organizar todas esas voces y ver cómo relacionarlas. Si bien el relato central se basa en hechos, y en ellos se juega la verosimilitud, a veces la secuencia temporal no coincide. Lo ejemplifico en el orden de la fila de cara al boquete o lo que comieron antes de la fuga. Lo que tenía que hacer era tomar una posición respecto a las diferentes versiones; lo conté en el prólogo, hay más de una versión pero en cosas que no son centrales. Me tomó trabajo tomar ciertas decisiones, ver que yo no tenía que estar adentro del libro. Siempre trabajé desde la primera persona explícita pero entendí que más allá de explicar algo en el prólogo y en el epílogo, la tenía que ver de afuera para no romper un clima de época
¿Cómo fue el proceso de armar la estructura?
Fue lo que más me tiempo me tomó, hasta que me di cuenta de que la estructura se podía armar en torno a un personaje más fuerte, que es el de la Parda [María Elia Topolansky], que me permite generar una tensión en torno a la fuga porque es una disidente que se da cuenta de que va a haber una fuga y no está invitada a fugarse, y para más inri es gemela de uno de los personajes más importantes de esa fuga y posteriormente de Uruguay, como es Lucía [Lucía Topolansky, vicepresidenta de Uruguay, compañera del expresidente Pepe Mujica]. Esta díscola me ayuda a articular algún tipo de tensión, porque la fuga dura media hora, es muy breve. Otro desafío fue ver cómo escribir un libro de los que todos saben el final, no porque sea un caso conocido sino porque el que lo compra, googlea, o mira la contratapa, sabe que se fugaron. Leí el libro de Rodolfo Palacios Sin armas ni rencores, sobre un robo a un banco de Buenos Aires, para ver cómo había mantenido la tensión en un caso que había sido “exitoso”, más allá de que todos cayeron presos. Lo que logró Palacios, y traté de hacer en el libro, es mostrar a las personas que forman parte de la historia. Las que se fugan son mujeres a las que uno les conoce la vida, el pasado y el alma. Entonces se lee el final con otro nervio.
Tenías una relación empática con el movimiento antes de la investigación, pero se modificó un poco después de que conocieras las historias.
El tono con el que empecé era amable, romántico sobre todo, porque me parecía hermosa la gesta tupamara. Ignoraba un dato que es central, y que supe después, y es que el movimiento nació en democracia, a diferencia de los movimientos de izquierda armada en Argentina. Era rígida en un país pauperizado económicamente, no era idílica, pero era una democracia, a tal punto que cuando el Che Guevara fue a Montevideo a dar una conferencia post Revolución Cubana, les aconsejó que frenaran. Y lo desoyeron. Eso me obligó a tener una mirada menos pasional, a pesar de que la épica de los tupamaros es perfecta. Arrancaron con acciones de mucho apoyo popular. Eran muy Robin Hood, robaban camiones con mercadería que repartían en los cantegriles, los asentamientos precarios; denunciaban a las empresas financieras con manejos corruptos en las que funcionarios de gobierno fugaban plata del país. Pero también secuestraban, ejecutaron un hombre que a mí no me queda claro si era el monstruo que decían que era, el agente del FBI, Dan Mitrione. Entendí que eran mujeres muy jóvenes que luchaban por ideales que yo comparto y que quizás el momento histórico y la juventud hizo que a veces, no siempre, se equivocaran. Me ayudó ver que tenían sentido autocrítico de esa época.
En perspectiva, ¿crees que existe una mirada positiva de la sociedad uruguaya sobre los tupamaros?
Creo que la sociedad está dividida hoy. Hubo un antes y después de Mitrione, un par de episodios que hicieron que la gente los mirara distinto. Hoy las divisiones se dan en torno a la imagen de Pepe [Mujica] y de Lucía [Topolansky]. Están los que celebran que Pepe haya llegado al poder y están los que creen que es una especie de entreguismo, que son los más radicalizados, que dicen que el objetivo del MLN no era tomar el poder porque para llegar hay que transar con cosas que para ellos son innegociables. Después está la gente que lee como un show la austeridad, porque dicen que cuando subió Pepe, la calidad de vida de la clase media no cambió. Están desencantados con lo que ellos sienten que es una doble vara, que por un lado hay un discurso solidario, social que no se concretó porque no pudo llevar a su país el bienestar que esperaban. Los impuestos son altos, a los uruguayos no les alcanza con que ellos vivan de modo austero. Es algo que me sigue resultando un signo importante, pienso que más allá de sus malas decisiones, él no se enriqueció. Eso es conmovedor, ahora con el libro conocí las casas de mujeres que ocuparon roles en el gobierno, en el municipio de Montevideo. Las que estuvieron presas en Punta de Rieles cobraron una indemnización baja del Estado y no tienen ni gas natural. No hay una sola que tenga plata. Eso tiene que querer decir algo, hay una moral.
Hay también una cuestión de género, marcada en el libro. A pesar de lo revolucionario del movimiento, eran de moral conservadora. Ellas estaban relegadas, los hombres tenían los roles más importantes y eso parecía casi lógico y natural, aunque a algunas les podía molestar.
Ellas tienen mucha humildad, un discurso de más bajo perfil que el de los varones, todo lo minimizan. Fue un esfuerzo, no en todos los casos, hacerlas hablar de la cárcel y la fuga que casi era un episodio más, no le veían la épica al asunto. Tampoco tenían tanta conciencia de estar relegadas. Algunas, como Alicia Rey que habló de machismo en el movimiento, hicieron en su momento un reclamo puntual para estar frente a una columna, pero salvo ese caso no había un planteo de desigualdad. Eran, sospecho, planteos pequeñoburgueses para ellos. Recién en 2012, con Las rehenas, el libro de Marisa Ruiz y Rafael Sanseviero, se empezó a hablar de un tema de género vinculado a las tupamaras.
El día de la presentación de mi libro pasó algo muy lindo. Los presentadores fueron Marcelo Estefanell, que fue parte de los que estuvieron afuera de la cárcel, tramando todo, y Sonia Mosquera, una de las presas fugadas, que me ayudó mucho. Estefanell dijo que no estaba de acuerdo con la hipótesis que planteaba la autora, de que había habido machismo, daba ejemplos; yo pensé que tal vez me había equivocado en plantearlo. Cuando le toca el turno a ella, en un momento dice que se había quedado pensando en lo que decía el compañero sobre machismo. Hubo nueve rehenes varones y once mujeres cuando terminó la dictadura militar. En 1985, los liberaron a todos y los que dieron la conferencia de prensa, que es la piedra fundamental del inicio de la democracia, y del relato, fueron los nueve rehenes, no llamaron a las mujeres. Entonces Sonia, cuyo marido fue un rehén que había muerto quince días antes de salir y con quien tenía un hijo, le dice: “Bueno, Marcelo, lo que pasa es que cuando nos liberaron a todos, ustedes no nos llamaron a nosotras. Cuando salieron los nueve y mi marido no estaba, llamaron a mi hijo para que ocupara ese lugar. Y yo me preguntaba, ¿qué hubiera pasado si yo en vez de hijo hubiera tenido una hija? ¿La habrían llamado a esa conferencia de prensa?” Algunas tupamaras que estaban entre el público empezaron decir que nunca las habían escuchado, y él se tuvo que callar. En ese momento sentí que la presentación tenía un sentido. Es un libro que no tiene una versión monolítica del movimiento, que es bastante ecuánime, menciono cosas que ellos no quieren. Dudaba si hacer la presentación pero una vez que sucedió esto, supe que para eso estaba el libro. Para que se escuche esta historia.
(Buenos Aires) es periodista y locutora. Se especializa en temas de ambiente y sustentabilidad y colabora en diversos medios argentinos.